lunes, 6 de diciembre de 2021

Zemmour el identitario (primera parte)

Entrevista en dos partes con el candidato sorpresa (y con viento de cola) a la Presidencia de Francia, Éric Zemmour de Elisabeth Lévy (directora de Causeur) y Gil Mihaely

Aquí  la primera parte en V.O. 


Y aquí en una tradu exprés:

"Tiendo la mano a los musulmanes que se asimilan"

El rechazo a la inmigración masiva y la consiguiente islamización es el pilar central del discurso de Éric Zemmour. Según él, detener los flujos migratorios es un primer paso necesario para "reafrancesar" Francia. Y es urgente: ya estamos en guerra civil. Sintiéndose apoyado por la mayoría de los franceses, "un pueblo eminentemente político", Zemmour cuenta con la unión de las clases trabajadoras y de la burguesía para incorporar a los patriotas a su causa.

Causeur. Los estudios demuestran que la mayoría de los musulmanes franceses -el 70%, es decir, varios millones- están en proceso, si no de asimilación, sí de integración. ¿No se corre el riesgo de que su discurso los antagonice innecesariamente? ¿No debería, por el contrario, convertirlos en sus aliados?

Éric Zemmour. Hay una distinción que me niego a hacer, la que existe entre el Islam y el islamismo, porque esta distinción pretende hacernos creer que existe un Islam moderado, un Corán moderado: esto es falso. El Islam es al mismo tiempo una religión, una relación entre el hombre y Dios, pero también es un código, la Sharía, una nación, la Umma el-Islam, o comunidad de creyentes, y una civilización. El Islam es, por tanto, un sistema completo que pretende dictar la vida a sus seguidores. Sin embargo, yo sí diferencio entre el Islam y los musulmanes, quienes, como individuos, no están obligados a seguir al pie de la letra una concepción totalitaria del Islam. Rechazo la islamización de Francia, pero no lucho contra los musulmanes como individuos. En el pasado, luchamos contra el comunismo como ideología mientras aceptábamos a los comunistas en la sociedad. Por último, lo que digo a los musulmanes no difiere de la famosa frase de Clermont-Tonnerre sobre los judíos: "Hay que dar todo a los musulmanes como individuos, pero no hay que darles nada como nación".

-Les pide que "cristianicen" el Islam...

-Les digo que pueden seguir respetando el Islam como religión, pero les pido que renuncien a formar una nación o a imponer un código en Francia. Para decirlo en pocas palabras, podemos llamar a eso "cristianizar el Islam", porque el cristianismo es una ruptura histórica que se opera en relación con la fe, con la trascendencia privada, el criterio esencial de la religión; mientras que las otras religiones son, sobre todo, un corpus de normas sociales. Además, según esta definición, hay musulmanes que sí "cristianizan" la práctica del Islam. ¿Pero acaso son tan numerosos como se dice? No lo sé. Los estudios son contradictorios. El estudio del Institut Montaigne muestra, por ejemplo, que la mayoría de los jóvenes musulmanes franceses sitúan la Sharía por encima de las leyes de la República, lo cual es preocupante...

-Más allá del tema de los musulmanes, la máquina asimiladora ya no asimila a mucha gente...

-Había asimilado relativamente bien a las generaciones anteriores, sobre todo a las oleadas que venían de Europa. Pero "el Islam está cambiando las reglas del juego", según la expresión de Michèle Tribalat. Con la llegada de los inmigrantes musulmanes, mucho más alejados de nuestra cultura de lo que lo estaban los italianos o los españoles, la máquina asimiladora se gripa. Hoy en día, se han multiplicado en nuestro país los enclaves extranjeros en los que no imperan ni la ley ni las costumbres francesas, tal y como muestra la película Bac Nord. Esos famosos "territorios perdidos por la República" se han convertido, en veinte años, en "territorios conquistados" por el Islam, colonizados por una civilización extranjera. 

Los musulmanes deben elegir entre estos dos modelos. Sus padres, sus abuelos, o ellos mismos, huyeron de tierras islámicas, en particular porque ya no podían soportar los efectos más nocivos de esa civilización, ¡así que yo no entendería que quisieran reinventarla aquí! Y sin embargo, esto es lo que está ocurriendo. El Estado debe encarar a los musulmanes con sus responsabilidades y yo no prejuzgo cuál será su respuesta. Hay que restablecer los criterios y la obligaciones de la asimilación anterior. Los que opten por la asimilación al estilo francés serán bienvenidos y nuestros compatriotas. En realidad, yo estoy tendiendo la mano a los musulmanes.

-Usted habla del Islam como una realidad ontológica, incluso metafísica, inmutable y no como un fenómeno histórico. También el judaísmo es una "religión mundial", un conjunto de normas, estatutos sociales y jurídicos. Pero es cierto que se reinterpretan constantemente.

-Esto es así, sólo que en Francia Napoleón pidió a los judíos que eligieran. Y los judíos eligieron el modelo "israelita", que consistía en "cristianizar" la práctica religiosa circunscribiéndola al ámbito privado. No pido otra cosa a los musulmanes. Pido al Islam discreción en el espacio público. Ni minaretes, ni velos, ni chilabas. No tenemos que saber quién es musulmán y quién no. Los judíos han respetado esta discreción... Hoy, incluso se ven obligados a hacerlo por su propia seguridad.

-En contra de la creencia popular, los judíos esquivaron las exigencias más difíciles de Napoleón (por ejemplo, un determinado porcentaje de matrimonios mixtos) antes de tardar décadas en inventar el "israelismo".

-No obstante aceptaron que los soldados judíos de la Grande Armée no tuvieran que comer kosher. También aceptaron los nombres de pila franceses. En cualquier caso, tenemos muchas armas a nuestra disposición, pero nos falta la voluntad. En primer lugar, debemos detener los flujos migratorios. Este es un requisito esencial porque se asimila a individuos, pero no a pueblos. En esta perspectiva, hay que suprimir todos los derechos automáticos: la reagrupación familiar, el derecho de asilo, el derecho del suelo (ius soli), incluso los permisos de residencia de diez años renovables automáticamente. A los parados de larga duración extranjeros no se les debe renovar el permiso. El atractivo social de Francia debe cesar y hay que reservar la solidaridad para los franceses. Estoy seguro de que, de este modo, el número de candidatos a la acogida en Francia disminuirá drásticamente. En definitiva, tenemos que dejar de acoger a los que vienen y asimilar a los que se queden.

-Usted va más allá con su "inmigración cero". ¿También quiere frenar la llegada de estudiantes extranjeros?

-Quiero que no haya un derecho automático de acogida en Francia. Por lo tanto, los elegiremos caso por caso, y no en masa, como hoy. En realidad, son los propios inmigrantes los que deciden actualmente nuestra política migratoria, gracias a los derechos que les concedemos: el derecho a la reagrupación familiar, el derecho a venir a estudiar, a trabajar, a solicitar asilo y, de hecho, a quedarse aunque su solicitud sea rechazada... Para la reagrupación familiar y el matrimonio con extranjeros, ya no debería haber un derecho automático, sino una solicitud que se presentara al prefecto [delegado del Gobierno], que decidiría caso por caso. En cuanto al derecho de asilo, las solicitudes ya no deberían cursarse en suelo francés, sino en el extranjero, directamente en los consulados franceses, y todos los que no respeten esta norma serán considerados como inmigrantes ilegales.

-¿No es la formación de los estudiantes parte de la influencia y del "soft power" de Francia?

-La formación de estudiantes extranjeros forma parte de la influencia de Francia cuando los estudiantes son brillantes y vuelven a su país, mejor formados, una vez que obtienen su diploma francés. Esto no es exactamente lo que ocurre hoy en día... excepto con los extranjeros europeos. En realidad, si tenemos que detener estos flujos es porque el sistema está siendo desnaturalizado. En general, asistimos a una carrera de velocidad entre la demografía y la política. En cuanto África tenga 2.000 millones de habitantes y Europa entre 400 y 500 millones, el desbordamiento africano acabará llegando a nuestros países. O bien lo aceptamos, como Macron; o bien decimos que no y bloqueamos a todas las masas.

-Marine Le Pen no dice nada diferente...

-Marine Le Pen ha pronunciado varios discursos sobre la inmigración. Pero ella no impone ninguno de ellos. Entendí quién era realmente en 2017, cuando un año y medio después del atentado del Bataclan habló del euro en lugar de insistir en el tema de la migración y la identidad. Con esto queda todo dicho. Hoy habla de la inmigración porque yo estoy aquí, pero su proceso de "desdiabolización" ha llegado muy lejos. Llevo unos días escuchando el nuevo ángulo de ataque del RN, según el cual la cuestión de la migración pasaría a un segundo plano frente a la cuestión del poder adquisitivo. No lo comparto. Dicho esto, yo no me defino en relación al partido RN y a su líder Marine Le Pen. Ella dice y hace lo que quiere. Yo me planteo la cuestión del destino de Francia. Realmente creo que está en peligro de muerte. Si la ley de la demografía se impone, seremos, en el mejor de los casos, un Líbano en grande. Estoy encantado de que el rumor de mi candidatura permita plantear por fin esta cuestión existencial, totalmente ausente en la campaña de 2017. [El día de la entrevista aún no era oficial su candidatura]

-Incluso los que comparten su diagnóstico temen una guerra civil. Tienen miedo de que usted someta el país a fuego y sangre. ¿Cómo puede tranquilizarlos?

-¡Pero si la guerra civil ya está aquí! Cuando se degüella a un profesor en medio de la calle, yo llamo a eso guerra civil. Cuando una mujer policía es asesinada en una comisaría, yo lo llamo guerra civil. Cuando un sacerdote es asesinado en su iglesia, lo llamo guerra civil. Chevènement, hace unos años, habló de "guerra civil de baja intensidad". Bueno, ya estamos en una guerra civil y cada vez hay más ruido. La guerra civil es un proceso extremadamente largo, no ocurre de la noche a la mañana. En Francia, antes de la noche de San Bartolomé, hubo décadas de enfrentamientos, de guerra latente, de incidentes aislados aquí y allá. Todo esto tarda en cristalizar. Este proceso ya ha comenzado, y debe ser detenido inmediatamente. Soy lo contrario al "candidato de la guerra civil", porque soy el único que la ve y quiere detenerla. Pero hay dos maneras de detenerla: ganándola o cediendo, con la paz o con el pacifismo. No soy pacifista, yo quiero la paz, pero sólo podemos conseguirla por la fuerza. La fuerza del Estado no es la guerra civil, es el regreso del orden. Como decía Péguy: "Sólo el orden crea libertad, el desorden genera servidumbre". Hoy estamos en el desorden, y por lo tanto en la servidumbre, porque nuestros líderes han sido pacifistas durante cuarenta años.

-¿Se logrará esta vuelta al orden mediante la violencia?

-Voy a repetirme: ¡la violencia ya está ahí! No pasa una semana sin que la Policía sea objeto de lanzamiento de proyectiles, fuego de mortero e insultos en las "banlieues" de Francia. ¿Hasta cuándo deberemos aceptar esta violencia? Me recuerda la frase de Churchill tras el Acuerdo de Múnich... La vuelta al orden requerirá firmeza. Sólo restaurando la autoridad del Estado, restableciendo el monopolio de la violencia legítima del Estado, evitaremos la violencia indiscriminada. Vuelvo a las matanzas de la San Bartolomé: no fueron el inicio de una política de "limpieza religiosa", sino ante todo la explosión de una violencia indiscriminada provocada por la debilidad de un Estado monárquico que no había sido capaz de frenar la espiral de guerra civil que vivía Francia desde hacía una década. Al no atreverse a someter al "Estado dentro del Estado" en que se había convertido la comunidad protestante, con sus oficiales militares, sus plazas fuertes y su sociedad paralela, el Estado monárquico abrió la caja de Pandora del odio entre católicos y protestantes franceses. Una tarea [de sometimiento] que Richelieu finalmente sí llevó a cabo con el asedio de La Rochelle medio siglo después.

-Más fácil decirlo que llevarlo a la práctica... Para usted, ¿hay una distinción entre ciudadano de la República Francesa, titular de un pasaporte y miembro de la nación francesa?

-Cuando eres francés, eres francés, vengas de donde vengas, y no parece que quieras volver por la fuerza al país del que procedes. Así que lo digo claramente para los que me atribuyen ciertas posturas: no voy a "desnaturalizar" ni a hacer "reemigrar" a los franceses. Los franceses que sólo tienen la nacionalidad francesa son intocables y no es deseable ni posible enviarlos a otro lugar. Este razonamiento se aplica a todos los franceses, tanto si han nacido franceses como si han adquirido la nacionalidad por naturalización. No hago distinción alguna entre ambas categorías.

A partir de ahí, hay que diferenciar entre los extranjeros que no tienen la nacionalidad francesa y los que tienen la doble nacionalidad. En cuanto a los extranjeros que residen en nuestro territorio, no todos tienen por qué permanecer en Francia. Un país soberano tiene el derecho y el deber de elegir quién entra en su territorio y quién permanece en él. Por ejemplo, cuando un extranjero supone una amenaza para la seguridad de los franceses -por ejemplo, si está clasificado en la lista S-, no debería tener derecho a permanecer en el país. Los que son una carga para nuestras finanzas públicas, porque llevan demasiado tiempo en el paro, tampoco deberían quedarse: ¡imitemos a Estados Unidos en este punto! Del mismo modo, quienes cometan delitos o faltas no podrán permanecer en Francia: hay que restablecer la doble pena. Actualmente hay 17.000 extranjeros en nuestras cárceles: ¿le parece normal? Por lo que a mí respecta, deberían ser devueltos todos. Nos cuestan mucho, son perjudiciales para la sociedad. ¡Que nos dejen vivir en paz!

-Mientras tanto, para asimilar a los que están aquí, debemos plantearnos la cuestión de la identidad francesa...

-En el libro C'était De Gaulle, Alain Peyrefitte refiere una frase que, al parecer, pronunció el General durante la guerra de Argelia: "Es muy bueno que haya franceses amarillos, negros y morenos. Demuestra que Francia está abierta a todas las razas y que tiene una vocación universal. Pero a condición de que sigan siendo una pequeña minoría. De lo contrario, Francia dejaría de ser Francia. Somos ante todo un pueblo europeo de raza blanca, de cultura griega y latina y de religión cristiana". No es una mala definición.

La asimilación también tiene que ver con la filiación: "Nuestros antepasados los galos", como se repetía en las escuelas de París, Lille, Marsella, pero también en Dakar o Tananarive. No como una verdad histórica, sino como un acto de fe. Para mí, judío argelino, la asimilación es cuando puedo decir en el mismo acto de fe que Napoleón es mi abuelo y Juana de Arco mi antepasada.

En realidad, la asimilación tiene que ver con el espíritu, el sentimiento y las emociones pacientemente forjadas por una memoria común y por una misma biblioteca imaginaria de libros, películas, réplicas y referencias. Sí, asimilar significa conocer las mismas películas, haber visto las mismas telenovelas, tararear las mismas canciones, conocer los mismos dichos y refranes. Es todo lo que hace que un francés esté en pie de igualdad con otro francés.

-¿Cómo puede articularse esta definición carnal de Francia con la identidad universalista de 1789, que se ha ido renovando en nuestra historia republicana?

-El universalismo francés no nació con la Revolución Francesa, ya existía en los siglos XVII y XVIII con Descartes, Voltaire y Diderot. Incluso se podría ir más atrás: el universalismo de la Ilustración está vinculado al universalismo católico establecido por San Pablo. "Ya no habrá judío ni griego, ya no habrá esclavo ni libre, ya no habrá hombre ni mujer, porque todos serán uno en Cristo Jesús". André Suarès escribió: "Vaya o no a la iglesia, el francés lleva el Evangelio en la sangre, y los peores errores que comete llegan cuando insufla sentimientos a la política." Esta es la definición de Francia: es ante todo un país católico, y por tanto universal, pero esta universalidad es el producto de un pueblo francés que, a lo largo de los siglos, se ha constituido con la religión católica, con la cultura grecorromana. Para conciliar el lado carnal y el lado universalista, uno debe asimilarse a la cultura francesa. Eso es lo que hice yo, eso es lo que hicieron mis padres y lo que hizo mucha gente. Soy un francés "de rama" y no un francés "de raíz". Por eso creo en la asimilación. Emmanuel Macron, por su parte, dijo: "Estoy en contra de la asimilación, estoy a favor de la integración". En realidad, la integración es una antífrasis: es la desintegración. Cuando se habla de integración, sólo se habla de economía y se acaba en esa creolización tan cara a Jean-Luc Mélenchon. Pero yo no quiero que nazcan criollos: quiero que vuelvan a fabricarse franceses.

-Al escucharle, uno piensa que nuestro problema es más antropológico que religioso: la familia nuclear frente al clan y la tribu. Pero las diferencias antropológicas están desapareciendo. En la tercera generación, la tasa de fertilidad de los inmigrantes alcanza la norma francesa.

-Sólo que hay una primera generación... interminable. Cuando se analiza, por ejemplo, el estudio de France Stratégie, un organismo gubernamental, que usted misma ha publicado en esta revista, se observa que donde ha habido inmigración durante mucho tiempo también ha habido llegadas recientes. Pero para que se produzca la asimilación, los que son acogidos deben ser minoría en comparación con los que acogen. Esto nos lleva de nuevo a la cuestión de los flujos. Además, la antropología está entrelazada con la religión. El modelo familiar islámico es la antítesis absoluta del modelo francés. El rey Hassan II dijo de "sus marroquíes" que nunca serían franceses. Además, fuimos a buscar a gentes que habían sido objeto de la colonización francesa y que, por lo tanto, se hallaban en una tesitura de revancha histórica. Nuestras élites fueron criminalmente ingenuas, histórica y económicamente ignorantes. En mi libro, cuento que Jean-Christophe Cambadélis me decía siempre: "Estos querrán llevar Nikes". Ese es el horizonte de nuestras élites hoy en día. Excepto que uno no se asimila al mercado sino a la cultura francesa. Y hoy en día... llevan Nikes bajo la chilaba.

-Sin embargo, no hay problemas de asimilación con los burgueses suníes de Beirut ni con los burgueses chiíes de Teherán. Las dificultades de asimilación son un problema de gentes que vienen "de sitios perdidos".

-No, no es una cuestión social, sino una cuestión de civilización. Sea cual sea la clase social, lo importante es la voluntad de asimilarse o no a la cultura francesa. Hay taxistas bereberes que me paran por la calle y me cuentan que pusieron a sus hijos nombres de pila franceses y los enviaron a la escuela católica. Y Bin Laden era un gran burgués. Le da usted demasiada importancia al determinismo social...

-¿Qué tipo de compromiso pretende acordar con los musulmanes? ¿A qué tendrán que renunciar al asimilarse? ¿Qué obtendrán a cambio?

-Les pediré que hagan exactamente lo que han hecho las generaciones anteriores de inmigrantes, es decir, que se asimilen a la cultura francesa. Para ello es necesario controlar los flujos, la cultura y las escuelas. Es absolutamente necesario recuperar una escuela en la que se integren la cultura francesa, la literatura francesa y la Historia francesa, en la que dejemos de oponer historias y memorias particulares, en la que dejemos de decir a los niños que Francia es culpable de todas las desgracias de sus antepasados. Hay que enseñarles que a partir de ahora son franceses y que deben apropiarse de los ancestros de los franceses. Ser francés es ser compatriota de Pascal y de Chateaubriand. ¿Qué puede haber más magnífico que eso?

[...]

Fin de la primera parte de la entrevista.



¡Éric.. te lo aseguro! ¿Crees que es el mejor modo de pasar desapercibido por la calle?"