martes, 24 de agosto de 2021

20 años sí es nada



Cuartel General del Partido Laborista. 
[Fantasma de Tony Blair]: "¡¡Me aseguraré de que nadie os vote NUNCA JAMÁS...!!", por White.


Así habló Blair el último líder de la izquierda que pudo reinar sobre la lamentable debacle (de lo que queda) de Occidente en Afganistán.

Aquí en V.O.




Aquí en una tradu exprés:

"Por qué no debemos abandonar al pueblo de Afganistán: por su bien y el  nuestro


El abandono de Afganistán y de su pueblo es trágico, peligroso, innecesario y no redunda ni en su interés ni en el nuestro. Tras la decisión de entregar Afganistán al mismo grupo del que surgió la matanza del 11-S, y de una forma que parece casi diseñada para hacer alarde de nuestra humillación, la pregunta que se plantean tanto los aliados como sus enemigos es: ¿acaso ha perdido Occidente su voluntad estratégica? Es decir: ¿es capaz de aprender de la experiencia, de pensar estratégicamente, de definir sus intereses estratégicamente y de comprometerse sobre esa base? ¿Es el largo plazo un concepto que todavía somos capaces de comprender? ¿Es la naturaleza de nuestra política incompatible con la afirmación de nuestro tradicional papel de liderazgo mundial? Y... ¿nos importa todo esto?

Como líder de nuestro país cuando tomamos la decisión de unirnos a Estados Unidos para desalojar a los talibanes del poder —y yo mismo vi cómo las grandes esperanzas que teníamos de lo que podíamos conseguir para la gente y el mundo se iban hundiendo bajo el peso de la tan amarga realidad—, sé mejor que la mayoría de la gente cuán difíciles son las decisiones de liderazgo, y lo fácil que resulta ser crítico y lo difícil que es ser constructivo.

Hace casi 20 años, tras la matanza de 3 000 personas en suelo estadounidense el 11 de septiembre de 2001, el mundo estaba en convulsión. Los atentados fueron organizados desde Afganistán por Al Qaeda, un grupo terrorista islamista que contaba con la protección y la ayuda de los talibanes. Ahora tendemos a olvidarlo, pero el mundo giraba sobre dicho eje. Temíamos más atentados, y posiblemente peores. A los talibanes se les dio un ultimátum: o entregaban  a los dirigentes de Al Qaeda, o bien serían apartados del poder para que Afganistán no pudiera servir de base para realizar nuevos atentados. Se negaron a entregarnos a los líderes de Al Qaeda. Pensamos que no había opción más segura para nuestra seguridad que cumplir nuestra palabra.

Mantuvimos la visión respaldada por un compromiso sustancial de hacer que Afganistán pasase de ser un estado terrorista fallido a una democracia funcional en vías de recuperación. Puede que fuera una ambición equivocada, pero no era innoble. No cabe duda de que en los años siguientes cometimos errores, algunos de ellos graves. Pero la reacción a nuestros errores ha sido, por desgracia,  cometer más errores todavía. Hoy nos encontramos en un contexto que parece considerar la llegada de la democracia como una utopía, y la intervención, prácticamente de cualquier tipo, una locura.

El mundo no está seguro de cuál es la posición de Occidente porque es muy obvio que la decisión de retirarse de Afganistán de esta manera no ha sido impulsada por la gran estrategia sino por la política.

No es que necesitáramos hacerlo. Elegimos hacerlo. Lo hicimos obedeciendo un estúpido eslogan político sobre el fin de "las guerras eternas", como si nuestro compromiso en 2021 fuera remotamente comparable a nuestro compromiso de hace 20 o incluso 10 años, y en circunstancias en las que el número de tropas se había reducido al mínimo y ningún soldado aliado había perdido la vida en combate durante los últimos 18 meses.

Lo hicimos sabiendo que, aunque muy imperfectos  e inmensamente frágiles, se habían producido reales avances en los últimos 20 años. Y quien lo ponga en duda, sólo tiene que leer los desgarradores lamentos de todos los sectores de la sociedad afgana acerca de lo que temen que van a perder ahora. Mejoras en el nivel de vida, en la educación, especialmente para las niñas, mejoras en libertad: ni de lejos lo que esperábamos o queríamos, pero tampoco puede decirse que todo esto haya sido nada. Ha sido algo que vale la pena defender, algo que vale la pena proteger.

Lo hicimos cuando los sacrificios de nuestras tropas convirtieron esos frágiles logros en nuestro deber.

Lo hicimos cuando el acuerdo de febrero de 2020 en sí mismo repleto de concesiones a los talibanes, y  por el que Estados Unidos se comprometía a retirarse si los talibanes negociaban un gobierno de amplia base y además protegían a los civiles había sido violado diariamente y con escarnio.

Lo hicimos mientras todos los grupos yihadistas del mundo iban vitoreando sus eslóganes.

Rusia, China e Irán lo han visto y se aprovecharán. Cualquiera que obtenga compromisos de los líderes occidentales los considerará y es comprensible de muy poco fiar.

Lo hicimos porque nuestra política parecía exigirlo. Y esa es la preocupación de nuestros aliados y motivo de regocijo de quienes nos desean lo peor.

Creen que la política occidental está rota.

Por eso, no es de extrañar que amigos y enemigos se pregunten: ¿es este un momento en el que Occidente está en un retroceso histórico?

No puedo creer que vivamos tal retroceso, pero vamos a tener que ofrecer una demostración tangible de que no estamos en dicho retroceso.

Esto exige una respuesta inmediata respecto a Afganistán. Y luego una articulación mesurada y clara de cuál es nuestra posición en el futuro.

Debemos evacuar y dar refugio a aquellos respecto de los que tenemos responsabilidad: los afganos que nos ayudaron, nos apoyaron y que tienen derecho a exigir que les apoyemos. No deben repetirse los plazos arbitrarios. Tenemos la obligación moral de seguir adelante hasta que todos los que lo necesiten sean evacuados. Y debemos hacerlo no a regañadientes, sino por un profundo sentido de humanidad y de responsabilidad.

A continuación, debemos elaborar un instrumento para tratar con los talibanes y ejercer la máxima presión sobre ellos. Esto no es tan vacuo como parece.

 Hemos renunciado a gran parte de nuestra influencia, pero conservamos aún una parte de ella. Los talibanes se enfrentarán a decisiones muy difíciles y, probablemente, se dividirán profundamente a causa de ellas. El país, sus finanzas y la mano de obra del sector público dependen en gran medida de la ayuda, especialmente, de Estados Unidos, Japón, Reino Unido y otros. La edad media de la población es de 18 años. La mayoría de los afganos han conocido la libertad y no el régimen talibán. No todos se conformarán en silencio. 

Reino Unido, como actual presidente del G-7, debería convocar un Grupo de Contacto del G-7 y otras naciones clave, y comprometerse a coordinar la ayuda al pueblo afgano y a exigir responsabilidades al nuevo régimen. La OTAN que ha mantenido 8.000 tropas presentes en Afganistán junto a Estados Unidos y Europa deberían cooperar plenamente en el marco de este organismo.

Tenemos que elaborar una lista de incentivos, sanciones y acciones que podamos llevar a cabo, incluyendo la protección de la población civil para que los talibanes entiendan que sus acciones tendrán consecuencias.

Esto es urgente. El desorden de las últimas semanas debe ser sustituido por algo parecido a la coherencia, y por un plan que sea creíble y realista. 

Pero luego debemos responder a la pregunta fundamental: ¿cuáles son nuestros intereses estratégicos, y estamos dispuestos a seguir comprometiéndonos para defenderlos?

Comparen la posición occidental con la del presidente Putin. Cuando la Primavera Árabe convulsionó Oriente Medio y el norte de África, derribando un régimen tras otro, él percibió que los intereses de Rusia estaban en juego. En particular, en Siria: creía que Rusia necesitaba que Asad permaneciera en el poder. Mientras Occidente dudaba y finalmente generaba el peor de los mundos negarse a negociar con Asad, pero no hacer nada para destituirlo, incluso cuando utilizaba armas químicas contra su propio pueblo—, Putin se comprometió. Ha pasado diez años de su claro compromiso. Y aunque él estaba interviniendo para apuntalar una dictadura y nosotros para suprimirla, él, junto con los iraníes, consolidó su objetivo. Del mismo modo, aunque eliminamos el Gobierno de Gadafi en Libia, es Rusia, y no nosotros, quien tiene influencia en el futuro de este país.

Afganistán fue difícil de gobernar durante los 20 años que estuvimos allí. Y, por supuesto, hubo errores y equivocaciones de cálculo. Pero no debimos engañarnos pensando que no iba a ser muy duro, toda vez que sabíamos que había una insurgencia interna que se asociaba con el apoyo exterior en este caso, Pakistán para desestabilizar el país y frustrar su progreso.

El ejército afgano no aguantó una vez que se canceló el apoyo estadounidense, pero 60.000 soldados afganos dieron sus vidas, y cualquier ejército hubiese sufrido un colapso moral cuando el apoyo aéreo eficaz, vital para las tropas en el campo, desaparece de la noche a la mañana con esta retirada.

Había una corrupción endémica en el Gobierno, pero también hubo gente buena que hizo un buen trabajo en beneficio del pueblo.

Lean el excelente resumen de lo que hicimos bien y mal del general Petraeus, en su entrevista al New Yorker.

A menudo se desvanecieron nuestras esperanzas, pero nunca fue provocó desesperación.

A pesar de todo, si la cosa importaba estratégicamente, merecía la pena perseverar, siempre que el coste no fuera desmesurado, y aquí no lo fue. 

Si  importa la cosa, hay que poder pasar por el dolor. Incluso cuando estás justamente desanimado, no puedes perder el ánimo por completo. Tus amigos tienen que sentirlo y tus enemigos tienen que saberlo.

"Si importa la cosa...".

Pero entonces: ¿acaso importa? ¿Lo que ocurre en Afganistán forma parte de un contexto que afecta a nuestros intereses estratégicos y los compromete profundamente?

Algunos dirán que no. No hemos sufrido otro atentado de la magnitud del 11-S, aunque nadie sabe si eso se debe a lo que hicimos después del 11-S, o a pesar de ello. Se podría decir que el terrorismo sigue siendo una amenaza, pero no es algo que ocupe los pensamientos de muchos de nuestros ciudadanos, y, ciertamente, no en el grado en que ocurrió en los años posteriores al 11-S.

Se podría considerar que los distintos elementos del yihadismo están descoordinados, tienen sus propias causas locales y se pueden contener con la mera inteligencia moderna.

Y yo seguiría sosteniendo que, incluso si esto puede llegar a ser cierto, y la acción de eliminar a los talibanes en noviembre de 2001 hubiera sido innecesaria, la decisión actual de retirarse ha sido errónea. Pero esto no lo convertiría en un punto de inflexión en términos de geopolítica.

Pero permítanme exponer la posibilidad alternativa: que los talibanes formen parte de un contexto más amplio que debería preocuparnos estratégicamente.

El atentado del 11-S irrumpió en nuestra conciencia por su gravedad y horror. Pero la motivación para que sucediera semejante atrocidad surgió de una ideología que lleva muchos años desarrollándose. La llamaré el "Islam radical" a falta de un término mejor. Como muestra un trabajo de investigación que publicará en breve mi Instituto, esta ideología, en diferentes formas y con distintos grados de extremismo, lleva casi 100 años de gestación.

Su esencia es la creencia de que el pueblo musulmán no es respetado y sufre agravios porque está oprimido por poderes exteriores y por sus propios dirigentes corruptos, y que la respuesta está en que el Islam vuelva a sus raíces, creando un Estado basado no en las naciones sino en la religión, con una sociedad y una política regidas por una visión estricta y fundamentalista del Islam.

Se trata de la conversión de la religión musulmana en una ideología política y, necesariamente, excluyente y extrema, porque en un mundo multiconfesional y multicultural, ésta sostiene que sólo hay una fe verdadera y que todos debemos ajustarnos a ella.

En las últimas décadas, y mucho antes del 11-S, esta idea fue ganando fuerza. La revolución islámica iraní de 1979, y su eco en el asalto fallido a la Gran Mezquita de La Meca a finales de ese año, impulsaron masivamente a las fuerzas de este tipo de radicalismo. Los Hermanos Musulmanes se convirtieron en un movimiento importante. La invasión soviética de Afganistán hizo surgir el yihadismo.

Con el tiempo han aparecido otros grupos: Boko Haram, al-Shabab, al-Qaeda, ISIS y muchos más.

Algunos son violentos. Otros, no. A veces luchan entre sí. Pero otras veces, como con Irán y Al Qaeda, cooperan. Pero todos suscriben elementos básicos de la misma ideología.

En la actualidad, se está produciendo un amplio proceso de desestabilización en el Sahel, el grupo de países del norte del África subsahariana. Esta será la próxima ola de extremismo e inmigración que inevitablemente llegará a Europa.

Mi Instituto trabaja en muchos países africanos. Apenas hay un presidente que yo conozca que no piense que esto es un gran problema para ellos y para algunos se está convirtiendo en EL problema.

Irán utiliza intermediarios como Hezbolá para socavar a los países árabes moderados de Oriente Medio. Líbano está al borde del colapso.

Turquía se moviliza cada vez más en la senda islamista estos últimos años.

En Occidente, tenemos sectores de nuestras propias comunidades musulmanas radicalizadas.

Incluso naciones musulmanas más moderadas, como Indonesia y Malasia, han visto cómo su política se ha vuelto más islámica en la práctica y en el discurso.

No hay más que observar al primer ministro de Pakistán felicitando a los talibanes por su "victoria" para ver que, aunque, por supuesto, muchos de los que propugnan el islamismo se oponen a la violencia, comparten características ideológicas con muchos de los que la utilizan y una visión del mundo que presenta constantemente al Islam como asediado por Occidente.

El islamismo es un reto estructural a largo plazo porque es una ideología totalmente incompatible con las sociedades modernas basadas en la tolerancia y el gobierno laico.

Sin embargo, los responsables políticos occidentales ni siquiera se ponen de acuerdo para llamarlo "islamismo radical". Preferimos identificarlo como un conjunto de desafíos desconectados, cada uno de los cuales debe ser tratado por separado.

Si lo definiéramos como un reto estratégico, y lo viéramos en su conjunto, y no por partes, nunca habríamos tomado la decisión de retirarnos de Afganistán.

Tenemos una visión equivocada en relación al Islam radical. En el caso del comunismo revolucionario, lo reconocimos como una amenaza de carácter estratégico, que nos obligaba a arrostrarlo tanto ideológicamente como con medidas de seguridad. Esto duró más de 70 años. Durante todo ese tiempo, nunca se nos habría ocurrido decir: "Bueno, llevamos mucho tiempo en esto, deberíamos rendirnos".

Sabíamos que debíamos tener la voluntad, la capacidad y la fuerza de resistencia para seguir adelante. Había diferentes escenarios de conflicto y compromiso, diferentes dimensiones, diferentes grados de ansiedad a medida que la amenaza fluía.

Pero entendimos que era una amenaza real y nos asociamos entre las naciones y los partidos para enfrentarnos a ella.

Esto es lo que tenemos que decidir ahora con el Islam radical. ¿Es una amenaza estratégica? Si es así, ¿cómo pueden coordinarse los que se oponen a ella, incluso dentro del Islam, para derrotarlo?

Hemos aprendido los peligros de la intervención por la forma en que intervenimos en Afganistán, en Irak y, de hecho, en Libia. Pero la no intervención también es una política con consecuencias.

Lo que resulta absurdo es creer que hay que elegir entre lo que hicimos en la primera década después del 11-S y el retroceso al que asistimos ahora: tratar nuestra intervención militar a gran escala de noviembre de 2001 como siendo de la misma naturaleza que la misión de seguridad y apoyo en Afganistán de los últimos tiempos.  

La intervención puede adoptar muchas formas. Tenemos que hacerlo aprendiendo las lecciones adecuadas de los últimos 20 años en función no de nuestra política a corto plazo, sino de nuestros intereses estratégicos a largo plazo.

Pero la intervención requiere un compromiso. No un tiempo limitado por los calendarios políticos, sino la supeditación a unos objetivos.

Para Reino Unido y Estados Unidos, estas cuestiones son cruciales. La ausencia de consenso y de colaboración transversal y la profunda politización de las cuestiones de política exterior y de seguridad están atrofiando visiblemente el poder de EE.UU. Y en lo tocante a Reino Unido, que está fuera de Europa, y padece el fin de la misión en Afganistán por parte de nuestro mayor aliado (con poca o ninguna consulta previa), tenemos que hacer una seria reflexión. Todavía no lo vemos, pero corremos el riesgo de ser relegados a la segunda división de las potencias mundiales. Tal vez no nos importe. Pero al menos deberíamos tomar la decisión a sabiendas.

Hay, por supuesto, muchas otras cuestiones importantes de geopolítica: Covid-19, el clima, el ascenso de China, la pobreza, la enfermedad y el desarrollo.

Pero a veces un tema llega a significar algo no sólo por sí mismo sino como una metáfora, como una pista del estado de las cosas y del estado de los pueblos.

Si Occidente quiere dar forma al siglo XXI, tendrá que comprometerse. A las buenas y a las malas. Tanto en lo difícil como en lo fácil. Asegurando la confianza de los aliados y provocando la cautela de los adversarios. Acumular una reputación de constancia y respeto por el plan que tenemos y la habilidad en su aplicación.

Requiere que sectores de la Derecha política comprendan que el aislamiento en un mundo interconectado es contraproducente, y que sectores de la Izquierda acepten que la intervención puede ser a veces necesaria para defender nuestros valores.

Requiere que aprendamos las lecciones de los 20 años transcurridos desde el 11-S con un espíritu de humildad y el intercambio respetuoso de diferentes puntos de vista, pero también con un sentido de redescubrimiento de que en Occidente representamos valores e intereses de los que vale la pena estar orgullosos y que hay que defender.

Y que el compromiso con esos valores e intereses debe definir nuestra política, y no que nuestra política defina nuestro compromiso.

Esta es la gran cuestión estratégica que plantean estos últimos días de caos en Afganistán. Y de nuestra respuesta dependerá la visión que el mundo tenga de nosotros y nuestra visión de nosotros mismos."


The End

 

jueves, 19 de agosto de 2021

Perversión de la carga de la prueba





                                    

 "¡Soy inocente...!" "...Y yo soy sorda" [Justicia]


En el asunto de la demanda por difamación del exprimer ministro albanés, desestimada por el Tribunal Supremo de Estados Unidos, los votos particulares de los jueces Thomas y Gorsuch, 
in extenso, y 
en V.O.

Y aquí debajo una traducción exprés de los principales elementos de dichos votos particulares:
 
"TRIBUNAL SUPREMO DE LOS EE.UU.
SHKELZEN BERISHA contra GUY LAWSON Y OTROS SOBRE LA DEMANDA POR DIFAMACIÓN ANTE EL TRIBUNAL DE APELACIONES DE LOS ESTADOS UNIDOS, SALA UNDÉCIMA 
No. 20-1063. Resolución de 2 de julio de 2021

Se desestima la demanda por difamación.
El JUEZ THOMAS discrepa de la desestimación de la demanda.

JUEZ THOMAS, voto particular en contra de la denegación de la demanda por difamación:

En 2015, Guy Lawson publicó un libro en el que detallaba la "verdadera historia" de cómo tres jóvenes gangsters de Miami se convirtieron en traficantes internacionales de armas. 973 F. 3d 1304, 1306 (CA11 2020). Un punto central de la trama implica los viajes de los protagonistas a Albania y sus subsiguientes encuentros con la "mafia albanesa", y con una figura clave que, según el libro, es el demandante: Shkelzen Berisha. El libro tuvo buenas ventas y Lawson acabó cediendo los derechos cinematográficos a la Warner Bros., que produjo el largometraje War Dogs.

Descontento con el retrato que de él se hacía, Berisha demandó a Lawson por difamación según la legislación de Florida. Según Berisha, él no está asociado a la mafia albanesa —ni a ningún grupo peligroso—, y Lawson se habría basado, de modo irresponsable, en fuentes poco sólidas para afirmar lo contrario.

El Tribunal de Distrito resolvió por vía cautelar en favor de Lawson. Dejando a un lado las cuestiones de veracidad o falsedad, el Tribunal se limitó a preguntarse si Berisha es una "figura pública". ¿Por qué? Pues porque con arreglo a la jurisprudencia sobre la Primera Enmienda [de la Constitución] de este Tribunal, las figuras públicas no pueden pretender que se incurre en un delito de difamación en su contra si no logran probar, de una forma clara y convincente, que el demandado actúa con "intención dolosa", es decir, con conocimiento de que el material publicado "era falso o haciendo caso omiso de que pudiera ser falso".

[...] 

Después de concluir que Berisha es una figura pública (o que, al menos, lo es a efectos de las historias del tráfico de armas en Albania), el Tribunal consideró que no había satisfecho este exigente requisito. La Sala Undécima del Tribunal de apelación así lo confirmó.

Berisha pide ahora a este Tribunal que reconsidere el requisito de "intención dolosa" aplicado a las figuras públicas.

[...]

El pronunciamiento del Tribunal de que la Primera Enmienda requiere que las figuras públicas demuestren una intención dolosa en su contra no guarda "relación alguna con el texto, la génesis o la estructura de la Constitución". Tah v. Global Witness Publishing, Inc., 991 F. 3d 231, 251 (CADC 2021) (Silberman, J., voto particular). De hecho, históricamente, ha prevalecido la norma contraria: "[E]l derecho común [Common Law] consideraba que las calumnias contra las figuras públicas eran... más graves y perjudiciales que las calumnias ordinarias". McKee, 586 U. S., en (opinión de THOMAS, J.) .

El Tribunal dio escasas explicaciones sobre la decisión de erigir un nuevo obstáculo a aquellos demandantes que sean figuras públicas, y ello transcurrido tanto tiempo desde la ratificación de la Primera Enmienda. En Gertz, por ejemplo, el Tribunal razonó que las figuras públicas son objetivos legítimos porque "concitan la atención y el comentario". 418 U. S., en 345. Es decir, "los funcionarios y las figuras públicas se exponen voluntariamente a un mayor riesgo de perjuicio por falsedad difamatoria". Ibid. Pero no está claro por qué exponerse a un mayor riesgo de convertirse en víctima significa necesariamente renunciar a los recursos que el legislador ha establecido para estas víctimas. Y, aun suponiendo que a veces sea justo culpar a la víctima, no está tan claro por qué sigue aplicándose la regla cuando el personaje público "no ha buscado voluntariamente llamar la atención". 378 F. Supp. 3d 1145, 1158 (SD Fla. 2018); véase también Rosanova v. Playboy Enterprises, Inc., 580 F. 2d 859, 861 (CA5 1978) ("No se puede responder, en puridad, a la afirmación de que uno sea una figura pública diciendo que uno no elige serlo").

La falta de apoyo histórico en lo referente al requisito de la intención dolosa de este Tribunal es razón suficiente para revisar la doctrina del Tribunal Supremo. Esta reconsideración se hace aún más necesaria debido a los efectos de la doctrina [Sullivan] en el mundo real. Ya sea en el ámbito público o en el privado, las mentiras causan un daño real. Tomemos, por ejemplo, el tiroteo en una pizzería que se rumoreaba era "el cuartel general de una red satánica de abuso sexual infantil que involucra a los principales dirigentes demócratas, como Hillary Clinton", Kennedy, 'Pizzagate' Gunman condenado a 4  años de cárcel, NPR (22 de junio de 2017) [...] O considérese cómo las publicaciones en línea que tildan falsamente a alguien de "ladrón, estafador y pedófilo" pueden provocar la necesidad de un sistema de control interno. "Hill, A Vast Web of Vengeance", N. Y. Times (30 de enero de 2021) [...]. O pensemos en aquellos a los que se les ha privado de oportunidades de trabajo por falsas acusaciones de racismo o antisemitismo. Véase, por ejemplo, Wemple, Bloomberg Law Tried To Suppress Its Erroneous Labor Dept. Story, Washington Post (6 de septiembre de 2019) [...]. O léase sobre Kathrine McKee: "seguramente este Tribunal no debería obstaculizar el derecho de una mujer a defender su reputación en los tribunales simplemente porque esté acusando de violación a un hombre poderoso". Véase McKee, 586 U. S., en (opinión de THOMAS, J.) [...]

La proliferación de falsedades es, y siempre lo ha sido, un asunto grave. En lugar de seguir protegiendo a los que perpetran mentiras de las vías de recurso tradicionales, como son las demandas por difamación, deberíamos darles sólo la protección que dimana de la Primera Enmienda. Yo estimaría la demanda por difamación.

[...]

JUEZ GORSUCH, voto particular contra la desestimación de la demanda.

La Carta de Derechos [Bill of Rights] protege la libertad de prensa no como un favor a una industria en particular, sino porque la democracia no puede funcionar sin el libre intercambio de ideas. Para gobernarse sabiamente, los legisladores sabían que la gente debía poder hablar y escribir, cuestionar viejas premisas y ofrecer nuevas ideas. "Si una nación espera poder ser ignorante y libre... espera algo que nunca fue y nunca será...  No hay otro lugar más seguro para [la libertad] que el pueblo.... junto con la prensa libre y todo hombre capaz de leer". Carta de T. Jefferson a C. Yancey (6 de enero de 1816), en 10 "The Writings of Thomas Jefferson" 4 (P. Ford ed. 1899).

[...]

Como la mayoría de los derechos, éste va acompañado de sus correspondientes obligaciones. El derecho a las garantía del "debido proceso" en los tribunales implica el deber de acatar los resultados que este proceso produzca. El derecho a la libertad de expresión incluye el deber de permitir que los demás expresen su opinión. Desde los primeros tiempos, el derecho a publicar consistió en ese mismo derecho. En la época de la fundación [del país], la libertad de prensa significaba, por lo general, que el gobierno no podía imponer restricciones previas que impidieran a los individuos publicar lo que desearan. Pero eso no significaba en absoluto que los editores pudieran difamar a las personas, arruinando sus carreras o sus vidas, sin arrostrar ninguna consecuencia por ello. Antes al contrario, los que ejercen la libertad de prensa tienen la responsabilidad de intentar que los hechos presentados sean ciertos o bien, como cualquier otra persona, deberán responder por los daños que hayan causado.

[...]

Este principio se remonta a la época del "Common Law" y a la historia de nuestro país. Como dijo Blackstone: "Todo hombre libre tiene el indudable derecho de exponer al público los sentimientos que le plazcan", pero si publica falsedades "debe asumir las consecuencias de su propia temeridad". 4 W. Blackstone, Commentaries on the Laws of England 151-152 (1769). O, como explicó posteriormente el juez Story, "la libertad de prensa no autoriza la difamación dolosa e injuriosa". Dexter v. Spear, 7 F. Cas. 624 (Nº 3.867) (CC RI 1825). [...]

Esta fue "la opinión aceptada" en esta nación durante más de dos siglos. Herbert v. Lando, 441 U. S. 153, 158-159, y n. 4 (1979). En consecuencia, "desde la misma fundación [del país]" la ley sobre difamación era "casi exclusivamente materia para los tribunales y los legisladores estatales". Gertz v. Robert Welch, Inc., 418 U. S. 323, 369-370 (1974) (White, J., voto particular). Como norma, esto significaba que cualquier persona podía esperar ser resarcida por los daños que le fueren causados por publicaciones falsas sobre ella. Ver Kurland, The Original Understanding of the Freedom of the Press Provision of the First Amendment, 55 Miss. L. J. 225, 234-237 (1985); J. Baker, An Introduction to English Legal History 474-475 (5ª ed. 2019); Epstein, Was New York Times v. Sullivan Wrong? 

 [...]

Esto no cambió hasta 1964. En el asunto New York Times Co. contra Sullivan, 376 U. S. 254 (1964), este Tribunal declaró que los funcionarios ya no podían esperar obtener reparación de daños y perjuicios por difamación, tal como lo habían hecho durante siglos. Ahora, el funcionario público sólo podían ver estimadas sus demandas si demostraban que una falsedad perjudicial respecto a su persona se había publicado con "intención dolosa". "Id. en 279-280". Tres años más tarde, el Tribunal amplió su criterio de la intención dolosa, de los "funcionarios públicos" del Gobierno a las "figuras públicas", fuera del Gobierno. Véase, con carácter general, Curtis Publishing Co. v. Butts, 388 U. S. 130 (1967). Más tarde, el Tribunal amplió aún más dicho alcance, aplicando su nuevo criterio a quienes hayan alcanzado "fama o notoriedad generalizadas" y a aquellas figuras públicas "de alcance limitado" que se "se ven involucradas voluntariamente" o se ven "arrastradas a una controversia pública concreta". Gertz, 418

[...] 

El Tribunal consideró que todas estas innovaciones "revierten 200 años de la ley sobre difamación" y son "necesarias para aplicar el interés de la Primera Enmienda en un debate 'desinhibido, robusto y abierto' sobre cuestiones públicas". Dun & Bradstreet, Inc. v. Greenmoss Builders, Inc., 472 U. S. 749, 766 (1985) 

[...]

Es difícil no preguntarse qué significan estos cambios para la ley. En 1964, el Tribunal pudo haber considerado que el criterio de la intención dolosa era necesario "para garantizar que las voces discrepantes o críticas no quedaran excluidas del debate público". Brief in Opposition 22. Pero si esa justificación tenía fuerza en un mundo comparativamente— con pocas plataformas de expresión, es menos evidente qué fuerza tiene ahora, en un mundo en el que cualquier lleva consigo una tarima [a la que encaramarse y poder decir lo que considere]. Seguramente, también, el Tribunal en 1964 pudo haber pensado que el requisito de la intención dolosa estaba justificado, en parte, porque existían otras salvaguardas para disuadir de la difusión de falsedades difamatorias y desinformación. Ver Logan 794-795. En esa época, muchos de los principales medios de comunicación empleaban a verificadores de hechos y a editores, ídem, en 795, y se podría argumentar que la mayoría se esforzaba en informar con relatos veraces porque, a medida que "el público adquiría mayor confianza en que lo que leía era veraz", más dispuesto estaba a "pagar por la información facilitada" [...] en GORSUCH, J., voto particular," Epstein, 53 U. Chi. L. Rev., en 812. Menos claro es qué influencia tienen estas justificaciones en una nueva era en la que está desapareciendo el modelo económico que daba sostén a los reporteros, a la comprobación de los hechos y a la supervisión editorial.

[...] Estas cuestiones nos llevan a otras, aún más fundamentales. Cuando el Tribunal adoptó originalmente el criterio de la intención dolosa, consideró que el hecho de tolerar la publicación de de información falsa era un coste necesario y aceptable para garantizar que no se suprimieran inadvertidamente ciertas declaraciones veraces y vitales para el autogobierno democrático. Véase Sullivan, 376 U. S., en 270-272. Pero, con el tiempo, el requisito de la intención dolosa se ha convertido en un listón demasiado elevado a la hora de esperar obtener resarcimiento, en un contexto de inmunidad efectiva frente a cualquier responsabilidad. Las estadísticas muestran que el número de juicios por difamación, violación de la privacidad y demandas a los medios de comunicación ha disminuido drásticamente en las últimas décadas: en la década de los 80 hubo una media de 27 al año; en 2017 hubo 3. Logan 808- 810 (estudio de los datos del Media Law Resource Center). En el caso de los pocos demandantes que consiguen el veredicto favorable de un jurado, casi uno de cada cinco hoy en día se verá privado de sus indemnizaciones en procedimientos posteriores al primer juicio. Id., en 809. Y cualquier veredicto que consiga superar todo esto es más que probable que se vea revocado en fase de apelación. Quizás en parte porque la jurisprudencia de este Tribunal ha sido entendida como una invitación a los tribunales de apelación a participar en la inusual práctica de revisar "de novo" las determinaciones factuales del jurado; resulta así que sólo una de de cada tres sentencias dictadas por un jurado sobrevive a la fase de apelación. Id. en 809-810.

[...]

¿La conclusión de todo ello? Parece pues que publicar sin investigar, sin comprobar los hechos o sin editarlos, se ha convertido en la mejor estrategia legal. Véase ídem, en 778-779. Bajo el régimen del requisito de la intención dolosa, tal y como ha ido evolucionando, "la ignorancia es una bendición". Id. en 778. Si se combina este incentivo legal con los incentivos comerciales que fomenta nuestro nuevo mundo mediático, todo parece conjurarse en contra del periodismo tradicional y a favor de los que pueden divulgar la información sensacionalista de la manera más eficiente posible, sin especial preocupación por la verdad. Ver ibid. Lo que comenzó en 1964 con esta decisión de tolerar la falsedad ocasional para garantizar una información sólida por parte de un puñado de medios de comunicación impresos y audiovisuales, ha evolucionado hasta convertirse en un fuerte incentivo para publicar falsedades con unos medios y a una escala nunca antes imaginables. Id. en 804. Dado cómo ha llegado a aplicarse en nuestro mundo el criterio de la intención dolosa de la doctrina Sullivan, incluso resulta difícil no preguntarse si todo ello no "va en contra de los propios valores en que se basa dicha decisión". Kagan, A Libel Story: Sullivan Then and Now, 18 L. & Soc. Inquiry 197, 207 (1993) (A. Lewis, Make No Law: The Sullivan Case and the First Amendment (1991)). Si el objetivo es garantizar un debate democrático informado, ¿en qué medida servimos a dicho interés con reglas que no sólo toleran sino que fomentan la falsedad en cantidades que nadie podría haber imaginado hace casi 60 años?

[...]

Otros elementos plantean aún más interrogantes. En 1964, el Tribunal pudo haber pensado que el requisito de la intención dolosa se aplicaría únicamente a un pequeño número de destacados funcionarios gubernamentales cuyos nombres aparecían siempre en las noticias y cuyas actuaciones corrían parejas a su gestión de los asuntos públicos. También, en este caso, el Tribunal pudo haber pensado que permitir algunas falsedades sobre estas personas y los temas relacionados con ellas era un precio aceptable a pagar con el fin de garantizar que las declaraciones veraces y vitales para el autogobierno democrático no se vieran inadvertidamente soslayadas. Tal vez el Tribunal sopesó los pros y los contras de forma similar cuando decidió ampliar el criterio de la intención dolosa a las "figuras públicas muy famosas", y a las "figuras públicas de alcance limitado".

Pero el mundo actual también arroja nueva luz sobre estas sentencias. Ahora, los particulares pueden convertirse en "figuras públicas" en las redes sociales de la noche a la mañana. Las personas pueden ser consideradas "famosas" por su notoriedad en determinados canales de nuestros medios de comunicación, ahora muy segmentados, aunque sigan siendo desconocidas para la mayoría de los demás medios. Véase, por ejemplo, Hibdon v. Grabowski, 195 S. W. Citado como: 594 U. S. (2021) 3d 48, 59, 62 (Tenn. App. 2005) (quien sostuvo que un individuo era una figura pública de alcance limitado, en parte, porque "se metió en el negocio de las motos acuáticas y se anunció voluntariamente en el grupo de noticias rec.sport.jetski, una web de Internet accesible en todo el mundo"). Los tribunales inferiores han llegado a afirmar que un individuo puede convertirse en una figura pública de alcance limitado simplemente por defenderse de una declaración difamatoria. Véase Berisha contra Lawson, 973 F. 3d 1304, 1311 (CA11 2020). Otras personas, como las víctimas de agresiones sexuales que tratan de enfrentarse a sus agresores, pueden  verse arrojadas a la arena pública en contra de su voluntad y, sin embargo, acabar siendo tratadas, asimismo, como figuras públicas de alcance limitado. Véase McKee v. Cosby, 586 U. S. (2019) (THOMAS, J., coincidiendo en la desestimación  de la demanda) [...]. En muchos sentidos, parece que hemos creado un mundo en el que los jueces discrepantes proponen [revisar la doctrina] pero la mayoría lo rechaza, en línea con la doctrina  Sullivan: un mundo en el que, "voluntariamente o no, todos somos figuras públicas en alguna medida". Gertz, 418 U. S., en 364 (Brennan, J., voto particular) (se omiten los corchetes y las citas intermedias). [...]

De nuevo, no está claro hasta qué punto estos hechos recientes sirven a los propósitos originales de [la doctrina] Sullivan. La doctrina no sólo ha evolucionado hasta convertirse en un elemento de propagación de falsedades publicadas a una escala que nadie podría haber previsto, sino que ha llegado a dejar a mucha más gente sin resarcimiento de lo que nadie podría jamás haber imaginado. Y las mismas categorías y criterios que este Tribunal ha establecido y ordenado a los tribunales inferiores, para que los utilicen en este ámbito ("fama incontestable", "figura pública de alcance limitado"), parecen cada vez más maleables e incluso obsoletos, toda vez que casi cualquier persona puede concitar cierto grado de notoriedad pública en algún segmento de los medios de comunicación. Las reglas que pretenden garantizar un debate sólido sobre la actuación de los altos funcionarios que gestionan los asuntos públicos parecen dejar cada vez más al estadounidense de a pie huérfano de recursos frente a la difamación grave. Al menos tal y como se aplican hoy en día, no está nada claro si las reglas de la doctrina Sullivan contribuyen más a animar a las personas de buena voluntad a participar en el autogobierno democrático o, por el contrario, las desaniman a arriesgarse a dar el menor paso para ejercer alguna actividad en la vida pública.

[...]

"En un país como el nuestro, donde el pueblo... se gobierna a sí mismo a través de sus representantes electos, una información adecuada sobre su gobierno es de importancia trascendental". Dun & Bradstreet, 472 U. S., en 767 (White, J., en apoyo de la sentencia). Sin duda, la doctrina Sullivan pretendía promover ese objetivo, tal y como el Tribunal veía el mundo en 1964. Las desviaciones del significado original de la Constitución suelen ser producto de las mejores intenciones. Pero no está tan claro hasta qué punto Sullivan y todas sus ampliaciones sirven a los objetivos previstos en un mundo actual, que ha cambiado. Muchos miembros de este Tribunal han planteado dudas sobre diversos aspectos de Sullivan. Véase, por ejemplo, McKee, 586 U. S., en (opinión de THOMAS, J.); Coughlin v. Westinghouse Broadcasting & Ca-ble, Inc., 476 U. S. 1187 (1986) (Burger, C. J., acompañado por Rehnquist, J.,[...] Lewis & Ottley, New York Times v. Sullivan en 50, 64 De Paul L. Rev. 1, 35-36 (2014) (recoge declaraciones del juez Scalia). El juez Thomas vuelve a hacerlo hoy. [...] 

Al sumar mi voz a la de ellos, no pretendo ofrecer ninguna respuesta segura. Ni siquiera estoy seguro de cuáles son todas las preguntas que deberíamos formularnos. Pero dados los cambios trascendentales en el panorama de los medios de comunicación, acaecidos en el país desde 1964, no puedo evitar pensar que el Tribunal haría bien en volver a prestar atención, ya sea en este u otro caso, a un ámbito tan vital para la "salvaguarda" de nuestras libertades como éste."

Fin de los votos particulares.

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Que estos votos particulares hayan sucumbido a la mayoría y se planteen, como se ha visto, con tanta mesura y prevención, de un modo casi medroso, indica hasta dónde llegaron las aguas. Purulentas. No es ya que se invierta la carga de la prueba y el personaje público haya de demostrar su inocencia contra viento y marea, en los tribunales populares y también en los jurisdiccionales; es que estamos viviendo tiempos en que se produce una auténtica perversión de la carga de la prueba: probar la intención dolosa de quien te difama a lo que más se asemeja es a la prueba diabólica: más diabólica y más rediviva hoy que nunca.

 


La verdad no es ja ja ja ja




Portada de Truth de 23 de octubre de 1918 (publicación fundada por el liberal inglés Henry Labouchère


Dos jueces estadounidenses del Tribunal Supremo creen que difamar a personajes públicos no ha de salir gratis en este mundo del gatillo fácil digital.


Aquí  lo que dice Liptak del NYT en V.O.


Y aquí una tradu exprés:

"Dos jueces dicen que el Tribunal Supremo debería reconsiderar la decisión histórica sobre la difamación


El juez Neil M. Gorsuch ha sumado su voz a la del juez Clarence Thomas para cuestionar la vieja doctrina sobre difamación y funcionarios públicos establecida en el asunto "New York Times contra Sullivan".

Los jueces Clarence Thomas y Neil M. Gorsuch han dicho que el nuevo contexto de los medios de comunicación les ha pesado a la hora de entender la doctrina sobre difamación establecida en un asunto histórico de 1964.

Por Adam Liptak

2 de julio de 2021

WASHINGTON. -  Dos jueces pidieron el pasado viernes al Tribunal Supremo que reconsiderase la doctrina "New York Times contra Sullivan", el histórico fallo de 1964 que interpreta la Primera Enmienda de la Constitución [de libertad religiosa y de expresión] en el sentido de dificultar que prosperen las demandas por difamación a funcionarios públicos. Uno de ellos, el juez Clarence Thomas, ha repetido puntos de vista que ya había expuesto en un voto particular de 2019. El otro, el juez Neil M. Gorsuch, ha ofrecido nuevos elementos que apuntan a que la doctrina Sullivan y los fallos que la fueron ampliando deben reevaluarse.

Ambos magistrados han efectuado sus comentarios en sendos votos particulares a la decisión del Tribunal Supremo de desestimar la demanda por difamación interpuesta por el hijo de un exprimer ministro de Albania.

Los dos jueces han afirmado que el actual contexto de los medios de comunicación ha influido en su opinión acerca de la doctrina sobre la difamación recogida en el caso Sullivan. Esta doctrina exigía que, para estimar una demanda de difamación presentada por un funcionario público, era preciso por parte de éste demostrar que las declaraciones ofensivas contra su persona se habían hecho a sabiendas de que eran falsas, o bien incorporaban serias dudas subjetivas sobre su veracidad; un criterio más estricto que el aplicable a las demandas presentadas en relación a ciudadanos ordinarios. La doctrina Sullivan se fue ampliando en sentencias ulteriores para incluir a las figuras públicas y no sólo a los funcionarios.

El juez Thomas ha denunciado el auge de las teorías de la conspiración y otras desinformaciones. Para ello se ha hecho eco de una noticia sobre "el tiroteo en una pizzería que se rumoreaba era 'el cuartel general de una red satánica de abusos sexuales a menores en la que estaban implicados altos cargos demócratas, como Hillary Clinton'", y de un artículo del New York Times sobre "cómo publicaciones on-line que tildan falsamente a alguien de 'ladrón, defraudador y pederasta' pueden provocar la necesidad de establecer un sistema de control interno".

"La proliferación de falsedades es, y siempre ha sido, un asunto muy serio", escribe el juez Thomas. "En lugar de seguir evitándoles a los que incurren en mentiras el tener que arrostrar los recursos tradicionales, como son las demandas por difamación, deberíamos otorgarles sólo la protección prevista en la Primera Enmienda". [Esta protege la libertad de religión y la de expresión sin interferencia del Gobierno]

El juez Gorsuch señala que muchas cosas han cambiado desde 1964, y sugiere que la doctrina sobre difamación podía tener sentido cuando había menos fuentes de noticias y, además, eran más fiables y estaban bajo el control de entidades "que empleaban a legiones de reporteros de investigación, editores y verificadores de hechos".

"Un gran número de periódicos y revistas han fracasado", escribe. "Las cadenas de noticias han perdido a la mayoría de sus espectadores. Con esta caída ha llegado el auge de las noticias por cable 24 horas, y las plataformas de medios de comunicación en línea que "monetizan cualquier cosa que consiga clics".

"Lo que empezó siendo en 1964 una decisión que toleraba alguna falsedad ocasional [como peaje a pagar] para garantizar la solidez informativa de un puñado de medios impresos y audiovisuales", escribe, "ha evolucionado hasta convertirse en una importante fuente de ingresos mediante la publicación de falsedades, con unos medios y a una escala nunca antes imaginables".

Los dos jueces han expresado su opinión en sendos votos particulares a la desestimación del recurso, en el asunto "Berisha contra Lawson", nº 20-1063, una demanda por difamación presentada por Shkelzen Berisha, hijo del antiguo primer ministro de Albania, quien demandó al autor y al editor de Arms and the Dudes: How Three Stoners From Miami Beach Became the Most Unlikely Gunrunners in History, un libro publicado en 2015 sobre la compra de armamento, obra en que se basó, a su vez, la película War Dogs.

El Sr. Berisha alegó que el libro, escrito por Guy Lawson y publicado por Simon & Schuster, vinculaba falsamente a su padre con el negocio ilícito de la venta de armas.

El Tribunal de Apelación nº 11 de Atlanta, Estados Unidos, basándose en decisiones que ampliaron en su día la jurisprudencia Sullivan, de los funcionarios a las figuras públicas, dictaminó que el Sr. Berisha era una figura pública.

"Lo que subyace en la doctrina de la figura pública se aplica inequívocamente a Berisha: él era ampliamente conocido por el público, se le había vinculado públicamente con una serie de escándalos de gran interés general, y tuvo un acceso privilegiado a los medios de comunicación albaneses en su esfuerzo por presentar una versión propia de la historia, amén de ser muy cercano a las personas que estaban en el poder", escribe el juez Diarmuid F. O'Scannlain, juez visitante del Distrito nº 9, en el voto unánime de los tres jueces.

Como figura pública, continúa el juez O'Scannlain, el Sr. Berisha debía demostrar que lo que el libro decía sobre él se había publicado con "intención dolosa"; pero no lo logró.

El viernes, el juez Thomas dijo que el Tribunal Supremo se había sacado de la manga la regla de la "intención dolosa".

El pronunciamiento de este Tribunal, en el sentido de que la Primera Enmienda requiere que los personajes públicos demuestren que ha habido "intención dolosa" [en su contra] no guarda "relación alguna con el texto, la génesis o la estructura de la Constitución", escribe, citando un reciente voto particular del juez Laurence H. Silberman del Tribunal de Apelaciones del Distrito de Columbia."

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De momento sólo son dos disidentes, pero no se ganó Zamora en una hora. Ni en dos.


[Seguirá ampliación...]


miércoles, 11 de agosto de 2021

Que vachaché...

Cuba celebra los 50 años de la muerte del Che. "Esta vez creo que el capitalismo ha triunfado". [Bénédicte en Courrier International]




João Cerqueira, habitual en este blog, dejando otro títere sin cabeza.

Aquí en V.O.

Y aquí en tradu exprés.

Cuba: La revolución continúa

José Martí es la única figura revolucionaria cubana que es venerada tanto por el régimen como por los opositores a Fidel Castro.

por João Cerqueira

Escritor

"Mi segunda visita a Cuba, en 1997, fue la que me permitió comprender mejor el país y sus habitantes. Por dos razones: en primer lugar, porque pasé un mes en el país, y en segundo lugar, porque fui solo. Durante mi anterior estancia, viajando con amigos, había conocido a una cubana -Margarita- que ahora me esperaba en La Habana. 

Esta vez no me alojé en un hotel de cuatro estrellas, sino en una casa alquilada en la zona de Vedado. Una casa como la de millones de cubanos, con dos habitaciones, pocos muebles, una televisión en blanco y negro, y sujeta a cortes de luz y agua y -lo peor de todo- infestada de cucarachas. Por lo tanto, iba a vivir en condiciones similares a las de los nativos, obligado a bañarme con un cubo de agua, a cenar a la luz de las velas y a dormir con las cucarachas paseándose por la cama, con la importante diferencia de que yo tenía una tarjeta Visa. Tomar duchas de cubo y estar sin luz casi todos los días no me costó mucho. Sin embargo, enfrentarme a cientos de cucarachas -había un nido en la casa- no fue tarea fácil. Sin embargo, como lo que no te mata te hace más fuerte, en la segunda semana ya pisaba descalzo las cucarachas que entraban en la ducha. Gracias a esta experiencia cubana, hoy soy un intrépido asesino de cucarachas.

Margarita trabajaba como contable en una oficina gubernamental y, como la mayoría de los jóvenes cubanos, soñaba con una vida mejor. La habían educado en la creencia de que debía estar agradecida a la Revolución y que si había problemas en Cuba era culpa de los países capitalistas, especialmente de Estados Unidos. De estudiante había estado en campamentos de verano donde, como la mayoría de los jóvenes cubanos, trabajaba en la agricultura al servicio de la Revolución. Los estudiantes eran llevados de La Habana al campo, y durante un mes recogían tomates y otras verduras. Organizados en grupos por los instructores encargados de los campos, los estudiantes trabajaban ocho horas al día. A cambio de su trabajo recibían comida, sesiones de adoctrinamiento ideológico e instrucción en el manejo de las armas -supongo que aún hoy saben montar y desmontar un Kalashnikov-. Como no había alternativa y como todo el mundo hacía lo mismo, en ese momento nunca consideró que estaba haciendo un trabajo de esclavo. 

Sin embargo, con la apertura de la isla al turismo, Margarita, como el resto de los cubanos, comenzó a tener una nueva conciencia política. Si ya se sentía descontenta con la falta de libertad y la escasez de alimentos y productos de primera necesidad -en aquella época, el jabón era un bien escaso en Cuba-, cuando empezó a hablar con los turistas, su descontento se convirtió en indignación. Una furiosa indignación contra el régimen comunista y, sobre todo, contra Fidel Castro. "El hijo de p...", así lo llamaba.

En las conversaciones que mantuvimos, con la ingenuidad de un turista, le pregunté si había algo positivo en Cuba, si no valoraba el sistema educativo y sanitario... Después de todo, yo mismo me había beneficiado de la medicina cubana unos días antes: había estado en cama con 40º de fiebre y, tras tomar una pastilla similar a un caramelo de azúcar y almendra con su envoltorio de la tienda Senhor dos Pasos, al día siguiente estaba curado y listo para matar cucarachas. Su rabia se volvió entonces contra mí, turista ignorante que nunca había pasado hambre. A continuación, escuché un relato de su miseria en los últimos años, tras el fin del Período Especial (el fin de la ayuda de la URSS). Los ciudadanos que hasta entonces tenían un nivel de vida por encima de la miseria, de repente se vieron privados de todo. Alimentos, productos de higiene, medicamentos, etc. La carne y el pescado prácticamente desaparecieron de la dieta cubana, y la comida diaria se convirtió en arroz y frijoles. Noche y día, semana tras semana. Los que tenían parientes en el campo se las arreglaban, clandestinamente, para tener acceso a una dieta más variada. Pero para la mayoría, no había más que el arroz y las judías que se distribuían en las tiendas del Estado previa presentación de una cartilla que controlaba la cantidad de alimentos a la que tenía derecho cada persona.

En aquella época, el delito de matar a una vaca podía ser castigado con una pena similar a la de matar a un ser humano. Tampoco se permitía a los cubanos comer langostas, ya que la carne, la leche y los mariscos se convirtieron en el coto privado de los turistas.

Sin embargo, a pesar de estar indignada contra el régimen, Margarita no se negó a visitar el Museo de la Revolución conmigo. Pronto entendería yo por qué. 

Fundado poco después de la revolución, el 12 de diciembre de 1959, el Museo de la Revolución se instaló inicialmente en el antiguo castillo de San Salvador de la Punta y posteriormente ocupó el antiguo Palacio Presidencial de Fulgencio Batista. En él se presenta no sólo el triunfo de Fidel Castro, sino toda la historia revolucionaria de Cuba. Así, el visitante comienza regresando al siglo XIX donde se encuentra con la guerra de la independencia contra España, en la que predomina la figura del poeta e ideólogo José Martí, muerto en combate en 1895. Martí es la única figura revolucionaria cubana que es venerada tanto por el régimen como por los opositores a Fidel Castro. Para el régimen simboliza la lucha contra el colonialismo, para los opositores simboliza la lucha contra la dictadura.

Una vez presentado Martí, se empieza a contar la revolución castrista, con Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara como protagonistas, además del propio Fidel. El plan concebido en México, el desembarco del Granma, el refugio en la Sierra Maestra, la toma de Santa Clara y la entrada triunfal en La Habana, todas estas etapas se narran con detalle al visitante. Para dar realismo al relato, se presentan estatuas de los revolucionarios en medio de las montañas (sin cucarachas), fotos, armas, ropa, diarios, efectos personales, puros y el teléfono dorado de Batista. En un edificio contiguo -el memorial Granma- se exhibe una réplica del barco y, entre varios cañones, aviones y tanques de guerra, el misil soviético SA-2 que derribó un avión U2 estadounidense.

Mientras observaba atentamente la exposición, me di cuenta de que Margarita se había acercado a un retrato del Che Guevara y se había quedado mirándolo. A diferencia de Cienfuegos y Castro, a quienes apenas había echado un vistazo, frente a Guevara parecía hipnotizada. Con cuidado de no irritarla de nuevo con algún comentario estúpido, le pregunté qué pensaba del revolucionario argentino. Para mi sorpresa, sentía una gran admiración por el Che Guevara. Él no tenía la culpa de su miseria. No, en absoluto. Había luchado por liberar a Cuba de la dominación estadounidense y, si hubiera sido él quien gobernara en lugar de Fidel y Raúl Castro, todo habría sido diferente.

Pensé en responder que no había diferencia entre el Che y Fidel, que ambos personificaban el régimen comunista que la oprimía, que el Che había matado a cientos de cubanos y despreciaba a los negros como ella. Sin embargo, esta vez me callé. En el Museo de la Revolución, rodeado de la turbulenta historia de la isla, en constante lucha desde que se liberó del dominio español, un ciudadano cubano rinde homenaje a uno de los últimos héroes que le quedan. Martí estaba demasiado lejos para ser considerado un héroe. Guevara, protegido por la propaganda y la muerte, seguía siendo admirado por algunos jóvenes cubanos.

¿Qué derecho tenía yo, con mi tarjeta Visa en el bolsillo, a destruir su sueño? Después de todo, ¿no llevan millones de jóvenes de los países capitalistas camisetas con su cara mientras se entregan al consumismo burgués? La contradicción y el sentido del ridículo son conceptos tan esotéricos para ellos como una sesión de santería.

Y así el sistema capitalista logró lo que el régimen de Fidel Castro nunca pudo lograr: sacar al Che Guevara del Museo de la Revolución y globalizarlo.

Han pasado los años y el pueblo cubano vuelve a estar en la calle. Se está produciendo una nueva revolución. El régimen comunista responde con su habitual violencia. Entre los manifestantes que arriesgan su vida por la libertad, sin duda estará Margarita."


lunes, 9 de agosto de 2021

"Le monde" de antes



Entrevista con el escritor suizo Roland Jaccard:

Aquí en V.O.


Después de todo, nadie te obliga a llegar a viejo...

Conversación con Hyacinthe

Roland Jaccard nació en Lausana (Suiza) el 22 de septiembre de 1941. Durante mucho tiempo columnista del periódico Le Monde y director de una colección en las Presses Universitaires de France (PUF); es autor de una obra proteica compuesta por ensayos (L'exil intérieur, La tentation nihiliste seguidos de Le cimetière de la morale), diarios (L'âme est un vaste pays, L'ombre d'une frange, Journal d'un homme perdu, Journal d'un oisif) y libros ilustrados (Dictionnaire du parfait cynique, Retour à Vienne). El 16 de abril de este año 2021, publicó Le Monde d'avant. Journal 1983-1988).

Hyacinthe: Su último libro tiene más de 800 páginas, y su obra más de 25.000. ¿Es usted, Roland Jaccard, un maniaco de la escritura? ¿Vive o escribe?

Roland Jaccard: Querido Hyacinthe, sería un error creer que soy, como lo imagina, un "maniaco de la escritura": nadar al sol, jugar al ping-pong y bromear con deliciosas jovencitas me causan tanto o más placer. Por no hablar de que el ajedrez (fórmula Blitz) o los partidos de fútbol (por desgracia, ahora en la televisión... las afrentas de la edad) me deleitan tanto como garabatear palabras. Hay lectores que las aprecian y yo estoy encantado. Pero, a decir verdad, no me hubiera disgustado ser director -al estilo de un Fritz Lang- en Hollywood... eso se quedará para otra vida, si es que podemos tener una segunda oportunidad, cosa que dudo.

Hyacinthe: ¿A qué mundo se refiere? Al del periódico Le Monde, donde se codeó con François Bott y Tahar Ben Jelloun, entre otros, o al del mundo literario, por el que pasan Cioran, Gabriel Matzneff, Clément Rosset e incluso el joven Michel Onfray, del que hace un magnífico retrato: "Este sábado 26.4.1986. Pasé la tarde en el bar Lutetia con un joven profesor de filosofía, de 27 años, Michel Onfray, que lleva con melancolía un manuscrito que ha sido rechazado por todas las editoriales parisinas. Dice estar influenciado por Cioran, Matzneff, Bott y yo mismo, y se niega a comprometerse, añadiendo que ya sufrió bastante en su infancia las humillaciones sufridas por su padre, un simple operario agrícola. Mientras le explico cómo funciona el mundo intelectual parisino, me pregunta a bocajarro cómo puedo conciliar tanta frivolidad con mi pasión por Louise Brooks. Necesito las dos cosas por igual y ya se me ha pasado la edad del "o todo o nada". La palabra que más odiamos en la juventud, "compromiso", es también a la que nos debemos para sobrevivir después de cumplir los treinta años. Y es, sin duda, la palabra que un día dará fama a nuestro desconocido y joven filósofo. (p. 633)

Roland Jaccard: Menciona, querido Hyacinthe, el gran diario vespertino Le Monde, donde tuve el privilegio de recalar tras unos modestos estudios universitarios en Lausana. Fue una época dorada. Hice amistad con François Bott, el muy elegante, Jean-Michel Palmier, Tahar Ben Jelloun, Gabriel Matzneff y algunos otros a los que menciono en Le Monde d'avant, manteniéndome siempre en lo esencial, es decir, en la anécdota. Además, en ese momento vivía -las pasiones no están hechas para durar- con una joven novelista vietnamita* que me había ligado en la Maison des Lycéennes [Casa de las colegialas] (¡todo un programa!). Han pasado los años y ella no está lejos de ingresar en la Academia Francesa, lo cual, dada mi dudosa reputación, no es probable que me ocurra a mí, ni a mi amigo Gabriel Matzneff. Al menos habremos pasado juntos unos tórridos veranos en la piscina de Deligny con total despreocupación.

Hyacinthe: Hoy, unos meses antes de su 80º cumpleaños, la edad en la que su propio padre se suicidó, como escribió en Le Monde d'avant. Journal 1983-1988 ("22.09.85. Fue mi padre quien se suicidó, el día antes de mi cumpleaños. Con serenidad y coraje. Sin patetismo", p. 516), pero también en general, ¿piensa usted en el suicidio, o le salvó su amistad con Cioran?

Roland Jaccard: Querido Hyacinthe, como bien me recuerda, aquí estoy a la edad en que mi padre se suicidó, siguiendo a su vez los pasos de su propio padre. La época también en la que nuestro maestro, Emil Cioran, se fue apagando. Los tres me mostraron el camino. Les debo el haber intuido a una edad temprana que la diferencia entre la vida y la muerte es ínfima y que favorecer una a costa de la otra es una forma de insania.

Hyacinthe: ¿Lee hoy Le Monde? ¿Cómo ve la evolución de este periódico en particular y de la llamada prensa literaria francesa? Algunos hablan de un declive. ¿Qué opina de esto? ¿Qué papel juega Internet en lo que está ocurriendo?

Roland Jaccard: Me pregunta, querido Hyacinthe, si todavía leo Le Monde. Me fui de allí en 2001, consternado por el hundimiento de ese Titanic del periodismo, ahora al servicio de ideologías biempensantes que me repugnan. Los tiempos han cambiado y es hora de fletar mi modesto barco en pos de otros horizontes. O para beber el jarabe mexicano que me enviará al infierno. Después de todo, nadie te obliga a llegar a viejo...

Hyacinthe: Como amigo de Gabriel Matzneff, cuya figura ronda su diario, y de quien escribe: "Siempre esta sensación de ser inferior a Gabriel (no es sólo una sensación, se podría decir, sino una realidad) y de estar amenazado" (p. 88-89), y como testigo de su relación con "Vanessa", cuyo apellido usted nunca revela, ¿cómo leyó usted Le Consentement y cómo vivió todo lo que pasó con su amigo?

 Roland Jaccard: Como no me gustan las efusiones sentimentales, no me extenderé, querido Hyacinthe, en la reciente muerte de dos amigos muy cercanos, Clément Rosset y Pierre-Guillaume de Roux, ni en la despreciable cacería humana que se ha emprendido contra Gabriel Matzneff. Prefiero detenerme aquí. Entenderá el porqué.

Hyacinthe: Si tuviera que volver a empezar, ¿qué elecciones haría? Si tuviera que encarnarse o reencarnarse en una palabra, en un árbol, en un animal, ¿cuál sería respectivamente? Por último, si uno de sus poemas tuviera que ser traducido a otros idiomas, al árabe por ejemplo, ¿cuál elegiría y por qué?

 Roland Jaccard: Para empezar, este verso, al despertar:

Dulce pájaro de  juventud, /¿Volveré a encontrarte alguna vez...?

Reencarnación: no gracias.

En cuanto a la literatura: sí, en las catacumbas...

Una corrección: me gustan las chuletas de cordero y el helado de té matcha...

He vivido en Japón y he viajado por China.

Y mi mal gusto me empuja por la noche a seguir series chinas en la televisión...

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*La escritora franco-vietnamita Linda Lê.