martes, 23 de marzo de 2021

Ejemplar decisión


(c) Bill Leak en Weekend Australian Magazine


[-"¡Ya te dije que esto [el Corán] necesita una secuela...!" - Me parece bien, pero no puedo regresar bajo forma humana para escribirla, ¿no? ¡Crucificarían a un hombre...!]



El editorial de Charlie Hebdo de Driss en torno a la sentencia sobre las caricaturas del Profeta, recordatorio.

Aquí en V.O.


Aquí una traducción exprés:

¿Se nos permite caricaturizar el vacío?

RISS

¿Deben mostrarse a los estudiantes las caricaturas más crudas de Charlie Hebdo, especialmente las que se burlan de la religión? En su último ensayo, François Héran, profesor del Collège de France, nos explica su concepción de la libertad de expresión (Lettre aux professeurs sur la liberté d'expression, publicada por La Découverte). Una más. Y es que, desde que Charlie Hebdo publicara las famosas caricaturas de Mahoma en 2006, y de nuevo en septiembre de 2020, con motivo del juicio por los atentados de enero de 2015, han surgido innumerables teorías de todo tipo sobre la libertad de expresión y el laicismo. Este es otro intento más de reorientar el debate hacia la responsabilidad del que se expresa y no del que le dispara. Para ello, el autor recuerda las diferencias, antes de enero de 2015, entre algunos dibujantes y los de Charlie Hebdo, en cuanto a la pertinencia de reproducir estos dibujos, esperando poder demostrar  así la fragilidad de su legitimidad. A continuación, se nos ofrece el tradicional repaso a los principales principios de la libertad de expresión definidos por la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789, así como su interpretación por parte de las mentes más brillantes.

Gracias. Todo eso ya lo sabíamos. Así como la decisión judicial que absolvió a Charlie Hebdo en 2006 en el juicio de las caricaturas de Mahoma, dictada por un tribunal que, según la interpretación de François Héran, "refutaba así la tesis de que se podía insultar a las creencias a voluntad sin insultar a los creyentes". Esta conclusión es un poco precipitada, ya que no refleja exactamente el razonamiento del tribunal. En lugar de hacer de exégetas, releamos algunas líneas de esta decisión ejemplar:

"Considerando que en Francia, sociedad laica y pluralista, el respeto a todas las creencias va unido a la libertad de criticar las religiones, sean cuales sean, y a la libertad de representar a los sujetos u objetos de veneración religiosa; que la blasfemia, que ofende a la deidad o a la religión, no está castigada, a diferencia de la injuria, siempre que constituya un ataque personal y directo dirigido contra una persona o un grupo de personas en virtud de su pertenencia religiosa... [...]

De estas consideraciones se desprende que la libertad de expresión puede verse restringida si se manifiesta de manera gratuitamente ofensiva hacia los demás, sin contribuir a ninguna forma de debate público capaz de promover el progreso en los asuntos humanos."

El tribunal afirma pues el derecho a criticar los dogmas religiosos, los textos religiosos, los rituales religiosos, pero no el derecho a burlarse de las personas que se adhieren a ellos. Un matiz sutil, que Charlie respetó cuando publicó la famosa caricatura del Profeta con una bomba en el turbante, manteniéndose en el marco del "debate público capaz de promover el progreso en los asuntos humanos". La demostración del tribunal con respecto a este dibujo es muy clara:

"Así pues, a pesar del carácter chocante, incluso hiriente, de esta caricatura para la sensibilidad de los musulmanes, el contexto y las circunstancias de su publicación en la revista Charlie Hebdo parecen excluir toda voluntad deliberada de ofender directa y gratuitamente a todos los musulmanes, [...] y que, por lo tanto, no se han sobrepasado los límites admisibles de la libertad de expresión, ya que el dibujo litigioso se inscribe en el debate público de interés general que se ha suscitado en relación con los excesos de los musulmanes que cometen actos delictivos y que reivindican el ser de esa religión y pretenden que ésta pueda regir la esfera política."

Esto es lo que los profesores de Francia deberían explicar a sus alumnos. Es claro, equilibrado y justo. Lejos de las interpretaciones muy personales de François Héran, que parece querer repetir la partida y oscurecer así lo que ha quedado claramente demostrado de una vez por todas. Pero más allá de la cuestión de las caricaturas y de la libertad de expresión, François Héran parece querer ocultar -y no es el único- un derecho crucial que esta decisión judicial ha reafirmado. Un derecho tan obvio que acabamos olvidando que existe: el derecho a cuestionar a Dios. ¿No es éste el derecho que los profesores deberían explicar primero a sus alumnos?

Porque son pocos en el mundo intelectual los que se atreven a cuestionar la validez de esa extraña cosa llamada "Dios". No es sólo el rechazo a vivir en una teocracia lo que motiva al caricaturista satírico cuando dibuja sobre la religión; es sobre todo su necesidad de cuestionar la idea misma de Dios. La vitalidad de las religiones en todo el mundo no muestra nada concluyente, salvo el deseo de los fieles de creer en Él. Y eso es todo. Incluso en las religiones menos proselitistas, Dios seguirá siendo siempre una hipótesis cuya demostración nunca será muy convincente. Y si los muchos creyentes de la tierra no sienten este vacío tanto como nosotros, nunca hemos pedido que se les impida practicar en los lugares de culto dedicados a ese fin o en su vida privada, donde nadie irá a molestarlos.

Hacemos dibujos satíricos sobre las religiones porque no creemos en Dios. NO CREEMOS EN DIOS. ¿Cómo se lo podemos decir mejor? No es por falta de escuchar a sacerdotes, imanes, rabinos y teólogos. Ninguno de ellos ha conseguido convencernos de sus tesis. Los textos más antiguos y los innumerables sermones que se dan por el mundo no sólo tienen el defecto de parecer mandamientos, sino sobre todo  tienen  la debilidad de ser inconsistentes. Por eso caricaturizamos a Mahoma, Jesús o Buda. Dibujamos el vacío que nos inspiran.

Dibujamos sobre las religiones, en lo que afirman, en lo que dicen sus profetas, porque queremos expresar nuestra profunda y sincera convicción de que lo espiritual no se basa en nada. Esta convicción de que Dios está ausente debe ser respetada tanto como las demás, y debe poder expresarse libremente, a riesgo de escandalizar a quienes no la comparten. Esto es lo que el tribunal dijo muy claramente en su sentencia (2007) sobre las caricaturas.

La violencia de los islamistas, y de otros místicos, es un intento radical y postrero -cuando todos los demás han fracasado- de convencernos mediante el terror de que Dios existe. Porque si los creyentes exaltados llegan a matar, no es por desesperación, como creen François Héran y otros teóricos de la violencia religiosa: es porque debe haber "algo" por encima de nosotros que impulsa a cometer estos crímenes. Si mato en nombre de Dios, es una prueba de que Dios existe, pues sin él nunca habría cometido tal acto. Cuanta más vidas quito en su nombre, más vivo se vuelve Dios. Es una paradoja vertiginosa que debería indignar a los pensadores de nuestro tiempo, pero en cambio estos pierden el tiempo buscando los tres pies al gato a un puñado de dibujantes. Preferiríamos nosotros que los profesores del Collège de France y de otros lugares estudien un poco más los fenómenos irracionales generados por Dios, que son la causa de muchos más disgustos para la comunidad que unas cuantas caricaturas.

"¿Puede pedirse un poco de espacio para la libertad de creencia sin caer en la teocracia? " El titular de Le Point  para anunciar una entrevista con François Héran, que considera necesario "recordar que la libertad de expresión no puede engullir a la libertad de creencia". Esto es francamente risible cuando se sabe que hay 5.800 millones de creyentes en el mundo. ¿Qué espacio de libertad les falta a estos 5.800 millones de creyentes para que ya no se sientan "ofendidos"? Cuando haya 5.800 millones de dibujantes satíricos en el mundo que caricaturicen a Jesús o a Mahoma, volveremos a hablar de ello.

Lo que los profesores de secundaria deberían enseñar a sus alumnos, a menudo confundidos por los debates que les sobrepasan, no son las teorías erróneas de François Héran, sino simplemente cómo ser libres. Libres de creer, pero también libres de no creer. Libres de pensar que Dios puede no existir. Libres de pensar que la religión por sí sola puede no construir toda una vida. Apostar por la existencia de Dios, como hizo Pascal en su momento, se ha convertido hoy en un juego demasiado peligroso. Apostar toda nuestra sociedad a Dios es un juego que ya no tiene la menor gracia. 

RISS

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Amén.