sábado, 20 de febrero de 2021

La Comunidad (la trastienda del affaire Lemaire)


Trappes: [el ministro] Darmanin confirma que Didier Lemaire estaba bajo protección policial


La trastienda del affaire Lemaire.

Aquí  en Valeurs Actuelles en V.O.

 

Aquí una traducción exprés.

 

La cara oculta del asunto Lemaire, pesquisa.

Por Amaury Bucco (20/02/21).


Didier Lemaire, profesor de filosofía en el instituto de este municipio de la periferia, está en el centro de una polémica por haber denunciado abiertamente el ambiente nocivo en el que se desenvuelven sus alumnos desde hace varios años. Investigación.


Instrumento político de un revuelo mediático o valiente denunciante, ¿quién es Didier Lemaire? Esta es la pregunta que planea desde el 5 de febrero, cuando este profesor de filosofía del instituto de Plaine-de-Neauphle, en Trappes (Francia) se prodigó en los medios de comunicación para denunciar el auge del integrismo islámico en el municipio y, al mismo tiempo, la ruptura progresiva de los vínculos con sus alumnos.

Todo comenzó hace cuatro meses antes, a 30 kilómetros de Trappes, donde un profesor de secundaria, Samuel Paty, fue decapitado cerca de la escuela [tras un campaña de acoso en las redes por haber mostrado las caricaturas de Mahoma en una clase sobre libertad de expresión]. A última hora de la tarde del 16 de octubre de 2020, Didier Lemaire llevó a una de sus clases al Teatro Montansier, en Versalles, donde se representaba la obra Désaxé, de Hakim Djaziri, que narra el viaje de un joven de la periferia de origen argelino hacia el yihadismo. Es durante el viaje en autobús cuando Didier Lemaire se entera de la muerte de Samuel Paty.

Bajo el shock, decide no decírselo a sus alumnos. "Pero esta noticia me fue torturando durante varios días. Me preguntaba cómo despertar las conciencias. Este drama se hacía eco de muchas cosas que yo mismo había visto. Primero pensé en dar un discurso a mis alumnos", recuerda. Pero abandonó la idea, contentándose con seguir las directrices de Éducation Nationale: lectura de una carta, luego un minuto de silencio, que será perfectamente respetado en su clase. Finalmente es a sus colegas a quienes Didier Lemaire decide dirigirse a través de un artículo de opinión publicado en L’Obs, el 1 de noviembre de 2020. "¿Podemos los profesores suplir la falta de estrategia de nuestros representantes para derrotar a esta lacra mortal?", se pregunta en las páginas de la revista en relación con la presión ejercida por los islamistas.

Sorprendentemente, esta breve aparición en los medios de comunicación, aunque difuminada entre la indignación general, le valió ser objeto de una "seguridad dinámica" por parte de la Prefectura. En concreto, diferentes patrullas de Policía se encargaron de vigilar las entradas y salidas de Didier Lemaire en los alrededores del instituto. "¿Se imaginan a un profesor con escolta?", se indigna con razón Didier Lemaire. La Prefectura de Yvelines, por su parte, relativiza y recuerda que se trataba de una medida preventiva, ya que el profesor no era entonces objeto de una amenaza directa. Tanto es así que el 27 de enero un agente llamó a Didier Lemaire para avisarle de que se le había retirado la protección policial... pero le volvió a llamar el mismo día para decirle que, finalmente, se le había mantenido debido a un nuevo peligro. ¿Qué nuevo peligro?

Cinco días antes de dicha llamada, el 22 de enero, un medio de comunicación neerlandés emitió un documental sobre Trappes. Se trataba de una actualización de un primer documental rodado en 2017 sobre el islamismo en la ciudad, dirigido por la periodista Saskia Dekkers, y en el que ya había aparecido Lemaire. En este segundo reportaje, que mezcla imágenes del documental anterior y reacciones al proyecto de ley sobre el separatismo [en Francia se considera separatismo al islamismo radical], Saskia Dekkers vuelve a entrevistar a Didier Lemaire, pero también a Ali Rabeh, alcalde de Trappes, y a Naila Gautier, miembro activo del medio asociativo local, comprometida como Didier Lemaire contra la radicalización.

La asociación Parole à coeur ouvert [Palabra a corazón abierto], en el centro del asunto Lemaire

Surge un problema: al final de la emisión del documental, Naila Gautier envía varios mensajes a la periodista holandesa quejándose de un reportaje desequilibrado y gravoso para con la ciudad de Trappes, en particular por los comentarios de Didier Lemaire. Inquieta por la seguridad del profesor de filosofía tras la reacción de varias personas incómodas con el reportaje, entre ellas Naila Gautier, Saskia Dekkers decide entonces avisar a la Policía. Su medio de comunicación incluso decide suspender la redifusión del documental en televisión. Fue entonces cuando se amplió la protección de Lemaire y comenzó la marejada mediática. El 26 de enero, la Policía Judicial de Versalles abrió una investigación. Naila Gautier y otros fueron citados por la Policía e interrogados sobre el significado de lo que habían dicho, y luego fueron puestos en libertad.

 "El documental de este año, dirigido por la periodista holandesa Saskia, se basa en un documental anterior emitido en 2017 en el que ya aparecía Lemaire" (aquí para ver un extracto)

Estas tensiones en torno al reportaje de la periodista holandesa son, en realidad, más antiguas. Al parecer, tienen su origen en la asociación local Parole à cœur ouvert, creada en febrero de 2015 tras los atentados contra Charlie Hebdo y el Hipermercado [judío] Cacher, para luchar contra los viajes a Siria de algunos jóvenes, y está estrechamente vinculada con el instituto de Plaine-de-Neauphle. Además del profesor de filosofía y de Naila Gautier (uno de cuyos hijos fue alumno de Didier Lemaire), también forman parte de ella Aïcha Akafou, antigua representante de los padres de alumnos del instituto de Plaine-de-Neauphle, quien también fue interrogada por la Policía cuando se abrió la investigación, y Corinne (nombre de pila que hemos cambiado), y que fue invitada a formar parte de la asociación por Didier Lemaire en 2016, después de que su hija se convirtiera al Islam y luego se radicalizara con tan solo 13 años. Naila Gautier, al igual que Didier Lemaire y Corinne, lamenta la lenta decadencia de la asociación debido a desacuerdos fundamentales sobre el método que debía adoptarse para combatir las derivas sectarias del Islam y, más generalmente, sobre el lugar de la religión en la sociedad.

"Me invitaron a formar parte de esta asociación porque yo, al ser de Trappes, musulmana de origen tunecino y portadora de turbante, les servía como de garante. Pero no estaba en la misma línea que ellos. Yo estaba a favor del diálogo y la apertura", dice Naila Gautier, que deplora el "miedo" de Didier Lemaire frente al Islam. Se niega a utilizar el término "miedo", prefiriendo hablar de "resquemores". Fue en 2018, en el momento de la publicación del libro La Communauté (Albin Michel), escrito por dos periodistas de Le Monde sobre la situación en Trappes, en el que también participó Didier Lemaire, cuando Naila Gautier se percató de la brecha que la separaba de los miembros laicos de Parole à cœur ouvert. "En esta asociación había un poco de todo y en el fondo cualquier cosa", confirman Corinne y Didier Lemaire, que abandonaron la asociación. "Aquello no podía funcionar".

El lugar del Islam en el centro de las tensiones

¿Y si la agitación que ahora está fracturando la ciudad de Trappes en torno al affaire Didier Lemaire no fuera más que un eco amplificado de los desacuerdos internos de esa asociación? ¿Dos bandos que hasta entonces luchaban en favor de la convivencia, contra el Islamismo, y que ahora se miran con desconfianza y decepción? En Trappes, los habitantes tienden a ponerse del lado del alcalde de la ciudad, Ali Rabeh, cercano a Benoît Hamon [fue el candidato socialista a las presidenciales], quien se ha posicionado en contra de Didier Lemaire y que trata de minimizar -cuando no de sofocar- las llamadas de alerta del profesor de filosofía.

Y a veces lo hace de mala fe, como el pasado 8 de febrero, cuando el alcalde organizó una falsa visita sorpresa a una peluquera mixta ante las cámaras de CNews para demostrar que Trappes no es un enclave islámico. Lo que el alcalde no mostró ese día es que la peluquería así expuesta se halla enfrente de dos negocios "comunitarios": una cafetería halal y una tienda de ropa de moda islámica. "Es demasiado decir que Trappes es una ciudad perdida, y esto nos duele", afirma Naila Gautier, firme partidaria de Ali Rabeh, quien habría hecho mucho contra la radicalización, según ella. "Es una ciudad con otros códigos, que se está reconstruyendo poco a poco, y este ruido mediático la va a ensuciar de nuevo”. Corinne, a su vez, que no vive en Trappes pero que conoce bien la ciudad, rechaza la idea de que se deba elegir un bando u otro. "Didier Lemaire y Ali Rabeh tienen razón los dos", explica. "Estoy de acuerdo con Didier en la defensa de la escuela y estoy de acuerdo con Ali en la defensa de su ciudad".

Contactado por Valeurs Actuelles, el alcalde de la ciudad se negó a respondernos: "Tengo pocas dudas sobre el color de su publicación y las libertades que se toma con la ética periodística y la realidad de los hechos". En cuanto al prefecto de Yvelines, apodado "el prefecto de los refugiados" por sus acciones en favor de los inmigrantes, ha optado por unirse a Ali Rabeh en la denuncia de las declaraciones del profesor de filosofía, y declaró a Le Monde: "Trappes es una zona difícil y delicada, hacemos un trabajo de encaje de bolillos, y ahora el señor Lemaire llega con una excavadora y desbarata nuestros esfuerzos [...] Es una irresponsabilidad. Está echando leña al fuego".

Didier Lemaire, ¿un bombero pirómano? 

En Trappes, pocos cuestionan la sinceridad de su lucha contra el Islamismo. Tanto más cuanto que Didier Lemaire no esperó a las cámaras de televisión para convertirse en un "húsar de la República" [institutor de la escuela pública]. "Es alguien de una honestidad absoluta y admirable. Ha hecho un trabajo enorme por los chavales de Trappes", dice Corinne, que estuvo a su lado en 2018 en una conferencia sobre "el proceso de radicalización en la escuela", organizada por el sindicato de profesores de extrema izquierda FSU, en la que Didier Lemaire ya condenó rotundamente el proceso de comunitarización de la población de Trappes [al final del post, el texto íntegro de la conferencia de Didier Lemaire]. "El FSU ha reescrito el coloquio cambiando el orden de las intervenciones e introduciendo textos de personas que no estaban presentes en la sala para así desdibujar mi mensaje", se lamenta ahora Didier Lemaire, mientras Corinne recuerda la tensión que se generó en la sala durante el relato de la radicalización de su hija.

En el instituto de Plaine-de-Neauphle, al margen del comunicado de prensa enviado por el personal docente el 11 de febrero, en el que se pedía que cesara cualquier "recuperación política" del asunto, un profesor nos confía: "Didier Lemaire está haciendo un excelente trabajo. Lo apreciamos mucho". Lo mismo dicen los estudiantes. "Por casualidades de la vida, uno de estos antiguos alumnos míos es miembro del equipo municipal de Ali Rabeh", cuenta Lemaire. Otra persona, que fue su alumna entre 2015 y 2020, a la que llamaremos Clara, ha accedido a declarar. Habla de Didier Lemaire como de un profesor muy humano, abierto al debate. Muy espontáneo, un poco desorganizado, hacía reír a sus alumnos "porque se ajusta al estereotipo del profesor de filosofía un poco chiflado". Y añade: "Nunca ha hecho comentarios racistas o islamófobos ante los alumnos"; y con razón, pues su mujer es de origen extranjero, nos cuenta la estudiante, lo cual nos confirmó el propio Didier Lemaire: su mujer es turca no musulmana.

Una antigua alumna de Didier Lemaire declara

Pero entonces, ¿qué ha pasado? ¿Se habría radicalizado el simpático profesor de filosofía, como esos 67 jóvenes de Trappes que se fueron a Siria, pero en la otra dirección? ¿Se ha convertido Trappes en el enclave extranjero y nocivo descrito por Didier Lemaire, o es un suburbio pacífico a pesar de sus "malos demonios", como afirma Ali Rabeh? La respuesta difiere según se sea de Trappes o no. "A la gente no le gusta que se hable mal de su ciudad y de su religión", explica la exalumna de Didier Lemaire, que conoce Trappes a la perfección porque se crió allí durante más de 20 años. "Puedo entender el enfado de los habitantes de Trappes. Porque al igual que muchos musulmanes en Francia, a menudo se nos señala y, sobre todo, se nos utiliza en los debates para decidir si debemos o no practicar el Islam a nuestra manera".

Esta constatación de un sentimiento de rechazo por parte de los vecinos de Trappes no le impide hacer otra constatación: la del repliegue de la ciudad durante estos veinte años. "En cuanto me pongo una falda y camiseta de tirantes, recibo miradas insistentes y culpabilizadoras por parte de hombres de entre 14 y 94 años", dice la joven, que nunca ha ido a un café en Trappes y apenas se atreve a comprar paquetes de cigarrillos allí. "Trappes es otro mundo. Cuando uno es de Trappes, se siente de Trappes y no francés, lo cual también ocurre en otros suburbios". En cuanto a las tiendas, principalmente para musulmanes, con sólo carnicerías halal, según relata,  admite que "cuando no eres musulmán, puedes no sentirte como en casa". 


Fin del reportaje.


---

La conferencia que dio en 2018 Didier Lemaire. Aquí en V.O.


Aquí en tradu exprés.


Enseñanza en Trappes

Un testimonio de Didier Lemaire:

Buenas tardes,

1. El instituto de Trappes

Soy profesor de filosofía y desde hace tres años enseño cine. Doy clase en la escuela secundaria general y tecnológica de La Plaine de Neauphle. Después de haber sido nombrado al principio de mi carrera en escuelas secundarias de "zonas sensibles" en los suburbios de París particularmente difíciles, trabajé en institutos más ordinarios. Llegué a Trappes en el año 2000. Inmediatamente me gustó el ambiente de este pequeño instituto, con estudiantes que ciertamente eran muy flojos pero probablemente más amables que en muchos otros establecimientos. Para ser del todo sincero, encuentro a mis alumnos de aquí muy entrañables. Generalmente sonrientes, expresan fácilmente sus emociones y muestran una gran generosidad. Si su cultura general y nivel de expresión escrita siguen siendo muy modestos, suelen ser vivos y, a la postre, abiertos al conocimiento. Así que, año tras año, le he ido cogiendo gusto a la enseñanza en Trappes. Probablemente porque tal vez aquí me siento un poco más útil que en otros lugares. En cualquier caso, he tenido algunos años muy buenos con ciertas clases en las que ha sido un verdadero placer transmitir la práctica de la filosofía. A veces ha sido más difícil. No siempre consigo mis propósitos. Y cuando no hay mezcla, como es el caso hoy en día, la cosa se vuelve terriblemente problemática. He visto durante estos dieciocho años en Trappes cómo ha cambiado la población escolar. Desde los años 2010, los niños y las niñas se distribuyen de forma diferente en las aulas. Se mezclan menos y hablan menos entre ellos. Y cada vez menos conforme baja el nivel de formación. La ropa también ha cambiado. Mucho menos maquillaje. El uso del pañuelo en la cabeza, inicialmente muy marginal, se generalizó, al menos, desde que dejaban atrás la puerta del instituto. Antes de la ley que prohíbe los signos ostentatorios, las que llevaban el pañuelo eran en su mayoría chicas adolescentes con buenas notas, seguras de sí mismas y que querían distinguirse. Solían ser más proclives a filosofar que las demás. Desde los años 2010, el perfil ha cambiado. Son alumnas menos voluntaristas y menos reflexivas. Podríamos incluso decir que llevar un pañuelo en la cabeza se ha convertido en una forma de conformismo. (Volveré a hablar de ello más adelante). En cuanto a los chicos, el chándal de colores ha sido casi abandonado en favor de vestimentas oscuras. Las barbas han crecido un poco más. La inmadurez y el sexismo han aumentado drásticamente. En términos prácticos, no hay incidentes en torno al laicismo en nuestro establecimiento. Es cierto que durante el Ramadán el instituto permanece casi desierto. Pocos estudiantes musulmanes vienen a clase. Como resultado de ello, a veces acabamos con clases de tres o cuatro alumnos. La cantina funciona bien. Las dificultades son principalmente financieras y psicológicas. La tasa de desempleo en esta antigua ciudad dormitorio de trabajadores es una de las más altas de la región de París: casi el 19%. El índice de pobreza también: 25%. La renta media per cápita es, creo, la más baja de Yvelines: 18.000 euros. De hecho, aunque el actual alcalde está intentando maquillar todo esto comprando mobiliario urbano de lo más nuevo, con unas calles rutilantes y un plan de renovación y de construcción para atraer a las clases medias, o rebautizando la ciudad con un nombre más chic, Trappes-en-Yvelines, la ciudad sigue siendo un verdadero gueto. Los estudiantes apenas salen de él. 

El año pasado, acompañé a tres clases de cine al Distrito XVIII de París para visitar una escuela de cine, la FEMIS. Como teníamos algo de tiempo, visitamos Montmartre y el Sacré Coeur. Ninguno de ellos los conocían. Tenía la impresión de estar paseando a turistas chinos. Algunos visitaban París por primera vez. La mayoría de nuestros estudiantes van a París muy excepcionalmente. Hace dos años, cuando mis estudiantes de cine volvieron de su prueba, que se desarrolló en el instituto de Marly-le-Roi, cerca de Versalles, me contaron su desconcierto. Se sintieron extranjeros. Por su forma de vestir, su forma de hablar, sus orígenes. Me confesaron que se sentían no sólo "diferentes" sino también "inferiores". Yo tuve la oportunidad de debatir sobre este tema recientemente con el entonces teniente de alcalde de la ciudad, el Sr. Ali Rahbe. Este último reconoció que ese era uno de los mayores problemas de la juventud de Trappes. No salir de la ciudad, no conocer otros horizontes. Para decirlo como las periodistas de Le Monde que investigaron hace dos años aquí, Raphaëlle Bacqué y Ariane Chemin: los jóvenes de aquí casi nunca salen de "la comunidad". En cuanto a los problemas familiares y psicológicos, la situación también es terrible. No tengo cifras, y mis impresiones son necesariamente subjetivas. Sin embargo, aparte de los problemas de atención en las aulas tecnológicas, que son la regla, observo muchas fobias escolares, claustrofobias a veces muy severas, o depresiones y patologías más graves que pueden provocar acontecimientos trágicos en las familias. Yo mismo he intervenido en varias ocasiones a lo largo de estos años para aconsejar a estudiantes que fueran al médico del centro de salud, o a hacer visitas al hospital psiquiátrico, o, en un caso extremo, acompañé a un alumno muy difícil que estaba viviendo una situación de violencia doméstica. Bajo las sonrisas o los comportamientos algo desabridos, ¿cuántas situaciones personales de angustia se esconden? No tiene uno idea, detrás de su escritorio de profesor, de la miseria emocional que sufren muchos de los alumnos. En cuanto me tomo el tiempo de hablar con mis alumnos sobre su estrés con las notas, entonces caen las máscaras. Y entonces descubro sus fragilidades. Los resultados de los exámenes finales de bachillerato son lógicamente bajos, aunque el instituto consigue alcanzar regularmente, a nivel nacional, entre la primera y la trigésima clasificación, en resultados ponderados, por el "valor añadido". Tal éxito relativo ligado a este método de cálculo se debe a varios factores: clases con efectivos limitados, equipos y dirección generalmente muy volcados y, sobre todo, bastante ayuda mutua entre los estudiantes. Esto sirve para pintar un retrato rápido del instituto, que, a pesar de las pocas especificidades que acabo de mencionar sigue siendo, a primera vista, un instituto bastante banal en Francia. Si los índices de absentismo son muy altos, no tenemos actos violentos ni una proliferación de consejos de disciplina. Las expulsiones permanentes del establecimiento se dan, sí, pero como en todas partes.

2. Toma de conciencia de la realidad

Pero ocurre que este instituto está situado, como probablemente sepan, en la ciudad europea que proporcionó el mayor número de yihadistas a la zona iraquí-siria desde 2012. Y es ahí, cuando se miran las cosas más de cerca, cuando todo cambia. Oficialmente, son unas 70-75 salidas reales. Pero es probable que sean varios cientos de personas las que forman parte de este movimiento yihadista. Hoy en día, además, ya no se van. Así que el instituto está en medio de un nido de potenciales terroristas. Como suelo decir: el instituto es como una isla. Nuestros estudiantes, a excepción de los que no tienen realmente un plan de estudios, se proyectan en la sociedad francesa. No son ni delincuentes ni jóvenes proclives al fundamentalismo religioso y menos aún al islamismo. Y sin embargo su mundo y su entorno están muy marcados por las transformaciones políticas de estos últimos años. En cuanto abandonan el recinto escolar, están en un mundo muy diferente al nuestro. Una isla pues en medio de un mar de reclutadores salafistas que se han ido apoderando de los barrios desde hace unos diez años. En primer lugar, limpiándolos parcialmente del tráfico de drogas. Luego, montando sus comercios, imponiendo sus costumbres y desarrollando sus actividades paralelas. También hay en este mar algunos Hermanos Musulmanes, o antiguos miembros del GIA argelino, e incluso un pequeño círculo de Tablighis alrededor de un librero que no sólo vende obras literarias sino también jilbabs [túnica y capucha] y otra ropa de mujer completa. Oficialmente, todos se autodenominan "pacifistas", "quietistas", pero rechazan las leyes civiles y las quieren reemplazar por la Sharia. También están los islamo-nacionalistas turcos, que representan una pequeña comunidad que vive aislada. Ya no hay judíos en Trappes. La sinagoga fue incendiada en el año 2000 y aunque nunca se determinó el acto criminal, hay un clima, unas letras de canciones, unas pintadas que demuestran que en aquella época ya existía un fuerte antisemitismo. Tras la destrucción de la sinagoga, las últimas familias judías que vivían en Trappes se refugiaron en las ciudades vecinas de Élancourt y Maurepas. El antisionismo y el apoyo a los palestinos, muy presentes en la ciudad, obviamente sirven para difundir impunemente los prejuicios más virulentos. (Por mi parte, año tras año, constato que ninguno de mis alumnos de último curso puede distinguir correctamente entre "judío", "israelita", "israelí" o "sionista". Para ellos, "judío" significa un creyente sionista; o antes que eso: un enemigo de los árabes). Describir este medio islamista no es fácil por dos razones: primero, porque es relativamente invisible. La segunda, porque su única marca visible es de apariencia religiosa y, en consecuencia, señalar la proliferación de estos signos religiosos en el espacio urbano equivale a correr el riesgo de ser tachado de "islamófobo". Pero ¿son realmente signos "religiosos"? ¿No son más bien señas identitarias y políticas? En cuanto a la invisibilidad, contemplada desde el instituto, efectivamente podría pensarse que todo discurre con normalidad. Los estudiantes son realmente agradables, lo diré de nuevo. Por supuesto, algunos de ellos te sacarán teorías de la conspiración en las clases de Historia, declamarán textos extraídos de sitios de propaganda islamista en las clases de Lengua, o rechazarán la donación de órganos durante un debate sobre bioética; y cuestionarán la teoría darwiniana de la evolución en las clases de Biología, etc. Pero ahí acaba todo; al fin y al cabo, mientras hablen y se expresen, los profesores podrán hacer su trabajo de educación e instrucción. No siempre es fácil distinguir en todo esto la parte de ignorancia, la provocación adolescente o la verdadera adhesión al oscurantismo y a los valores antidemocráticos. Por mi parte, siempre he querido no estigmatizar a mis alumnos, tratándolos como a cualquier otro estudiante, sin hacer diferencias entre ellos; nunca he tratado de abordar temas delicados frontalmente. Tengo que decir que esta postura me había funcionado bastante bien hasta ahora. Nunca encontré la menor dificultad para leer y explicar textos expresamente antirreligiosos en la clase de Filosofía, por ejemplo. Para mis alumnos, se trata de textos filosóficos como cualesquiera otros. No se sienten agredidos y pueden reflexionar sobre ellos libremente. A veces, algunos, en el transcurso de sus reflexiones, llegan a conclusiones por sí mismos con las que me dicen que, sin embargo, no están de acuerdo. ¡Entonces grito secretamente victoria...! 

No me di cuenta de que realmente había un gran problema hasta después de los atentados de 2015. En primer lugar, tras la masacre de Charlie-Hebdo, vi que mis alumnos se mostraban muy divididos. Muchos de ellos condenaban con la boca pequeña los asesinatos y esgrimían el bien engrasado argumento de "se lo buscaron". Para ellos, las culpas se repartían casi al 50%. Por un lado la blasfemia; por el otro, la matanza. Recuerdo haber tenido un duro debate en mi último curso ( sección “ES”) sobre el derecho a la blasfemia. Muy pronto el argumento teológico cambió de naturaleza: no era al profeta al que, en el fondo, se humillaba con las caricaturas de Charlie, o a Dios. Era a los musulmanes de Francia; eran ellos los humillados. Mis argumentos sobre el laicismo, la libertad de credo, que implican no estar sujetos a la creencia de otro y a los preceptos de la religión de otro, caían así en saco roto uno tras otro. El debate se deslizaba del terreno de las creencias religiosas hacia el de su identidad, su comunidad. Era una reacción epidérmica por su parte. En sus mentes, Charlie quedaba equiparado a una Policía racista, a los enemigos de su grupo. Recuerdo una diatriba especialmente sentida de una de mis alumnas que me explicó que todo el mundo, empezando por los medios de comunicación, se cebaba con los musulmanes, y que los salafistas no eran tal como los describían. Que era necesario que les permitiéramos vivir su religión en paz y que dejáramos de perseguirles con leyes, reportajes televisivos, provocaciones o dibujos insultantes. Tras los atentados en el Stade de France, en las calles de París y en el Bataclan, las reacciones fueron muy diferentes. El efecto fue impresionante. Comprendieron que los yihadistas podrían haberles matado a ellos también. Esta vez la indignación fue unánime. Al menos en apariencia. Y digo bien "en apariencia" porque en dos de mis clases de Tecnología, en otra de Gestión, otra de Ciencias y otra de Salud y Tecnologías Sociales, esta indignación me pareció un poco desleída o como desmochada. Esto me puso particularmente a prueba y me llevó a cuestionarme y a cambiar mi forma de ver, o  más bien de no ver las cosas. En la clase de Gestión, percibí cierta incomodidad en esa condena. Los estudiantes no tenían ganas de hablar. Parecían pensar que no valía la pena gastar una hora en eso. Querían pensar en otra cosa, fingir que no había pasado. ¿Era la necesidad de tomarse un respiro después del shock? ¿O era una forma de minimizar la importancia de estos hechos? Con la clase de Ciencias de la salud y Tecnología, si bien cierta emoción era palpable, una alumna, que tenía cualidades de reflexión innegables, se puso especialmente al margen del debate. Se aseguró durante toda la hora en que hablamos de estos hechos para no mirarme nunca, para nunca decir nada, para permanecer encerrada en su silencio. ¿Significaba este extraño comportamiento que ella aprobaba esos actos? Imposible desde entonces debatir con ella, ni siquiera de temas filosóficos. La palabra se había roto definitivamente. No fue un desacuerdo. Fue una ruptura de comunicación. Peor: una ruptura de reconocimiento. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estaba enseñando en un instituto como cualquier otro. En ese momento pensé en las palabras de algunos de los supervivientes de los campos de exterminio: la experiencia de dejar de ser reconocido por el otro como un semejante. No es una maña, un disimulo o una negativa a comunicar. Es una forma de tratar al otro como una mera cosa, con total indiferencia, como si no existiera o viviera en otra dimensión.

Unos meses más tarde, curiosamente, a instancias del joven estudiante que defendía a sus "hermanos" salafistas, se me pidió que fuera a escuchar una conferencia de Rachid Benzine, un islamólogo progresista y secular. Rachid Benzine, cuyas Cartas a Nour se ponen ahora en escena, vive en Trappes. Fue estudiante del instituto y fue mi colega presente en la sala quien lo introdujo a la filosofía. Rachid Benzine utiliza las herramientas de la historia y la antropología para leer el Corán. Luego me uní a una pequeña asociación de Trappes, Parole à cœur ouvert, cofundada por mi colega. Quería yo acabar con mi ignorancia, o más bien con mi ceguera, y conocer mejor la realidad. Me llevó casi dos años. Dos años para abrir los ojos. Dos años para intercambiar con madres de Trappes (debo decir que no hay muchos padres dispuestos), activistas asociativos, musulmanes laicos y musulmanes menos laicos, antiguos profesores de instituto y, sobre todo, muchos, muchos alumnos de secundaria de la zona. Nuestra pequeña asociación, que reunía a personas con convicciones diversas y que era multiconfesional, trataba de hacer prevención contra el control sectario y la radicalización. Para ello, decidimos organizar conferencias con Rachid Benzine, pero sobre todo encuentros con jóvenes en pequeños grupos de siete con un adulto sobre el tema del control. Fue durante estas sesiones de debate e intercambio cuando me di cuenta de que en cada una de nuestras intervenciones, dondequiera que estuviéramos, dos o tres jóvenes de cada setenta nos decían espontáneamente que en su familia un hermano, una hermana o un primo se habían ido a hacer la yihad a Siria. Me pareció una cifra enorme, ya que los adultos no estábamos especialmente bien situados para  ser los destinatarios de tales confidencias. A veces, la emoción de los jóvenes hacía que sus palabras fueran difíciles. Un día acompañamos a las clases de un instituto cercano a ver una película en el cine: Le ciel attendra  [El cielo puede esperar] de Marie-Castille Mention-Schaar. Esta película cuenta la historia del destino cruzado de dos chicas adolescentes reclutadas por Daesh. Se inspiró en gran medida en la historia de la hija de Catherine Gringelli. Fue por cierto en esta asociación donde conocí a Catherine. Me encontraba yo en el cine, sentado en medio de estos estudiantes a los que nadie conocía. A lo largo de toda la película, pude oírles exclamar: "Es tal cual, tengo un amigo en Raqqa. ¡Así es exactamente!". "Todo lo que enseñan es cierto". "¿Conoces a menganito? Está allí ahora mismo". "Sí, allí, a los no creyentes los fríen vivos." Durante toda la proyección, los comentarios no cesaron. Los jóvenes sentían la necesidad de decir que eso no era una película. Para ellos, era absolutamente banal. Cuando salimos del cine, una de las hijas de la presidenta de nuestra asociación, que vino a ver la película con nosotros, me dijo: "Pero señor, yo también estoy en contacto todos los días al teléfono con un antiguo amigo que se ha ido a Raqqa. Era mi novio. Quería que me fuera con él. No quise hacerlo. (...) Sabe, en mi plaza, hay docenas de chicos que se han ido... Conozco a muchos. Algunos de ellos murieron allí". Sentí que yo estaba tocando con la realidad con las manos. Esa realidad que se me escapaba en las aulas. Que no podría haber conocido en mi papel de profesor. Por supuesto, eso no era posible en el aula. Por supuesto, esa palabra no podía darse en clase. Por suerte, en parte. El aula es un espacio de libertad para muchos alumnos. Casi su única ventana al mundo exterior. Así que mejor preservarla de lo que experimentan a diario y que sólo les concierne a ellos. Una tarde, fuimos a France Télévision con un grupo de estudiantes de secundaria de Trappes para un encuentro en torno a otra película sobre la radicalización, Ne m' abandonne pas, de Xavier Durringer. (En la proyección, volví a escuchar los mismos comentarios). A la salida del instituto, en el autocar, me senté junto a un grupo de alumnos de 13 o 14 años. Empecé a charlar con un chico que estaba a mi derecha antes de ampliar el círculo a mi alrededor. Recuerdo a una joven de 14 años que acababa de llegar de Argelia, que estaba feliz de estar en Francia, que me expresaba su alegría de vivir en Francia, un país libre y laico. Al final de nuestro intercambio, me preguntó si las culturas podían enfrentar a los hombres entre sí. Poco después, intercambié unas palabras con el profesor de matemáticas de esa clase y le pregunté qué pensaba del joven con el que había iniciado la conversación y que me había parecido un poco callado. Me dijo en voz baja que este chico estaba en una situación terrible. Su familia estaba destrozada por la marcha de su hermano a Siria. Por un lado están los pro-Daesh, por otro, los que no quieren saber nada de todo eso. Exactamente lo que me habían dicho otro joven de 16 años en un grupo de discusión sobre el control islamista. Una vez más, descubrí que lo que para mí era una realidad lejana y bastante abstracta era la vida cotidiana de estos jóvenes. Su vida, en definitiva, en estos barrios. No, nada de esto ocurría en Siria, ni en las lejanas tierras de Irak, sino en las aulas de Trappes. Ante nuestros ojos de profesores, sin que mis colegas o yo pudiéramos verlo. Al fin y al cabo, estos jóvenes no habían sido reclutados a través de Internet, sino directamente por sus allegados, por sus amigos, sus hermanos o hermanas. Así es todo este pequeño mundo: aislado y formateado por las redes de los "hermanos" salafistas, y que muestra veleidades de marchar [a Siria] o de pasar a la acción ultraviolenta. Todo esto comienza ya en la maternal, cuando los pequeños se niegan a cantar alegando que está prohibido por sus padres. En 2016, las periodistas de Le Monde, Raphaëlle Bacqué y Ariane Chemin vinieron a hacerme preguntas varias veces. Sobre la historia del instituto. Sobre mis alumnos. También pasaron casi días enteros con algunos de mis alumnos para conocerlos. Sus preguntas hicieron que yo también me cuestionase ciertas cosas. Me di cuenta de que, desde mi aula, muchas cosas se me escapaban. En cierto modo, esto es perfectamente normal. Las horas de clase normalmente se dedican a enseñar la materia. También hubo el documental de Saskia Dekkers, periodista de la televisión pública (NOS) de los Países Bajos. Su visita a clase liberó el discurso de mis alumnos. Les mostraré luego algunos extractos de este documental. Después del encuentro, muchos estudiantes me hablaron de su día a día. Por ejemplo, unos padres que les prohibían ir a la mezquita. Y no por la prédica, sino por la presencia de reclutadores cerca del lugar de culto. Actualmente, la situación ha cambiado un poco. La invisibilidad, si se me permiten decirlo así, está ganando terreno. Las redes refuerzan su dominio sobre la ciudad y los jóvenes. Pero todo ocurre de forma insidiosa. Se diría que las pequeñas provocaciones en el instituto ya no están a la orden del día. No vemos ya esos jueguecitos con las diademas para ocultar el pelo o el traje con faldas largas. Las adolescentes muestran una "fachada de laicismo". Después de dejar atrás la puerta de la escuela, muchas se ponen de nuevo el velo, "por si pudieran verlas". Todo lo que tiene que ver con Daesh o la religión se silencia. Ya no se habla de ello. Es como si hubiera dos mundos ahora. El mundo de la escuela, donde hay que plegarse a los requisitos del laicismo. Y el de la ciudad, en el que las cosas suceden de manera muy diferente, según otras reglas. Por ejemplo, en la mayoría de los cafés de Trappes ya nadie se mezcla. La  joven Sarah, una estudiante de 15 años a la que conocí el pasado mes de junio, me ilustró explicándome su situación. Sus padres se divorciaron hace unos meses. Su padre es musulmán. Su madre, cristiana. Ella es musulmana, como su padre. Con fervor. Sin embargo, desde que su padre se trasladó a quince kilómetros, a Rambouillet, por fin "ella respira". Esas son las palabras que usó. "En Trappes, estoy bajo constante vigilancia. No puedo hacer nada sin que me juzguen. Es que se  ha vuelto insoportable. Ya no soporto vivir en este lugar".


3. De la comprensión a la acción

Paralelamente a estas pocas acciones que me abrieron los ojos, comencé a documentarme un poco, a leer algunos libros. Un día, descubrí que un inspector de Éducation Nationale ya había investigado y analizado los inicios de este fenómeno en un informe que se remonta a 2004. Me refiero al "Informe sobre signos y manifestaciones de afiliación religiosa en las escuelas", de Jean-Pierre Obin. Este informe, enterrado por François Fillon, que era entonces Ministro de Educación Nacional, transformó por completo mi comprensión. Trata de forma muy específica de los signos y la vestimenta, la alimentación, el calendario y las festividades, el proselitismo, el rechazo a la educación mixta y la violencia contra las niñas, el antisemitismo y el racismo, las disputas político-religiosas en la escuela y los problemas encontrados, y todo ello desde diversos campos disciplinarios. Mi propia reflexión me había llevado a formular ciertas conclusiones que encontré, no sin satisfacción, reflejadas en el documento. Es un texto realmente cautivador, por lo bien que describe las transformaciones que se produjeron en esa época, transformaciones que muchos no quisieron admitir. Además, anticipaba las consecuencias en caso de que no se adoptase ninguna política pública para acabar con ello. Predecía con un rigor inflexible lo que iba a ocurrir unos años después. Permítanme leerles un extracto:

"Lo que observamos en las escuelas de los barrios donde se concentran las poblaciones de inmigrantes norteafricanos, y a veces turcos, africanos o de las islas Comoras, en barrios cada vez más homogéneos social y religiosamente, es claramente sólo la parte académicamente visible de un fenómeno mucho más profundo cuya evolución sea probablemente una de las claves de nuestro futuro. Pareciera que, por primera vez en nuestro país, la cuestión religiosa se superpone -al menos en parte- a la cuestión social y a la cuestión nacional; y esta mezcla, que es en sí misma explosiva, entra también en resonancia con grandes enfrentamientos que ahora estructuran la escena internacional".

El resto de la conclusión se refiere al desarrollo de las "contra-sociedades":

"No se trata en absoluto de que estas poblaciones se replieguen en sí mismas, cosa que ya viene de lejos, sino de una identidad sustitutiva que se extiende primero entre los jóvenes de la segunda o tercera generación. El caldo de cultivo social en el que se desarrollan estos acontecimientos es bien conocido: es la sensación de segregación a la que están sometidas estas poblaciones en cuanto el acceso a la vivienda, el empleo y el ocio, debido a la xenofobia y el racismo, desde su llegada al territorio nacional. La interiorización de esta injusticia lleva a toda una juventud al resentimiento y, a veces, a la radicalización. Organizaciones, a menudo estructuradas a nivel internacional, prosperan en este terreno y aseguran con esta nueva identidad 'musulmana' una promoción efectiva, en una permanente sobrepuja que da a los más radicales a menudo mayor peso respecto a los más jóvenes o los más frágiles (entre estos últimos, un buen número de jóvenes conversos). El proyecto de estos grupos abiertamente segregacionistas, y que denuncian la integración como apostasía u opresión, va aún más allá. También se trataría de unir políticamente a estas poblaciones disociándolas de la nación francesa y agregándolas a una vasta 'nación musulmana'. Ya dijimos lo bien que nos parece que este proyecto se haya difundido y aplicado con la juventud escolarizada, especialmente entre estos alumnos de secundaria y bachillerato que a veces se niegan masivamente a identificarse como 'franceses' y toman como héroes a los partidarios de la guerra contra el mundo occidental".

No se puede expresar mejor que el problema no es un problema religioso sino político y que lo que está en juego no es una religión sino un proyecto político. Un proyecto de "disociación" de esta población para ponerla en contra de la nación francesa. Se podría también llamarlo una forma de fomento de la guerra civil. El año pasado, Jean-Pierre Obin y yo escribimos al Presidente de la República para pedir que nuestra República no siga abandonando a sus hijos a las redes salafistas que preparan el terreno para el yihadismo. Por mi parte, me resulta difícil permanecer como espectador de esta situación o contentarme con enseñar filosofía a mis alumnos como si no pasara nada. Ciertamente, el trabajo de un profesor permite desarrollar la capacidad de pensamiento crítico, pero ¿es esto suficiente frente a unos hábitos tan fuertes? ¿No es una situación esquizofrénica? Por eso, tras haber percibido los límites del trabajo de Parole à coeur ouvert, observé la porosidad de la asociación ante gente visceralmente hostil a los valores republicanos, y fundé con algunos amigos (algunos de los cuales están aquí presentes) un Círculo de Reflexión y Acción contra el Control Islamista. No queremos sustituir a las políticas públicas ni limitarnos a Trappes. Nuestro proyecto es mucho más amplio. Pronto podrán descubrir nuestras propuestas en nuestro futuro sitio web. Ya en nuestro instituto la directora ha iniciado un amplio proyecto de "prevención de fenómenos de radicalización a través de la emancipación". Este proyecto, en colaboración con la Prefectura y el Ministerio del Interior, se extenderá a lo largo de tres años y reunirá a los centros de enseñanza secundaria de Trappes (lo que supone, creo, cinco establecimientos). Importantes recursos financieros serán asignados para ponerlo en práctica. Un presupuesto fuera de lo común. Es un paso importante. Nosotros los profesores ya no podemos enseñar como antes, sólo siguiendo nuestro programa. También tenemos que preparar a nuestros alumnos para la ciudadanía y darles herramientas para entender el mundo en el que viven. Esta es nuestra misión principal.

Gracias por su atención."


------

P.D.

Esto fue en 2018; estaría bien saber si el programa para emancipar a los jóvenes de Trappes está dando resultados.