lunes, 29 de noviembre de 2021

Diez años sin Hitchens

Por qué Hitchens es nuestro contemporáneo, según Janan Ganesh.

Aquí  en V.O.  


Y aquí en una tradu exprés.

"El mundo que nos dejó Christopher Hitchens

El escritor estaba hecho más para nuestro tiempo que para el suyo, pues tuvo la desgracia de llegar a la cúspide durante uno de los interludios más tediosos de la Historia

El que no pueda cabrearme mucho con las grandes tecnológicas se debe a que, por obra y gracia de YouTube, Christopher Hitchens sigue vivo. No se lo pierdan explicando lo que es el Tea Party a los habitantes de Sydney ("Toda política es cosa de palurdos"), o haciendo que un plañidero de Diana de Gales en Londres tenga hasta ciertos modales. Incluso una lánguida emisión vespertina en la cadena C-Span de los años 80 obtiene 1,5 millones de visitas.

El problema es que el artista vio cómo su obra quedaba empequeñecida. Hitchens tuvo la mala fortuna de alcanzar la cima durante uno de los interludios más tediosos de la historia mundial. Si se comprometió excesivamente en la guerra contra el terrorismo fue porque ahí finalmente había dado con un enemigo más digno que un Henry Kissinger retirado hacía mucho o que la asquerosidad de los Clinton. Su ateísmo ha envejecido mejor (no, no es "su propio tipo de religión"), pero el recurrir a un designio celestial muestra más bien lo escaso que es el botín cosechado en la Tierra.

Él estaba hecho para nuestro tiempo, no para el suyo. La actual gran vacante en la vida pública debiera ocuparla alguien que fuese un azote, como él, de la izquierda censora y de la derecha asilvestrada: un escéptico hasta llegar al fanatismo. Sam Harris es demasiado frío en su discurso y pensamiento. Joe Rogan, todo lo contrario. Emmanuel Macron tiene que dirigir un país. Hitchens habría estado hoy en su salsa. Al acercarnos al décimo aniversario de su muerte, creo que no se acaba de entender que su desaparición hace una década sea algo más que una mera pérdida estética.

De haber vivido hoy, Hitchens podría haberse convertido en uno de esos escritores poco frecuentes que pesan en la balanza de la vida pública: no un Émile Zola, ciertamente, sino alguien a medio camino entre un ser de palabras y el hombre de acción que él viera en su padre, comandante de la Royal Navy. Las oportunidades de imponerse, de hablar en nombre de una masa sin voz, habrían sido mayores hoy, digamos, que en el año 2005, cuando la política era tan moderada que incluso yo me olvidé de ir a votar.

Hitchens entendía el dogma como sólo podía hacerlo un antiguo creyente. Sabía que aquél no puede estudiarse como un fallo del intelecto sino de la psique. Se trata, en el fondo, de un anhelo casi infantil de que el mundo posea orden y estructura. Es una intolerancia a la ambigüedad. Desengañen a un marxista de su credo y verán cómo abraza la Escuela de Chicago (o, en la práctica, la intervención militar liberal). La vida debe responder a un sistema de pensamiento; exactamente a cuál... eso ya es cuestión secundaria. El hecho de que él mismo nunca se deshiciera del todo de ese hábito mental no hizo más que convertirlo en unos de los testigos de cargo más creíbles en su contra.

Visto desde este ángulo, su devoción por el canon occidental no era un apéndice de su visión política sino su propio apuntalamiento. Si se capta la complejidad de un individuo, tal y como la interpreta un novelista, todas las ideologías parecen absurdas. "La política es el gran generalizador", decía Philip Roth, "y la literatura, el gran particularizador". Hitchens leyó a Evelyn Waugh y a G.K. Chesterton (fue una de sus últimas reseñas) con más atención y sensibilidad que la mayoría de los engreídos que compartían, por mera coincidencia, el enfoque político de ambos. Y si al final Hitchens les escupió, fue sólo después de hacer unas gárgaras de lo más juiciosas.

Nada de todo esto da para canonizarlo. Nunca escribió un gran libro. Al igual que Gore Vidal, de quien era a la vez delfín y rival, no sabía decir que no a un epigrama hábil pero simplón. No justificó  su trotskismo, ni tampoco renunció a él por completo, y llegó a abandonar una entrevista (con Matthew Parris, el mejor periodista nacido en 1949, en mi opinión) cuando se le presionó sobre el asunto. Tampoco su acento y sintaxis rococó eran aptos para todos los paladares. Habiendo emigrado en 1981, mantuvo un tipo de britanismo que ahora sólo prospera en los Estados Unidos, seduciendo a los más pazguatos.

Con todo, yo me inclino a perdonar muchas cosas si hay de por medio muestras de valor físico. Un hombre que dejó que Salman Rushdie se alojase en su casa durante la fatwa no se acobardaría frente a una panda de indignaditos de 22 años pertrechados principalmente con un montón de jerga. En cuanto a los integrantes de la derecha, se habría encontrado con ellos pero más allá de la zona de confort de los talk shows liberales (a los que en un momento dado les hizo una peineta, literalmente) de esa América que vota republicano. Si su evangelismo sin Dios fue tan poderoso es precisamente porque se enfrentó a los pastores en sus propios territorios del Sur y del Medio Oeste del país.

Es una verdadera una lástima que la América anglosajona sólo se desquiciara cuando él ya no estaba ahí para intentar enderezar las cosas. En estos tiempos tribales, sus discursos y ensayos son la única lección que vale la pena impartir a quienes se preocupan por la verdad y su deslumbrante expresión. 

Nunca,  jamás, te integres en un equipo".


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[Cristopher Hitchens ante la cancela del Paraíso con un cartel de ATEOS NO: "No me lo puedo creer"