sábado, 25 de mayo de 2024

El héroe de Nueva Caledonia, según Manuel Valls

Para entender mejor lo que ocurre en el archipiélago francés, aquí debajo va la traducción del capítulo sobre el héroe  "canaco" de Manuel Valls (capítulo que no figura en la traducción al español del libro "El valor guiaba sus pasos"


Jean-Marie Tjibaou, el Pacificador

Cuando dejé Francia por Barcelona en 2018, una de las cosas que más me costó fue renunciar a la misión que presidía desde 2017 en la Asamblea Nacional para el futuro de Nueva Caledonia, que incluía la preparación del referéndum. Me sentía apasionadamente unido a este territorio, que tiene el doble de extensión que Córcega y que he visitado muchas veces, y que me niego a llamar"le Caillou" [El Pedrusco], ya que la expresión no hace justicia a la belleza y grandeza de esta tierra. Me siento vinculado a sus habitantes, a su futuro y a su historia.

Pero es una historia con peso, hecha de heridas y humillaciones. Francia no siempre ha tenido el mejor papel en ella. Desde que tomó posesión del territorio en 1853, su política fue a menudo brutal, guiada por el deseo de favorecer la colonización europea a costa de los melanesios, que fueron desposeídos de sus tierras y sometidos al estatuto de indígenas. Los canacos casi desaparecieron. No sólo por las enfermedades que trajeron los europeos y la dura represión, sino también porque algunos se dejaron morir de desesperación. En 1918 sólo quedaban veintisiete mil canacos. Su población se había reducido a la mitad.

También es una historia de peso por los denegaciones del Estado francés. La primera vez tuvo lugar en los años cincuenta del siglo XX. La ley marco Defferre (1956) concedió a los canacos, convertidos en ciudadanos de pleno derecho, una autonomía considerable pero efímera: a principios de los años 60, la administración superior se la arrebató en favor de la departamentalización.

La segunda denegación llegó a mediados de los años ochenta. Si bien Edgard Pisani, ministro de François Mitterrand para Nueva Caledonia, había desbloqueado la situación proponiendo el concepto de "soberanía-asociación" (1984), la nueva mayoría tras las elecciones de marzo de 1986 dio un paso atrás. Para los canacos, Francia había incumplido su promesa. A partir de entonces creció un abismo de desconfianza e incomprensión que culminó dos años más tarde, en 1988, en los sucesos de Ouvéa, punto culminante de una tragedia. En aquellos años, la guerra civil se vislumbraba en el horizonte.

Gracias a un hombre como Jean-Marie Tjibaou (1936-1989), figura destacada del nacionalismo canaco, se evitó caer en el abismo. A pesar de los muertos, aceptó una vez más entablar conversaciones con Francia, apostó por los Acuerdos de Matignon y asumió el riesgo de estrechar la mano de su adversario, Jacques Lafleur, líder del movimiento antiindependentista, a sabiendas de que ello suscitaría incomprensión en su propio bando. El valor supremo de este hombre de paz le costó la vida.

Jean-Marie Tjibaou es una especie de Mandela. Los canacos lo saben, los habitantes de la Francia metropolitana no tanto. Detrás de su jovial bonhomía se esconde una grandeza innegable. Cuando se releen sus escritos, discursos y entrevistas, sorprende la profundidad de su pensamiento.

La historia del pueblo canaco está marcada por el sufrimiento. La familia de Jean-Marie Tjibaou tuvo que soportar más de la cuenta. Durante la revuelta de 1917, su abuela huyó de la represión con su hijo en brazos. Le dispararon, el niño cayó pero sobrevivió: Wenceslas se convirtió en el padre de Jean-Marie.

Jean-Marie creció en Tiendanite, en el valle del Hienghène. Un hombre desempeñó un papel importante, el padre Rouel, que vio a Jean-Marie y le animó a ir al seminario. Jean-Marie se hizo sacerdote. No hay que pensar que renegaba de sus raíces al emprender este camino religioso. En primer lugar, porque las iglesias cristianas de Nueva Caledonia habían desempeñado un papel históricamente importante en la defensa de los canacos, y los sacerdotes y pastores no dudaban en enfrentarse a los colonos. 

Jean-Marie Tjibaou también veía una continuidad entre su cultura y el mundo bíblico: "Si lees el Antiguo Testamento, encuentras similitudes con la cultura canaca: los mitos, las genealogías, etcétera. Nos sentimos muy cercanos a la Biblia, al Antiguo Testamento, e incluso al Nuevo Testamento...".

Este periodo estuvo dedicado a su formación intelectual. Tjibaou estuvo marcado por varias lecturas, por ejemplo la de Apollinaire Anova Ataba (1929-1966), sacerdote y canaco como él, quien le abrió los ojos a la situación de su pueblo. En 1968 pasó dos años en París, en la École Pratique des Hautes Études, y empezó a trabajar como etnólogo con Jean Guiart sobre "Los problemas de la identidad cultural canaca". A su regreso, se dio cuenta de que para ser plenamente canaco tendría que dejar de ser sacerdote. Volvió a ser laico en 1971 y se casó con Marie-Claude Wetta.

En 1977, Jean-Marie Tjibaou fue elegido alcalde de Hienghéne con una candidatura claramente independentista. Poco a poco se convirtió en una figura importante del movimiento canaco. En julio de 1983, participó en los debates de Nainville-les-Roches, organizados para preparar un nuevo estatuto. Representó a los independentistas frente a los partidarios de Jacques Lafleur, que querían seguir formando parte de la República. No se alcanzó ningún compromiso. En noviembre de 1984 se forma el FLNKS (Frente Canaco y Socialista de Liberación Nacional), cuya consigna es la independencia. Abogaba por un boicot activo de las elecciones: la imagen del militante Éloi Machoro rompiendo una urna dará la vuelta al mundo, y simboliza las dudas de los canacos respecto a la República.

La violencia se cocía y los ánimos se caldearon al máximo. El 5 de diciembre de 1984, cuando regresaban de una reunión en el ayuntamiento de Hienghéne, diez activistas canacos fueron asesinados en un lugar llamado Wan'yaat. Entre las víctimas se encontraban dos hermanos de Jean-Marie Tjibaou, Louis y Tarcisse.

"En ese momento", señala Alain Rollat en su excelente libro Tjibaou le Kanak, "tenía en sus manos el destino del archipiélago. Los activistas canacos le pedían que se vengara, ya que él había sido personalmente afectado por la tragedia: Hubiera bastado un grito de Jean-Marie Tjibaou, en la noche del 5 de diciembre, una palabra o un gesto de desesperación, para que toda Nueva Caledonia cayese en la hecatombre", escribe Rollat.

Pero esta palabra, o este gesto de desesperación, él encontraría la fuerza interior para contenerlos. Diría esta frase profunda, que podría definir toda su acción política: "Los muertos sólo pueden ser vengados mediante la victoria sobre nosotros mismos, con la independencia como meta".

Las elecciones de 1986 crean una nueva situación. Jacques Chirac se convierte en Primer Ministro. Bernard Pons, Ministro de los Departamentos y Territorios de Ultramar, se niega a dialogar. Jean-Marie Tjibaou presiente el desastre. Intentó movilizar a la opinión pública de la Francia metropolitana escribiendo una "Carta abierta al pueblo francés": "El colonialismo desfigura a un pueblo y lo debilita, a pesar de las apariencias inmediatas. Es la descolonización la que lo hace crecer y fortalecerse. No echemos a perder las oportunidades de solidaridad y amistad entre los pueblos canaco y francés. Como bien saben, la independencia es la única manera de preservarla".

Jean-Marie Tjibaou, desgarrado, vio venir la sangre. En este contexto de tensiones crecientes se produjo la tragedia de Ouvéa. El 22 de abril de 1988, cuatro gendarmes murieron en un ataque a la brigada de Fayaoué, en la isla de Ouvéa, y los demás fueron tomados como rehenes por dos grupos. Uno de los dos grupos se rindió, pero el otro se llevó a sus rehenes (quince personas) a una cueva del norte de la isla. El 4 de mayo, el GIGN y las fuerzas especiales los liberaron. Pero a costa de diecinueve muertos entre los canacos y dos más entre los soldados franceses.

Pocos días después, Michel Rocard, el nuevo primer Ministro de François Mitterrand, recibió el encargo del asunto. Le oí hablar a menudo de su compromiso anticolonialista, que fue la raíz de su militancia. Le obsesionaba un escenario a la argelina. Pero había que reconstruirlo todo, empezando por la confianza. En primer lugar, creó una misión dirigida por Christian Blanc, que había participado en la misión de Pisani en 1984, y cuyo rigor moral y sentido del Estado eran reconocidos por todos. Se rodeó de hombres que representaban las principales corrientes espirituales: un católico, el canónigo Guiberteau, un protestante, Jacques Stewart, un francmasón, Roger Leray, y para completar el equipo, Pierre Steinmetz, alto funcionario, considerado de la derecha, próximo a Raymond Barre, y el abogado Jean-Claude Périer.

Esta misión consiguió renovar los hilos del diálogo. En su libro La Force des racines Kanak en Nouvelle Calédonie,  Christian Blanc relata este camino sembrado de escollos. El primer encuentro con Jean-Marie Tjibaou fue decisivo. Éste recibió a la delegación con un discurso en el que expresaba sin rodeos su pérdida de confianza en la palabra de Francia ("Nos han humillado constantemente"), pero al mismo tiempo su determinación de seguir adelante: "Necesitamos asistencia sobre el terreno para ayudarnos a asumir la responsabilidad de construir. [...] El resultado del trabajo, el reparto del trabajo, requiere que podamos trabajar, necesitamos poder crear obras en las costas este y oeste [...]. y en las Islas Loyauté. Nuestro destino no depende de limosnas y lloriqueos. No depende del alcohol. El destino no está en el fondo de la botella."

Pero unos días después, el pesimismo y la duda parecían haber vuelto a la mente de Tjibaou. Para hacer avanzar las cosas, Christian Blanc tuvo una idea. Le pidió que describiera la Nueva Caledonia de sus sueños. Tjibaou sonrió: "¿Un sueño como el de Martin Luther King?" En su pequeña habitación del ayuntamiento de Hienghéne, bajo el retrato de François Mitterrand, se sinceró como nunca, mientras la delegación tomaba notas. Fue un momento que cambiaría muchas cosas. Las primeras palabras que le vinieron a la mente fueron: "Tener el país más bello del Pacífico. [...] Polinesios, oceánicos y asiáticos vivirían allí. Los europeos no tendrían nada que perder con ello".

Su visión de los activos de Nueva Caledonia es amplia, más allá de la economía: "La riqueza está ligada al patrimonio. El níquel, por supuesto, pero sobre todo el mar, el agua, la luz, la playa, el placer de la vista". Y concluye: "Lo esencial es el respeto de la identidad canaca y de una civilización secular ignorada por los occidentales". Y añade: "Lo que queremos es soberanía".

Pero la confianza debe basarse también en un método. Christian Blanc tuvo que convencer al líder del FLNKS  de que Francia no faltaría a su palabra. Le dijo a Tjibaou: "Usted no se fía del Gobierno francés, de acuerdo, pero ¿se fiaría del pueblo francés? Y Tjibaou responde: "Eso es otra cosa."

Esta pequeña frase es un compromiso con el futuro. Se abría una puerta. Tjibaou aceptó de nuevo negociar, con la idea de que si el pueblo sancionaba un futuro acuerdo en referéndum, el gobierno francés no podría faltar a su palabra. Fue, por tanto, un punto de inflexión. Las conversaciones desembocaron en los Acuerdos de Matignon.

En uno de sus últimos libros, Faire la paix. Ce que nous enseigneent les accords de Matignon, Michel Rocard relata con franqueza y libertad las entretelas de este acuerdo, que yo no viví personalmente, ya que sólo me incorporé a su gabinete como responsable de las relaciones con la Asamblea Nacional unos días más tarde.

Subrayaba en él hasta qué punto todos los participantes eran plenamente conscientes de la gravedad de lo que estaba en juego, tanto por responsabilidad política como por consideraciones personales. La muerte y la enfermedad rondan la mesa de negociaciones. La idea de la muerte nunca abandonó a Jean-Marie Tjibaou. No podía olvidar que hablaba en nombre de los muertos de Ouvéa, en nombre de sus hermanos muertos en la emboscada de Hienghéne. En cuanto a Jacques Lafleur, su enfermedad hacía tiempo que había hecho mella en él. Sufrió dos infartos y tenía que acostarse cada tres o cuatro horas. Se sometería a una tercera operación quince días después de los acuerdos.También a él le perseguía la muerte y el deseo de dejar un futuro viable a la próxima generación. Michel Rocard también fue golpeado en carne propia, aquejado de un doloroso cólico nefrítico que requirió su hospitalización en Val-de-Grâce. Estas fragilidades personales e íntimas de cada uno de los protagonistas daban un giro dramático a las negociaciones.

El método de Rocard, siguiendo los pasos de Pierre Mendès-France, consistía en poner a ambas partes contra la pared imponiendo un tiempo de negociación muy corto. En Faire la paix, Michel Rocard da cuenta del discurso que pronunció ante las dos delegaciones: "Es sábado por la noche; estoy libre hasta el martes a mediodía. Hay aquí para comer y dormir, pero no habrá otra reunión. Nos iremos de aquí el martes como muy tarde con la paz o la guerra". Y Rocard comenta: "Aprendí este método brutal de negociación en Bruselas, ¡es la técnica del Consejo agrícola!". Aquí tenemos al protestante Rocard reviviendo la moda del cónclave...

Al final, no hubo necesidad de esperar hasta el martes. El domingo 26 de junio, en la escalinata del palacio de Matignon, Michel Rocard, todo sonrisas, pudo anunciar que había un acuerdo. Jean-Marie Tjibaou y Jacques Lafleur estaban a su lado. Tras una leve vacilación, se dieron la mano.

Con este acuerdo, Michel Rocard demostró que es posible crear en política, inventar en política y superar el fatalismo.

Más que una auténtica resolución del conflicto, se trata de un paréntesis temporal de una solución institucional. El principio fundamental de las negociaciones era aplazar diez años el referéndum de independencia, con el objetivo de desarrollar mientras tanto a una clase dirigente canaca. Jean-Marie Tjibaou y Jacques Lafleur aceptaron esta apuesta, sancionada por el voto francés en el referéndum de noviembre de 1988.

Unas semanas después de los Acuerdos de Matignon, Michel Rocard visitó Nueva Caledonia en agosto de 1988. El 26 de agosto, en Numea, pronunció un discurso de coraje y verdad ante los caldoches, franceses de origen europeo: "La única posibilidad de escapar a la violencia es pasar la página de un sistema desigual [...]. La Nueva Caledonia de papá se ha acabado [...]. Hubo un tiempo para el perdón, ahora es el momento de compartir".

El 27, en Poindimié, hizo la misma petición a los canacos: "¿Queréis compartir los frutos del trabajo? Me parece justo. Pero para ello, primero tenéis que poneros a trabajar, porque aunque el dinero puede regar el campo, no aporta las semillas de los proyectos ni el saber hacer del agricultor. Poneos a trabajar: construir la Nueva Caledonia de vuestras esperanzas es la única manera de evitar estar en la beneficencia. No se puede comprar la dignidad de un pueblo con subvenciones [...]".

Jean-Marie Tjibaou se hace eco de este llamamiento a iniciativas concretas, y no cesa de repetir, con su característico sentido de la formulación: "De nada sirve salir por la puerta grande de la independencia si mañana hay que volver por la ventana de la mendicidad".

El hombre escucha la voz de su interior que quiere construir. Pero otros escuchan la voz de la destrucción. El 4 de mayo de 1989, Jean-Marie Tjibaou y su antiguo compañero Yeiwéné Yeiwéné fueron asesinados por un miembro del FLNKS, Djubelly Wéa, durante la ceremonia de duelo organizada en Wadrilla, en la isla de Ouvéa, ante las tumbas de las víctimas de los sucesos de 1998, un año antes. Michel Rocard, muy emocionado, reaccionó ante las cámaras: "La comunidad canaca ha perdido a un líder generoso, Nueva Caledonia ha perdido a un hombre de la reconciliación, y yo he perdido a un amigo".

Pero la paz estaba en camino. Diez años después de los Acuerdos de Matignon, en 1998, Lionel Jospin firmó los Acuerdos de Numea, que reiteraban el principio de los Acuerdos de Matignon: retrasar el referéndum de independencia -esta vez veinte años- para preparar mejor a la clase política melanesia para el liderazgo. Existe una continuidad en la política francesa, lo bastante excepcional como para mercer ser destacada.

He resumido a grandes rasgos la carrera de Jean-Marie Tjibaou. Aunque estos episodios sean bien conocidos, merecen ser recordados. Lo que es menos conocido, menos célebre que su coraje, son las cualidades de Tjibaou como teórico. Si releemos sus discursos y sus diversas intervenciones, nos daremos cuenta de la sutileza y flexibilidad de su pensamiento. Sobre la noción de tradición, por ejemplo. Tuvo mucho cuidado de no dar una definición demasiado rígida de su pueblo. Para él, identidad no es fijeza: "Queremos proclamar nuestra existencia cultural. Queremos decir al mundo que no somos supervivientes de la prehistoria, ni mucho menos reliquias arqueológicas, sino personas de carne y hueso".

Y para remachar la cuestión de esta identidad cambiante, que se aplica a los canacos como a todos los pueblos, contrapone las nociones de  lo tradicional y la tradición: "Siempre hablamos de cultura tradicional, pero ¿qué es tradicional? Lo que otros vivían antes. Pero dentro de cien años, lo tradicional será lo que nosotros vivimos hoy, y dentro de mil años, lo que ustedes viven hoy... ¡puede valer su peso en oro! Creo que tenemos una concepción demasiado arqueológica de la cultura...".

Para el futuro, imagina una modernidad canaca que no caiga ni en la adoración de las mercancías ni en el deseo de aferrarse a la tradición. En cuanto al desarrollo económico, adopta el mismo enfoque flexible que con la tradición: "La economía no forma parte de nuestro patrimonio. Tenemos que utilizar la economía, pero nunca seremos los mejores en una competición con los europeos, porque para ellos la economía forma parte de su sistema cultural. No tenemos elección, a menos que nos neguemos a aceptar la soberanía. O nos quedamos como estamos y malvivimos, o utilizamos la economía, luchamos e intentamos promover nuestros valores, sabiendo que no existe la sociedad perfecta".

En la actualidad, el sistema establecido por los Acuerdos de Matignon y Numea está llegando a su fin. Nueva Caledonia se encuentra en una encrucijada. Después de tres consultas, cada una de las cuales dio como resultado una mayoría a favor de permanecer en Francia, vamos a tener que idear algo diferente. No tengo una solución prefabricada, pero creo que sólo podremos tener éxito aprendiendo de lo que ha funcionado en los últimos treinta años. Aunque admiro la trayectoria y el valor de Jean-Marie Tjibaou, indisociables de los de Jacques Lafleur, sigo siendo partidario del vínculo con Francia. Sin Nueva Caledonia, Francia pierde una chispa de la diversidad que la hace grande. Sin Francia, Nueva Caledonia pierde el control de su destino. El futuro es, pues, incierto. Pero al menos ese futuro existe. Jean-Marie Tjibaou ha tenido mucho que ver en ello.

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