Hélène Devynck y Emmanuel.-
Entrevista con Hélène Devynck, exesposa de Emmanuel Carrère y el porqué del contrato para no "ser escrita" por su exmarido.
Aquí una tradu exprés.
Polémica en torno a Yoga de Emmanuel Carrère: "No quiero ser escrita en contra de mi voluntad", afirma Hélène Devynck.
La periodista detalla sus razones para negarse a aparecer en el último libro de su exmarido.
Entrevista realizada por Béatrice Gurrey
La periodista y escritora Hélène Devynck retoma la disputa entre ella y su exmarido, el escritor Emmanuel Carrère, por el último libro de éste, Yoga (P.O.L., 380 páginas, 22 euros), escrito en el momento de su separación y en el que ella no quiso aparecer.
-Cuando su divorcio en marzo pasado con el escritor Emmanuel Carrère, usted deseó que se estableciera un contrato jurídico para que no apareciera sin su consentimiento en sus novelas de "autoficción". ¿Por qué quería esto?
Para protegerme. Soy un "personaje" experimentado, educado por años de práctica. Mientras tuve una relación con Emmanuel Carrère, es decir, durante quince años, trabajé en todos sus libros, sus guiones, sus artículos. Mi marido encontró "un oído absoluto" en mí para la exactitud del texto y para la imagen que daba de sí mismo. En el caso de Una novela rusa, por ejemplo, una de las versiones terminaba en suicidio. Le sugerí que cambiara este final tan oscuro por una carta de amor a su madre. De vidas ajenas cuenta la historia de la muerte de mi hermana menor y cómo mi familia atravesó esta tragedia. Confié en su talento. Él necesitaba mi juicio. A mí me parecía bien ser su personaje, que estaba animado a cuatro manos. Puesto que ya había aceptado que mi vida y mi persona fueran utilizadas en su obra, no podría legalmente haberme negado a sus libros futuros, me gustaran o no, sin este contrato de ahora.
-¿Por qué, en concreto, se negó a aparecer en su último libro, Yoga?
Nadie quiere que se le describa después de un divorcio, sin poder responder. En los últimos años, como él mismo revela en el libro, su trastorno bipolar empeoró. Escribió (y me las hizo leer) varios cientos de páginas de una violencia demencial: una literatura concebida como un arma de destrucción dirigida contra mí. Nos separamos. Me jura entonces que nunca publicará esos textos, pero sé que sus promesas sólo valen lo que vale su humor del momento. Yo quería protección legal. Incluso mientras negociaba este contrato, él seguía escribiendo y dando su versión de nuestra separación... En el periódico Libération, él cuenta que me hizo leer su manuscrito dos veces. La primera versión me asombró por su falsedad, a pesar de que afirma muchas veces en sus obras que la literatura es el lugar donde no se miente. Inmediatamente dije que yo no quería estar en esta nueva novela. No importaba cuántas veces le decía que no, que no, que no... pero él me consideraba su propiedad literaria. Podría haberme borrado por completo, como le pedí, no habría habido ningún problema. Probó con una segunda versión, peor que la primera. Finalmente, citó tres páginas de De vidas ajenas donde aparezco, con el pretexto de que estas páginas ya habían sido publicadas y que yo no podía ya legalmente rechazarlas. Por otro lado, no quiero que me obliguen a aparecer en una historia en la que no reconozco nada. No quiero ser escrita en contra de mi voluntad. Tengo derecho a la separación.
-¿Por qué reveló usted misma la existencia de este contrato?
Precisamente porque Emmanuel y su editor, durante toda la promoción del libro, hicieron como si no existiese. Como si este contrato fuera vergonzoso. Podrían haber hablado de él, no habría visto nada malo en ello. Asumo plenamente que yo quería protegerme. Vanity Fair había citado mi nombre, haciéndose eco de información falsa. Así que escribí un derecho de réplica. Era la única manera de que se respetara este contrato en el futuro: hacerlo público y explicar por qué yo no quería aparecer en el libro. Pero ¡qué no hube hecho! Un crimen de lesa majestad... Sin embargo, yo sólo había escrito 6000 espacios, mientras que el escritor y su editor tenían tribuna abierta en todos los medios de comunicación.
-¿Le ha sorprendido la acogida que ha tenido este texto?
Se ha dicho que yo lamentaba no haber sido citada lo suficiente en el libro -aunque explico exactamente lo contrario-, que no estaba lo bastante presente como para pretender ahora expresarme públicamente, que me sentía ofendida por ser una esposa engañada, que hablaba en un periódico sensacionalista, que actuaba por resentimiento... En definitiva, la banalidad del sexismo socialmente aceptado que la emprende conmigo por no haber permanecido oculta y callada. Se ha intentado infantilizarme. En algunos artículos, cuando no soy "la ex", soy "Hélène", mientras que él es "Carrère": ¡sólo tengo derecho a un nombre de pila, pero yo no conozco a esas personas! Emmanuel se presenta como una víctima a la que se impide expresar su gratitud hacia mí. Se trata de un mecanismo clásico que he aprendido a reconocer: negación de la culpa e inversión de la misma... He leído a Siri Hustvedt [novelista, ensayista, esposa del escritor Paul Auster], Chimamanda Ngozi Adichie o Toni Morrison. Sabía las formas en que mi palabra sería descalificada. Era como si el personaje no tuviera voz, no existiera humanamente. El escritor no es juzgado con el mismo rasero que su personaje por la sociedad francesa. Por eso he dudado mucho antes de concederle a usted esta entrevista. Un escritor famoso y, además, enfermo, es sagrado, intocable. Sin embargo, el aura del autor debería obligarle a ser más exigente.
-¿Ser un personaje, por tanto, sería someterse a una forma de dominación en nombre del arte?
Puede ser un placer ofrecerse, ¡siempre que se consienta! Pero el problema de todos los personajes descontentos con serlo es la colonización psíquica. Estar atrapado en un objeto limitado y reducido dibujado por otro te invade y puede dañar tu propia identidad. Por mucho que digamos que el personaje y la persona no se fusionan, la palabra escrita fija, hiere y aprisiona. La literatura puede ser violenta, abusiva, reductora, perversa. Afortunadamente, existen, en algunos casos, formidables magistrados para restablecer el derecho de los personajes a existir [como personas]. Sin el contrato, estaba derrotada, negada, cosificada, vampirizada para siempre, y yo lo sabía. El derecho a no querer seguir siendo escrita por el autor cuando el amor y la confianza ya no existen, eso es lo que he conquistado.
-¿Es "escribir al otro" la única forma de dominación?
Hay otra forma de dominación que proviene de una larga tradición literaria de mujeres escritoras. Hacen, como yo, un trabajo que a menudo es inseparable del trabajo del artista, editor, asesor literario, asistente... Mientras yo era invisible y gratuita, todo iba bien...
Béatrice Gurrey