lunes, 19 de julio de 2021

El perdedor




Francis Stuart (pintor no identificado)


Entrevista del año 1998 a Francis Stuart, dos años antes de morir, efectuada por el editor de Quartet Books y autor Naim Attallah (1931-2021) palestino cristiano, y publicada en su blog literario en febrero de 2018, y recogida en el libro No longer with us
Aquí en V.O.

Aquí debajo en traducción exprés.

"De la serie: Ya no están con nosotros

Francis Stuart nació en Sudáfrica el 29 de abril de1902 y murió en Dublín el 2 de febrero de 2000. Es autor de más de veinte novelas, entre ellas The Pillar of Cloud (El pilar de las nubes), Black List: Section H (Lista negra: Sección H) y Redemption (Redención), todas con base autobiográfica. Luchó con los republicanos durante la Guerra Civil irlandesa, y pasó los años de la Segunda Guerra Mundial en Berlín, desde donde se trasladó a Irlanda. En 1920 se casó con la hija de Maude Gonne [1863-1953], Iseult, que, como su propia madre, había rechazado una propuesta de matrimonio de Yeats. Durante los años de guerra vivió con Roisin O'Mara, hija adoptiva del general Sir Ian Hamilton, comandante en jefe en la batalla de los Dardanelos durante la Primera Guerra Mundial. Hamilton era simpatizante de los alemanes y se relacionó con Hitler en 1936. En 1987, Francis Stuart se casó con con Finola Graham (1945), una artista de treinta [y dos] años. Se le concedió [en 1996] el máximo galardón artístico irlandés "Saoi" (Hombre sabio), una distinción otorgada poco frecuentemente en Irlanda. Entre los anteriores galardonados se encuentran Samuel Beckett, Mary Lavin y Sean O'Faolain. Los años de Francis Stuart en la Alemania nazi provocaron una gran controversia.

Le entrevisté en 1998, y esto es lo esencial de lo que me dijo entonces:

-Usted es australiano de nacimiento y protestante del Ulster por origen. ¿Tuvo desde el principio la sensación de ser diferente a los demás?

-Sí, pero probablemente más por el misterio que rodea a mi padre, que se suicidó en Australia cuando yo tenía sólo unas semanas. Nunca llegué a conocer todas las circunstancias, salvo que había hecho varios intentos de suicidio y que estaba ingresado en una clínica psiquiátrica de Sidney cuando hizo el último y definitivo intento. Esto me persiguió y obsesionó, y empecé a identificarme mucho con él. Su hermano gemelo me contaba cómo había interrogado a mi padre, preguntándole si se sentía solo o perseguido, a lo que entiendo que respondió que sí. Pero la psicología no era como la de hoy, y esa parecía una forma muy primitiva de interrogar. Mi madre nunca habló de él, y la familia de ella tampoco. Creo que el matrimonio fue casi seguro infeliz. Aunque creí entender sus razones para suicidarse, todo el asunto siguió siendo misterioso.

-En un artículo publicado en el Observer el año pasado se le describía como un paria en su propio país, condenado al ostracismo y vilipendiado. ¿Está de acuerdo con eso?

-No, no me importaría si esto fuera así, pero es absolutamente ridículo. En ciertos círculos, entre la gente culta, estoy muy bien considerado. No diría que no he encontrado hostilidad; como probablemente sabe, la he encontrado en todas partes, y aquí en Irlanda no menos que en otros lugares; pero, por otro lado, es completamente falso decir que me he visto condenado al ostracismo y que se me ha vilipendiado.

-A menudo se le describe como un romántico incorregible. ¿Lleva esa descripción como una insignia de honor?

-De nuevo, no es cierto. No soy un romántico, soy un realista. El escritor imaginativo debe hacer una maqueta de la realidad, recogerlo todo. Siento una gran admiración por Heidegger, que se preguntaba: "¿Por qué hay algo?". No sabemos mucho, pero por lo que sabemos de la naturaleza y del cosmos podríamos esperar que no hubiera nada. Siempre me ha sorprendido que haya algo, y he escrito en poemas que es un milagro que estemos aquí. Nuestra tarea, tal y como yo la veo, es atender a ese milagro de la existencia, de la experiencia, de la conciencia.

-¿Cree que el romanticismo es peligroso?

-Tal y como yo lo interpreto, sí, porque está alejado de lo real. Si haces un modelo de todo lo que hay, como debe hacer una mente imaginativa, el romanticismo no entra en él. El realismo, sí. Es un planeta muy duro este en el que nos encontramos.

-En su novela autobiográfica Black List: Sección H, escribe: "Todo aquel cuyo comportamiento choca con la fe popular de su época y de su lugar será automáticamente condenado". Como alguien que ha experimentado una condena generalizada, ¿cree que ha sido un precio que ha merecido la pena pagar por sus creencias?

-Sin duda sí, para mí. Sólo puedo hacer mi trabajo tras un aislamiento, y no importa cómo llegue a esa condición de aislamiento. No puedo imaginarme escribiendo como un miembro aceptado de la sociedad, y en la medida en que escribo para alguien, escribo para gente como yo: aislada, sola y muy cerca de la desesperación a veces. No es necesario haber tenido la vida que he tenido para experimentar la cuasi desesperación y la soledad; tendría esos sentimientos en cualquier caso, ya que son condiciones existenciales. Sin querer ser  presuntuoso, es muy probable que usted también los tenga. Seguramente son comunes a las personas inteligentes e imaginativas.

-Usted era simpatizante del Sinn Fein en los años 20 y 30, y fue encarcelado por los británicos. ¿Cómo se produjo eso?

-Yo diría que fui republicano más que del Sinn Fein. Durante la Guerra Civil aquí estuve en el bando republicano y perdedor, como siempre he estado. En mi opinión, es esencial estar en el bando perdedor. Estuve preso alrededor de un año, o quizás nueve meses. No lo recuerdo exactamente. Estuve en seis prisiones diferentes, la mayoría fuera de Irlanda, pero nunca por mucho tiempo. Nunca me condenaron, no había nada de lo que se me pudiera acusar, pero estuve encerrado igualmente.

-¿Eran duras las condiciones?

-El hambre era lo peor. En la mayoría de las prisiones no teníamos suficiente comida, pero la gente de fuera también pasaba hambre. Había hacinamiento, por supuesto: en un momento dado éramos entre doce y quince hombres en una celda destinada a uno o dos. Eso fue en Alemania, donde me internaron los franceses por recomendación de los británicos. Me lo dijo un oficial de la inteligencia francesa, que me comentó que tenían que hacer lo que los británicos les decían.

-¿Cuál es su actitud hacia el Sinn Fein hoy en día?

-Si se refiere al partido político, me desagradan todos los partidos políticos. Se dan mucha importancia y no suponen la más mínima diferencia en nuestras vidas. Cualquier partido podría estar en el poder aquí, no importaría cuál. En mi opinión, todos son un montón de basura. No me interesa lo más mínimo la política.

-Su primer matrimonio con la hija de Maud Gonne, Iseult, parece tener todos los elementos de dolor e incertidumbre asociados con el primer amor, y un amor cuando era usted muy joven... sólo tenía dieciocho años. ¿Está de acuerdo con eso?

-Lo estaría si no añadiera que el matrimonio duró casi veinte años, aunque tuvimos tremendas broncas y demás. Lo sentí mucho por Iseult. Era una de esas almas inocentes, ya sabe lo que quiero decir; me aguantó, lo que no fue fácil, y también aguantó a su madre, que para mí era una mujer desagradable. Sufrió por ambos lados.

-¿La madre de ella estaba en contra de usted?

-Sí, pero era comprensible. Yo era un chico desconocido del norte, sin antecedentes, sin dinero, sin nada que me recomendara. Un chico de dieciocho años se casa con su hija, con la que Yeats y otras personas se habrían casado de buena gana... Yo no era un buen partido, por decirlo suavemente.

-La poetisa Kathleen Raine, a quien entrevisté hace uno o dos años, habla de la pureza del amor juvenil, que describe como absoluta, la sensación de que no puedes imaginar que sientas eso por nadie más. ¿Recuerda ese primer amor, su intensidad, o ha desaparecido por completo?

-Es muy difícil decirlo ahora echando la vista atrás. Lo que creo es que si escribo sobre ciertos recuerdos y luego trato de recordarlos, lo que recuerdo es lo que he escrito sobre ellos. Si no hubiera escrito sobre ellos, tal vez podría volver a la realidad, pero tal como van las cosas, desconfío de muchos de mis recuerdos. El amor que nos teníamos era ciertamente de gran intensidad, y eso significaba grandes broncas y violencia. Cada uno destruyó cosas que el otro valoraba. Yo hacía algunas esculturas en aquella época, y tenía una de un pájaro que apreciaba mucho, e Iseult la cogió y la tiró al suelo. Y una vez yo agarré una pila de sus vestidos y le eché gasolina.

-¿Se arrepiente de eso?

-En cierto modo, no. Pero he hecho daño, y sí me arrepiento y hasta lo encuentro chocante.

-En Black List el personaje H está celoso de que Iseult Gonne [1884-1954] y el poeta Ezra Pound [1885-1972] hayan sido amantes... ¿fue algo que le obsesionó en su momento?

-Creo que sí, sin duda. El sexo -la sensualidad sea quizá una palabra más adecuada- es una fuerza motriz extraordinaria. E imaginar a tu pareja en los brazos de otra persona, eso formaba parte de la sensualidad. Me obsesionó.

-El hecho de que Iseult rechazara la oferta de matrimonio con Yeats [1865-1939], ¿provocó más tarde alguna incomodidad entre usted y Yeats?

-Nunca lo vi así. Me llevaba bien con él y fue extraordinariamente generoso conmigo. Dijo que con un poco de suerte yo sería uno de nuestros buenos escritores. Personalmente, no soy, digamos, un admirador de Yeats. Es, por supuesto, un gran poeta -sería ridículo decir lo contrario-, pero no es un poeta al que acudiría en busca de consuelo en momentos de estrés. La gente piensa que Yeats se daba mucho pisto, pero no es así. De hecho, era un hombre muy solitario al que le hubiera gustado tener amigos íntimos, pero no los tuvo. La gente corriente, incluso los intelectuales, no podían llevarse bien con Yeats. No tenía ninguna de las habilidades sociales normales. Cuando nos quedábamos con Yeats, yo permanecía despierto toda la noche, devanándome los sesos para pensar en alguna declaración profunda que pudiera hacer al día siguiente. A veces la cosa solía salir terriblemente mal.

-El matrimonio con Iseult se rompió hacia 1940. Había tantas cosas que cambiaban y se disolvían en aquella época; ¿acaso era sintomático de los tiempos que corrían el que se rompiera en 1940?

-Supongo que sí, y así fue. Muchas cosas más importantes que mi matrimonio se rompieron en esa época.

-¿Puede decirme qué fue lo que le atrajo de Hitler y, sobre todo, del movimiento nazi?

-Una de las cosas que siempre me ha parecido muy injusta es la impotencia del poeta. La mente creativa no debería ser impotente, y la única forma de que el escritor no sea impotente es si tiene un caudillo al que admirar, como Milton tenía a Cromwell. Sólo entonces se le otorga ese poder en el mundo que él cree que le corresponde. Ahora sé que es una creencia falsa, pero en aquel momento quería un caudillo al que venerar. Si Hitler no hubiera tenido esa maníaca obsesión antisemita, habría habido mucho que admirar en él. Pero otra razón por la que fui a Alemania y, más tarde, incluso transmití desde Alemania, fue todo el asunto de la guerra en sí, que es algo terrible. Si un bando hace la guerra porque ve que otro, un régimen extranjero, comete crímenes horribles, debería saber que no puede esperar ganar esa guerra sin utilizar esos mismos métodos de su enemigo, quizá incluso más horribles, y así fue en la última guerra. Los aliados utilizaron métodos similares a los de su enemigo para ganarla, pero entraron en ella diciendo que estaban realizando una cruzada cristiana, y en mi opinión eso es algo terrible. Me parece que se están contaminando todos los valores morales si se dicetal cosa. Estaban defendiendo a Europa contra un régimen horrible, pero no estaban llevando a cabo una cruzada cristiana. Al afirmar que lo hacían, estaban incurriendo en algo muy malo.

-¿Alguna vez se reunió con Hitler?

-No, pero podría haberlo hecho fácilmente porque el ministro estadounidense aquí en Irlanda, antes de la guerra, un hombre llamado  John Cudahy, le preguntó al Führer si me concedía una audiencia. Cuando estalló la guerra, John dejó la embajada y se fue a Alemania a trabajar como corresponsal de un periódico, para el New York Herald Tribune, creo. Tuvo al menos dos audiencias con Hitler, y en una ocasión le habló de ese escritor irlandés neutral cuyos libros había leído y le gustaban, y que estaba en Alemania. Al parecer, Hitler dijo que me llevara, pero yo nunca fui. Recuerdo que advertí a John de los peligros, y le dije que los británicos estaban al tanto de sus reuniones con el Führer y que estarían encantados de deshacerse de él. Él despreció la idea, pero luego se fue a Suiza y a los dos o tres días murió. Se dijo que había tenido un ataque al corazón o algo por el estilo, pero no había ninguna duda de que los británicos se deshicieron de él. Comprensiblemente, por supuesto. En la guerra se permite todo. [Debe confundirse Francis Stuart, pues John Cudahy murió de una caída de caballo en 1943 en su finca de Milwaukee].

-¿Era él muy pro Hitler?

-No tanto, pero aconsejaba a Hitler que no provocara a los americanos para que entrasen en la guerra, y eso era lo último que querían los británicos.

-Usted ha dicho que pronto descubrió que Hitler no era la respuesta, pero una de las razones por las que se quedó en Alemania fue por la hostilidad que sentía usted hacia los británicos. ¿En qué se basaba exactamente esa hostilidad?

-Se basaba en su actitud de superioridad moral. En un momento dado, los líderes aliados, incluido Churchill, se reunieron en medio del Atlántico en un acorazado y cantaron "Onward Christian Soldiers". Eso para mí fue muy impactante.

-¿Cree que la hostilidad pudo tener también algo que ver con el sistema inglés de escuelas privadas del que formó parte?

-El internado de Rugby tuvo un gran efecto en mí, no tanto un efecto moral, sino que me endureció de tal manera que me permitió sobrevivir a seis prisiones. Ninguna de ellas fue tan mala como Rugby.

-¿Sigue albergando rescoldos de hostilidad hacia los británicos?

-No, no como pueblo, aunque sigo pensando que su actitud es moralista.

-Durante la guerra, usted transmitió para Irlanda desde Berlín en nombre del Reich. ¿Qué sentía que estaba tratando de lograr en ese momento?

-No es fácil ahora, medio siglo después, recordar con sinceridad los verdaderos impulsos de uno, pero pensé que podía aportar los argumentos del otro lado, ya que no había nadie que los transmitiera a mi propio país. Nunca traté asuntos militares ni sobre la conducción de la guerra, nunca toqué esos temas. Sí expuse la hipocresía de la causa aliada, pero, como se vio después, nunca conocí a nadie que hubiera escuchado mis emisiones. Se emitían a altas horas de la noche, cuando nadie escuchaba.

-Dejando de lado el aspecto político, ¿cómo era la vida en Berlín en 1940? ¿Era un lugar animado?

-Sí, hasta 1944. Si tenías mucho dinero, claro.

-¿Tenía usted mucho dinero?

-Sí, y buscaba lujos en el mercado negro. También había mucha vida nocturna, aunque a mí nunca me gustó.

-¿Y las mujeres?

-Había muchas mujeres. Tuve una en particular, llamada Roisin O'Mara, cuyos orígenes eran, como mínimo, oscuros.

-Supongo que era irlandesa...

-No, yo no diría que ella se declarase irlandesa. Había sido adoptada por una familia inglesa, una familia aristocrática. Su padre adoptivo el quien estaba al mando en la batalla de los Dardanelos [Ian Hamilton], que fue un terrible desastre para los británicos, como usted sabe. Eso no tiene mayor importancia, pero ciertamente no fue algo en su haber como general. Roisin O'Mara [Róisín Ni Mhéara, ¿espía o traidora?] tenía la piel aceitunada, imagino que era originaria de Oriente Medio.

-¿Cómo la conoció?

-Cuando estalló la guerra, algunos de mis conocidos alemanes me dijeron que había una chica irlandesa que estudiaba en Berlín, y que estaba en una posición muy precaria, ya que era sin duda ciudadana británica. Me pidieron que le chara un ojo. Yo tenía un piso muy grande en ese momento y le ofrecía una habitación. En realidad estaba embarazada y tenía un bebé.

-¿Tenía eso algo que ver con usted?

-No, nada que ver conmigo. Pero nos hicimos amantes.

-¿Qué pasó con ella?

-Nada. Todavía anda por aquí. Escribió un libro, escrito en irlandés (1991), [obra polémica por negacionista y por haber recibido una subvención del Gobierno de Irlanda], que desgraciadamente no puedo leer, pero me han dicho que hace un alegato muy fuerte en favor del otro lado durante la guerra. Hay una fotografía que tomé de ella en Berlín en ese libro. Era muy hermosa.

[Aquí un blog en que se denuncia la publicación del libro]

-¿Le tenía usted mucho cariño?

-Oh, sí, mucho. Pero nunca la vi después de la guerra.

-¿Le sorprende que, cincuenta años después, mucha gente aún no le haya perdonado por haber emitido desde Alemania?

-Oh... no, no es sorprendente, es muy comprensible. Pero no me arrepiento.

- Su amigo Samuel Beckett se unió a la resistencia francesa y recibió la Croix de Guerre por su trabajo. ¿Nunca pensó que podría haber hecho lo mismo?

-A los franceses les resultaba muy conveniente conceder una alta condecoración a un extranjero que colaboraba con ellos, pero a mí me parecía una farsa.

-En el postfacio de la reciente reedición de Redemption, usted explica en cierto modo por qué pasó la guerra en Alemania, ignorando la advertencia de un profesor de la Universidad de Berlín de que, al hacerlo, estaría perjudicando enormemente su propio futuro. Lo explica en los términos de que ciertos acontecimientos de la Historia tienen una contrapartida, y, a pesar del hecho, o  tal vez debido al hecho de que la lucha contra el nazismo era casi universal en el mundo de habla inglesa, usted pensó que había una necesidad, tal vez incluso un deber, de contrarrestar todo ese consenso. ¿Cree que es una forma justa de presentar las cosas?

-No creo que sea del todo justa, porque siempre he creído que el consenso es malo. Un consenso de personas inteligentes es, en mi opinión, siempre malo. Creo que fue Simone Weil quien dijo que si ves la balanza muy cargada en el lado derecho, en el lado moral, pon tu pequeña ofrenda en el otro lado. Y creo que tenía razón.

-¿Cree usted en el mal?

-Sí.

-¿Diría usted que un movimiento, una ideología, como el nazismo, podría decirse que encarna el mal, y que en esa medida es nuestro deber resistir  frente a él?

-Respondería que sí a la primera parte, que podría decirse que encarna el mal, pero que sea nuestro deber resistirnos a él no es necesariamente algo con lo que esté de acuerdo. Simplemente hay que enfrentarse a él según las circunstancias concretas que se presenten en la vida. No hace falta una teoría general.

-En su opinión, ¿tuvieron razón los aliados al resistirse al nazismo?

-Físicamente, en términos de armamentos, tenían razón, pero no tenían razón al afirmar que estaban librando una cruzada cristiana.

-¿Temió alguna vez que le colgaran junto a personas como John Amery y William Joyce, considerados traidores británicos?

-Era poco probable, porque yo no tenía pasaporte británico. Tuve uno en mi juventud, cuando vivía en el Norte y todos éramos parte de Reino Unido, pero después tuve un pasaporte irlandés válido. Podrían haberme colgado, supongo, pero habría sido una parodia de justicia.

-¿Cree que se puede ser moralmente neutral?

-No se puede tener una actitud moralmente neutral en general, pero en circunstancias concretas creo que sí. En mi situación en Alemania lo correcto era  ser neutral.

-En el epílogo de Redemption también habla de Irlanda como un país que ha "aguantado el conflicto mundial comiendo beicon y bebiendo té". Eso parece contener elementos de juicio y de condena...

-Sólo estaba constatando un hecho. En Irlanda se llamó la Emergencia, que es una forma divertida de describir la mayor guerra de la historia, y se quejaban del racionamiento. No iban a dejar que el negocio de la guerra interfiriera en sus vidas. No los estoy condenando. ¿Por qué debería hacerlo? Si yo hubiera estado en Irlanda, también habría comido tocino y huevos.

-A veces se le ha comparado con Jean Genet. ¿Es una comparación que acepta sin reservas?

-Sí, tengo un buen concepto de Genet. Era una buena persona. Para el mundo era amoral, pero creo que sin duda actuaba desde una cierta fe moral, lo que es poco frecuente.

-Edmund White, biógrafo de Genet, decía que una y otra vez Genet se sentía atraído por la persona que todos los demás despreciaban, la más baja. ¿Cree que ese ha sido su caso, tanto en la vida como en la ficción?

-Podría ser, pero creo que en mi caso eso es marginal. Me atraen más los llamados señores de la guerra, porque tienen el poder que creo -o solía creer- que yo debería tener. Creo que las mentes imaginativas, los exploradores y los que sondean la realidad deberían tener poder en una sociedad justa.

-¿A qué atribuye su éxito con las mujeres?

-No era feo, digamos, pero también me mostraba  positivo en mi acercamiento a ellas. Nunca consideré a una mujer como una pasión pasajera o un elemento de sensualidad. La mujer del momento era siempre para mí LA MUJER que iba a estar conmigo el resto de mi vida. Debo decir honestamente que creo que eso fue un mérito mío.

-¿Era usted muy sexual?

-Mucho, sí.

-¿Se le consideraba un buen amante?

-Es muy difícil decirlo ahora. Si estás con una mujer en una situación sensual, difícilmente te va a decir que no cumpliste con sus expectativas. Pero sinceramente no creo que haya estado especialmente bien, no.

-Parece que estaba -más de lo normal- muy interesado en encontrar la verdad, aunque ésta fuera dolorosa. Ese es el telón de fondo de gran parte de su obra de ficción. ¿Siente que ha encontrado la verdad -si se puede decir así- y que ha valido la pena el dolor?

-Encontré lo que yo llamo la realidad, prefiero la palabra realidad a verdad. La verdad es un poco pretenciosa. Si sólo encuentras una realidad limitada, no tiene sentido. Hay que preguntarse cuál es la realidad mayor en la que está contenida esta realidad limitada de la vida cotidiana.

-Como cristiano, ¿cree en una vida después de la muerte?

-En realidad, no creo en el Cielo. Cuando digo que creo en la fe cristiana, es porque leo los Evangelios y me sirven de consuelo e inspiración. Eso no significa que esté obligado a tomar sus puntos de vista como definitivos sobre cualquier cosa; pero sería altamente erróneo rechazarlos, sólo porque los Evangelios informan de algo que es más o menos increíble. En cuanto a la vida después de la muerte, no estoy en condiciones de responder con la inteligencia que se me ha concedido ni con las experiencias que he tenido. No puedo decir que sí o que no a la vida después de la muerte. No tiene sentido hacerlo. En mi larga vida tengo algunos recuerdos muy intensos de sucesos lejanos, y no creo que se borren por completo, ni siquiera después de que me muera.

-¿Tiene miedo a la muerte?

-Sí, diría que sí, aunque mi miedo a la muerte no tendría prioridad sobre todas mis otras angustias. Si muriera mañana, mi mayor ansiedad sería qué sería de mi gato.

-Volviendo por un momento a Redemption, uno de los pasajes más llamativos dice lo siguiente: 'No hay nada en el mundo que no pueda llamarse unos arañazos, desde la música hasta el amor. Es cuestión de que sean los arañazos adecuados". ¿Es una afirmación muy significativa para usted? ¿Diría que ha conseguid los arañazos adecuados?

-Es una afirmación importante, sí. Ya sea en una partitura o en tu propia situación, sólo es cuestión de arañazos, eso es todo lo que podemos hacer. En lo que respecta a mis propios arañazos, todo lo que puedo decir es que siempre fueron positivos. Siempre fueron arañazos de un creyente, más que de un escéptico.

-Una de las cosas que me llamó la atención cuando leí Redemption fue el asunto de la chica violada. Ella le cuenta a Ezra el trauma y le dice que es una suerte que Margaretta esté muerta, porque así no tiene que sufrir el tormento de ser violada. Y Ezra le responde que preferiría que Margaretta hubiera sido violada veinte veces antes que verla muerta. ¿Era esa su opinión?

-Oh, sí. Porque ser violada no habría sido nada de lo que avergonzarse, ni para ella ni para mí, y tenerla viva lo era todo. Quise decir exactamente eso.

-Más tarde, cuando Ezra describe la violación de una joven, dice: "La violencia nunca toma la forma que uno imagina". ¿Cuál ha sido el impacto de la violencia en su propia vida?

-El impacto de la violencia ha sido muy considerable en mi vida. He vivido muchos acontecimientos violentos, y he estado íntimamente involucrado en la violencia. He escuchado ejecuciones desde una celda de la cárcel, y no he estados lejos de varias otras.

-En el mismo libro, Ezra hace una distinción entre lo que él llama "una verdadera amante" y "un verdadero amigo definitivo", diciendo que una esposa es, en realidad, una tercera cosa,  situada en algún lugar entre los dos conceptos. Dice Ezra que "ser una esposa es ser incapaz de la amistad final sin juicios". ¿Está esto escrito más con pena que con rabia? ¿Ha sido una desilusión personal para usted?

-Sí, supongo que sí. Ese comentario proviene de la época en que quise un ménage à trois con Madeleine, e Iseult se negó. Pensé que nuestros corazones habían sido cambiados por la guerra; mi propio corazón había sido cambiado, y pensé que podría traer de vuelta a Madeleine, y que Iseult lo aceptaría. Pero sus corazones no habían cambiado como el mío. Y aun así pensé que podría cambiarlos. Se lo conté a un amigo, un profesor alemán de la universidad, y me dijo que era muy ingenuo por mi parte. Y luego me dijo algo curioso: me preguntó con quién de ellas saldría a dar paseos. Yo no lo veía como un problema, pero él obviamente, sí.

-Pero es de suponer que habría habido problemas. Quiero decir: ¿cómo habría organizado los arreglos para dormir?

-Me  habría gustado actuar por impulso. Como escritor, es la única manera de actuar, naturalmente, tal como ocurre.

-Usted también escribe: "El matrimonio puede ser sagrado, pero también puede ser despiadado en lo que respecta al resto del mundo". Me pregunto qué tenía en mente cuando escribió eso. ¿El matrimonio no tiene corazón?

-Oh, no. Las parejas no tienen corazón, son despiadadas con el resto del mundo si algo de fuera les amenaza. No tienen ninguna comprensión ni compasión...

-En su novela Black List escribe: "El deshonor es lo que le convierte a uno en un poeta, no los títulos ni la aclamación". ¿En qué basa esa creencia?

- En la experiencia. La mente creativa sólo puede escribir desde el aislamiento, que proviene en gran medida del deshonor, porque si recibes honores, no estás aislado.

-Usted ha escrito libros -quizás de forma poco frecuente, y ciertamente más que la mayoría de los escritores- que reflejan los acontecimientos de su propia vida. Casi se podría decir que ha vivido su propia ficción. ¿Lo ve así? ¿La realidad y la ficción se confunden en su mente?

-Sí, así es. En parte es culpa de mi memoria, pero se confunden, y creo que es un defecto de muchos buenos escritores hoy en día. La vida y la obra de un escritor no deberían estar separadas; deberían estar completamente unidas.

-En Black List usted describe cómo H, después de recibir la Sagrada Comunión, se arrodilla junto a una columna de piedra y dice una y otra vez: "Señor mío y Dios mío". Entonces él se pregunta: si toda religión es un mito, ¿invalida eso la experiencia del momento? ¿Cómo respondería usted mismo a esa pregunta?

-No, no la invalida. Incluso si la religión católica, o cualquier otra, es todo leyenda y mito; pero eso no las invalida en lo más mínimo. Igual que una parábola no invalida la verdad que representa la parábola. El mito, si es lo suficientemente intenso, se sostiene por sí mismo.

-¿Ha pensado mucho en la religión a lo largo de su vida?

-He pensado mucho en ello, sí. Y todavía lo hago. Me he hecho las preguntas, pero las respuestas están más allá de nosotros.

-En Redemption, Ezra le dice al sacerdote: "En general, qué horrible egoísmo es el egoísmo familiar, y el de su familia católica es el más desagradable de todos". ¿Lo cree así?

-Sí. Los he visto en acción. Esa absoluta crueldad contra cualquier cosa del exterior que les amenace resulta bastante chocante, y la iglesia católica fomenta esa actitud.

-Usted siente un especial afecto por Santa Teresa de Lisieux. ¿A qué se debe?

-Fue educada como una católica muy estricta y piadosa, realmente sensiblera. Y luego entró en este convento donde ya tenía al menos dos hermanas, que se lo pusieron muy fácil. Era una pequeña criatura piadosa, con esa piedad convencional que es tan horrible. Después de un tiempo, no sé cuánto tiempo realmente, pero muy pronto, toda la fe, el consuelo y la creencia le fueron arrebatados. Tal vez no sea la forma correcta de decirlo, pero en cualquier caso perdió la fe. Se convirtió, dentro de lo posible, en una escéptica, y creo que debió de ser ser una experiencia terrible. Allí estaba, en el convento, más o menos prisionera. Ella fue allí por una creencia que ya no tenía. Y sin embargo, por supuesto, no dijo que no la tenía, porque no podría haberlo soportado. Entonces se volvió tuberculosa. El clima de Normandía no ayudó y no tenía suficientes mantas en su catre. Una vez se despertó por la noche tosiendo y sintió que la boca se le llenaba de sangre. La escupió en una servilleta, pero no encendió la luz. Por la mañana vio que era obviamente sangre arterial del pulmón y supo que su destino estaba sellado. El hecho de no haber encendido la luz fue un gran acto de autoflagelación.

-¿No escribió sobre ella en una novela?

-Sí, fue divertido... bueno, al menos las consecuencias fueron divertidas. Me sentía muy atraído por Teresa de Lisieux y escribí que esa noche estaba en la cama con ella cuando tosió. Cuando se llevó la servilleta a la boca, le dije: "Enciende la luz", y ella dijo: "No, no lo haré". Sólo la encendió por la mañana y, por supuesto, cuando la vimos, supimos que estaría condenada en muy poco tiempo. Escribí todo esto en una novela y algunas personas que eran admiradoras de mi obra me dijeron que era sencillamente horrible que escribiera algo así, y juraron que sería el último libro mío que leerían. Les pareció ofensivo que utilizara este hecho, evidentemente muy privado y doloroso, en la vida de alguien, a quien se suponía que tenía que venerar. Pensé, bueno, ¿por qué no?

-Usted ha estado a menudo en Lourdes. ¿Cree realmente en los milagros?

-No. Fui a Lourdes porque quería bajar con el bastón a la gruta, y luego a la basílica para la bendición, por la noche. Llegué a conocerlos como no lo habría hecho normalmente. Así entras en la conciencia de otras personas. Por supuesto, en muchos sentidos fue desgarrador.

-En su novela Memorial, publicada en 1973, cita a Derek Mahon [1941-2020], que en un poema habla del autor, que vive "en la oscuridad y el escarnio". ¿Es así como se ve a sí mismo?

-Sí, supongo que sí. Sin duda era así cuando lo escribí. Tal vez ahora estén cambiando un poco las cosas, pero antes, si se mencionaba mi nombre, suscitaba bastante escarnio.

-¿Cree que se le leerá más después de su muerte ?

-Sí.

-¿No es un pensamiento amargo... o es algo que reconforta?

-Ni lo uno ni lo otro, en realidad. Históricamente hablando, creo que no seré olvidado. Pero si eso es un gran consuelo, es harina de otro costal. Es de suponer que no estaré  ahí para obtener ninguna satisfacción de ello.

-¿Diría que está en paz consigo mismo ahora?

-No, no. Nunca estaré en paz conmigo mismo.

-¿Por qué cree que es así?

-Por muchas razones, la más obvia es que nadie con inteligencia imaginativa que se encuentre en este durísimo planeta puede estar en paz. Nuestra vida es muy cruel, y si hay un creador divino, digamos que una parte de él es extremadamente despiadada. Tiene compasión, sin duda, pero digamos que su espíritu es muy complejo.

-Recientemente ha sido seleccionado para convertirte en un Saoi (Sabio) irlandés, mientras que en una ocasión anterior fue usted rechazado. ¿Cree usted que la clase dirigente le ha perdonado sus pecados y que esto significa un mayor reconocimiento de su talento como escritor?

-Sí, por supuesto. Escribo en inglés, que al fin y al cabo es uno de los idiomas que realmente cuenta, y como escritor en inglés estoy muy bien considerado. Sería bastante tonto por parte de esta gente del establishment no tenerlo en cuenta. Son, por supuesto, británicos, y muy estúpidos la mayoría de ellos.

-¿No se alegra de que le honren?

-No especialmente, no. No lo considero un gran honor, pero lo aceptaré.


Memorias de Naim Attalalah (2020)