jueves, 2 de diciembre de 2021

Joséphine Baker en el Panteón



Joséphine Baker, enterrada en 1975 en Mónaco, donde vivió sus últimos años desengañada de Francia, regresa a su país de adopción, en efigie.

Aquí, la emocionante  ceremonia [en vídeo YouTube] y también el discurso de entrada en el Panteón pronunciado por el presidente Emmanuel Macron, en V.O.

Y aquí una tradu exprés del discurso:


DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA CON MOTIVO DE LA CEREMONIA DE ENTRADA DE JOSÉPHINE BAKER EN EL PANTEÓN.

30 DE NOVIEMBRE DE 2021

Heroína de guerra. Luchadora. Bailarina. Cantante. Una mujer negra que defiende a los negros, pero ante todo una mujer que defiende a la raza humana. Americana y francesa. Joséphine Baker libró tantas batallas con libertad, ligereza y alegría. Fulgurante de belleza y lucidez en un siglo de extravíos, tomó las decisiones correctas en cada momento crucial de la Historia, tomó las decisiones correctas, distinguiendo siempre las Luces frente a la oscuridad.

Y sin embargo, nada, nada de todo esto estaba escrito.

Saint-Louis, 1906. 

Nacer de madre lavandera y padre desconocido. Vivir en una choza con el techo agujereado. Con sólo ocho años, servir a una familia blanca y rica para alimentar a su familia negra y pobre. Ser golpeada, objeto de abusos. Huir. Asistir impotente a los disturbios raciales y su retahíla de asesinatos.

Casarse a los13 años. No rendirse. Bailar, bailar para vivir, vivir para bailar.

En St. Louis, en Nueva Orleans y luego en Filadelfia, hechizar al público con su energía y humor.

Llegar a Broadway, el teatro de todas las posibilidades, y conocer a Caroline Dudley, creadora de revistas en Europa. Y hacer que se levanten todos los telones, que se abran todas las puertas, que caigan todas las barreras.

París, 1925. Cuando Joséphine Baker llega a Francia, París era una fiesta. Todavía no tenía 20 años. Los locos Años Veinte. Años de baile y música. Años de noches y ebriedad en las que Joseph Kessel se sumerge sin saber que un día escribirá el Canto de los Partisanos [que se ha cantado en la ceremonia].

Si en esta Francia dividida entre la sed de libertad y los prejuicios coloniales se distingue la chica de Saint-Louis es porque inventa, a partir de la famosa velada del 2 de octubre de 1925 en el Théâtre des Champs Elysées, un número musical que va más allá de las contradicciones francesas de la época. ¿Deciden los creadores de la Revista Nègre imaginar una danza del vientre para ella, una fantasía de exotismo salvaje? Ella lo encaja, pero baila hinchando las mejillas y separando al máximo sus rodillas, de modo que lo cómico pronto distrae de lo sensual. ¿Se le pide que baile desnuda con un simple cinturón de plátanos dorados? Ella lo consiente, pero rebaja el erotismo del baile con muecas, bizqueo de ojos y gestos espasmódicos, barriendo así los tópicos con un golpe de cadera y mofándose del imaginario negro con sus burlonas miradas. Joséphine Baker hace suyos todos esos estereotipos. Pero los sacude, los golpea y los convierte en algo sublimemente burlesco. Es un espíritu de la Ilustración que ridiculiza los prejuicios colonialistas al son de Sidney Bechet.

El triunfo es inmediato. Folies Bergères, la mítica escalera del Casino de París, escenarios de todas las capitales europeas: las danzas sincopadas de la Perla Negra, contrapunto insolente al bajo continuo del racismo, hechizaron a Francia y pronto a toda Europa a una ritmo sin precedentes.

Un día cantante de los éxitos de Vincent Scotto, al otro día actriz convertida en Zouzou y dándole la réplica a Jean Gabin, más adelante recorriendo los Campos Elíseos al volante de un cabriolet descapotable cubierta de pieles de serpiente ¡y con un guepardo de copiloto...!

En brazos de un hombre una noche, en brazos de una mujer la noche siguiente, ella es la que tiene "dos amores". En pocos años, Joséphine Baker forjó su leyenda. Se impuso en el escenario, impuso su libertad y entró en el imaginario y la intimidad de los franceses. Por su actitud despreocupada, pero nunca inconsciente, su coraje siempre alegre, esa ligereza entreverada de tristeza de los que ya lo han vivido todo, la refugiada americana en París se convierte en la encarnación del espíritu francés y en el símbolo de una época.

Crèvecœur-le-Grand, en la región de Oise, 30 de noviembre de 1937.

Hace hoy ochenta y cuatro años, Joséphine acababa de regresar de una difícil gira por Estados Unidos. La segregación es allí más severa que nunca. Se casa con Jean Lion y se convierte oficialmente en ciudadana francesa. "Los franceses me lo han dado todo. Estoy dispuesta a ofrecerles mi vida hoy": Joséphine Baker no consideraba su nueva nacionalidad como un derecho sino sobre todo como un deber, una conquista de todos los días. Así, se dedicó por completo a su nueva patria y a la defensa de sus valores. En 1938 se convirtió en una activista inquebrantable de la Liga Internacional contra el Antisemitismo. Más adelante, oficial del Ejército del Aire, sirviendo como enfermera en acciones organizadas por la Cruz Roja. En la Línea Maginot dio conciertos memorables para subir la moral de las tropas. Mientras la Blitzkrieg de la Alemania nazi espeluznaba a toda Europa, Joséphine Baker no quiso quedarse de brazos cruzados.

Cambió el fulgor de las candilejas por la llama de la Resistencia; se convirtió, incluso antes del 18 de junio de 1940 [el famoso llamamiento de De Gaulle a resistir], en "honorable corresponsal". Sirvió a su nuevo país, arriesgando la vida. Protegió a los combatientes de la Resistencia y a los judíos en su propiedad de Milandes, transformada en emisora de radio; recibió, enferma en su cama de hospital en Casablanca, a todos los oficiales franceses de la Francia libre que había en el Magreb; viajó por África y Europa para transmitir información confidencial escrita con tinta simpática en sus partituras o escondida en sus vestidos; cruzó el desierto en jeep para animar a los soldados que se preparaban para el desembarco en Provenza. Joséphine desempeña un papel tan decisivo que se le concede la medalla de la Resistencia. Por encima de cualquier otra distinción, la insignia que prefería es una pequeña cruz de Lorena en oro recibida de manos del General de Gaulle en 1943, y que acabó vendiendo por donar el dinero a la Resistencia.

Luego, en 1961, llegan la "Croix de Guerre"  y la "Légion d'Honneur", otorgadas por el General Valin. Esta es Joséphine: un combate por la Francia libre. Sin cálculos. Sin buscar la gloria. Entregada a nuestros ideales.

Washington, 28 de agosto de 1963. Siendo un icono adorado después de la Liberación, como tantos otros podría haberse acomodado en su celebridad. No fue así. Joséphine Baker, ataviada con el uniforme de las Fuerzas Aéreas, se dirigió a los miles de activistas de los derechos civiles que esperaban el discurso del reverendo Martin Luther King. Ese día, que ella describía como "el mejor de mi vida", fue la culminación de una larga lucha. Mientras se encaminaba al atril tal vez recordó a la niña castigada por sus profesores blancos por romper un plato y que vio sus manos escaldadas; o pensaba en esos mismos días en los que, incluso a ella, la estrella, se le prohibía la entrada en los hoteles de Estados Unidos. O en esa misma tarde, bajo la mirada de Grace Kelly -quien nunca la olvidó-, cuando se le había negado el servicio en el Club Storck, gran restaurante de Nueva York; o en el distrito de Harlem, que en 1951 organizó un Día Baker en su honor para agradecerle que abriera a los negros sus conciertos. O en los miles de mujeres y hombres que habían acudido a la ciudad para apoyarla. Los miles de mujeres y hombres que se unieron a su combate. Así que cuando Josephine Baker comentó su próxima invitación a la Casa Blanca, ciertamente recordó todo esto, y declaró ante la multitud: "No es la mujer de color -la negra- la que va a ir allí, sino una mujer".

Joséphine Baker no defendía un color de piel, defendía una determinada idea del ser humano, e hizo campaña por la libertad de cada individuo. Su causa era el universalismo, la unidad del género humano. La igualdad de todos antes que la identidad de cada uno. La hospitalidad para todas las diferencias unidas por la misma voluntad, la misma dignidad. La emancipación contra la asignación a una identidad determinada. Con este bagaje, ante el Lincoln Memorial, con la medalla de la Resistencia luciendo en la solapa, era más francesa que nunca. Infinitamente justa. Infinitamente fraternal. Infinitamente francesa.

¡Y que nadie cuestione o soslaye su lucha universal! No fue una lucha para afirmarse como negra antes que definirse como americana o francesa; no fue una lucha para afirmar la irreductibilidad de la causa negra, no. Era una lucha por ser ciudadano, libre, digno. Completamente. Decididamente.

Dordogne, 15 de marzo de 1969. A pesar de las repetidas giras, a pesar de la valentía y el llamamiento en televisión de Brigitte Bardot, a pesar del apoyo de generosos donantes, Joséphine Baker se ve desalojada de su célebre propiedad en el Périgord Noir: el Castillo de Milandes. Lejos de las plumas y las lentejuelas, se refugió con sus hijos en París antes de trasladarse al Principado de Mónaco, donde la Princesa, una vez más, se convirtió en su protectora, y le ofreció asilo y la alojó generosamente a ella y a toda su familia. Ese día de marzo de 1969 no sólo se despidió de un enraizamiento, del paisaje que tanto amaba, de su "Castillo en la Luna" que había adorado y ocupado durante más de treinta años; dijo asimismo adiós a un sueño loco, el de crear en Milandes un "colegio de la fraternidad universal" donde quería enseñar a los niños de todo el mundo la tolerancia, el laicismo, el gusto por la igualdad y la fraternidad. Aunque este colegio nunca vio la luz, la adopción junto a Jo Bouillon de 12 niños -Akio y Teruya de Japón; Luis de Colombia; Jari de Finlandia; Jean-Claude, Moïse y Noël, de Francia; Brian y Marianne, de Argelia; Koffi, de Costa de Marfil; Tara, de Venezuela; y Stellina, de Marruecos; sí, la adopción de estos 12 niños, una familia, le permitió a Joséphine Baker demostrar ante el mundo que los colores de piel, los orígenes, las religiones no sólo podían coexistir sino que podían vivir en armonía. Sus hijos estáis aquí con nosotros esta tarde. Fieles a sus sueños. Su "tribu arco iris", como os llamaba, sois el más bello de los manifiestos humanistas. Epifanía del universalismo en el que ella tanto creía.

Joséphine Baker dejó la vida al mismo tiempo que dejó el escenario, unas horas después de la segunda función de una revista dedicada a su vida. Fue en el teatro Bobino, en el corazón del barrio de la Gaité, ["gaité" en francés significa alegría]... un nombre que le sentaba tan bien... Unos días después, el 15 de abril de 1975, miles de parisinos recorrieron la rue Royale para acompañar su féretro, ya cubierto de azul-blanco-rojo, hasta la Iglesia de la Madeleine donde Francia despide a sus artistas.

Hoy, seguimos aquí, y con los mismos colores azul, blanco y rojo. Para que forme parte de nuestro Panteón. Así que esta tarde Joséphine Baker entra aquí junto a todos esos artistas que la acompañaron, todos esos artistas que amaron el jazz, la danza, el cubismo, la música y la libertad de aquellos años. Entra aquí con todos los que, como ella, vieron en Francia una tierra donde vivir, un lugar donde dejar de soñar con estar en otra parte, una promesa de emancipación.

Entra aquí con todos aquellos que eligieron Francia, que la amaron y la aman, carnalmente; que la vieron tambalearse y siguieron amándola, que la vieron caer de bruces y lucharon por levantarla. Franceses por la sangre derramada, las batallas libradas, el amor entregado.

Ella entra aquí para recordarnos a todos, para recordarnos a nosotros mismos, algo que a veces ponemos tanto empeño en olvidar: la inasible belleza de nuestro destino colectivo: nosotros, que somos una nación de combate, fraterna, que somos la nación que deseamos, que merecemos, y que sólo es ella misma cuando es grande e intrépida.

Joséphine Baker, estás entrando en nuestro Panteón y un viento de fantasía y audacia te acompaña.  Sí, por primera vez entra también aquí cierta idea de libertad, de la fiesta.

Entras en nuestro Panteón porque amaste a Francia, porque le mostraste un camino que era verdaderamente el suyo pero del que, sin embargo, dudaba. Entras en nuestro Panteón porque, nacida americana, no hay nadie más francés que tú.

Y si mientras al final de tu carrera, adaptando la letra de tu mayor éxito, proclamabas: "Mi país es París" cada uno de nosotros tararea esta tarde un estribillo que suena como un himno al amor: "Mi Francia... es Joséphine".

Viva la República.

Viva Francia.

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