martes, 6 de octubre de 2020

El autor responde

En respuesta a la tribuna de su ex esposa,  (ver el post anterior y su traducción) Emmanuel Carrère envió el día 2 de octubre este texto a Libération.

Aquí en su versión original.


Aquí debajo una tradu exprés:

"Hélène Devynck y yo vivimos juntos desde 2005 hasta 2018. Nos casamos en 2011. Los cuatro libros que escribí durante esos años son en parte autobiográficos. Ella aparece en ellos, con su acuerdo, y siempre descrita con amor. Nos divorciamos en marzo de 2020 de mutuo acuerdo. Ella deseaba -y a mí me pareció bien- que en nuestro acuerdo de divorcio se incluyese esta cláusula: yo ya no escribiría sobre ella sin darle la oportunidad de leer los pasajes referidos a su persona. Eso es lo que hice, en lo que respecta a Yoga; lo habría hecho de todas formas. Fui mucho más allá de lo que me había comprometido a hacer, porque le envié no sólo los pasajes sobre ella, sino el libro entero, y ella pudo enmendarlo no una sino dos veces, subrayando con un rotulador amarillo los pasajes que quería que yo suprimiera.

El tema de Yoga no es nuestra separación. El libro trata de mis intentos de alcanzar cierta serenidad y de las fuerzas psíquicas que a lo largo de mi vida han ido socavando estos intentos. Habla de una depresión melancólica que me llevó a ser internado en el Hospital Sainte Anne. Esta depresión, sin embargo, estaba en parte relacionada con la crisis matrimonial que acabó en nuestro divorcio: yo tenía que decir algo al respecto. Elegí hacerlo mínimamente, sin ninguna indiscreción, y hablando siempre de Hélène con respeto y gratitud.

Cuando le sometí el texto, me dijo que ella no quería aparecer en él, ni ella ni nuestra hija, de la que yo solo decía que tengo un hija y que la quiero.

Me horrorizó la decisión de Hélène. Intenté que cediese en ciertos puntos. Me hubiera gustado conservar el derecho a tener una hija. Sobre todo, me hubiera gustado decir esto: durante mi depresión, en el Hospital Sainte Anne, Hélène siempre estuvo ahí, ayudándome. Nunca me soltó la mano. Experimentó la angustia de los familiares a los que se les pregunta si aceptan la terapia de electrochoques cuando el paciente no está en condiciones de dar el consentimiento por sí mismo. Le supliqué: al menos déjame darte las gracias por eso. No dejes que se piense que me abandonaste, pues eso no es verdad. Decir tal cosa tal cosa es calumniarte.

Rechazo, rotulador amarillo.

En ese momento, pensé que, por voluntad de Hélène, el libro se estaba volviendo imposible. Casi lo abandoné. Intenté reescribirlo escondiéndome detrás de la pura ficción: cambiando nombres, profesiones, maquillando, añadiendo "cualquier parecido con personas que existen o existieron es pura coincidencia", ese tipo de cosas. Después de diez páginas, me di por vencido: sonaba falso, falso y deshonesto. Y entonces recordé algunos libros que me formaron y que se organizaban enteramente alrededor de una cosa omitida, un lugar vacío, una pieza que faltaba en el rompecabezas: el más grande y más incomparablemente trágico de todos ellos es W o el recuerdo de la infancia, de Georges Perec (Denoël, 1975). Así es como esta elipse, que hace de Yoga un libro enigmático en ciertos lugares, anidó en el corazón de la obra: una mentira por omisión que explico en un capítulo titulado "El lugar donde no se miente", y que me perdonarán  si cito aquí: Cada libro impone sus reglas, que no están fijadas de antemano sino que se descubren con el uso. No puedo decir de éste lo que he dicho con orgullo de varios otros: todo en él es verdad. Al escribirlo, he debido distorsionar un poco, transponer un poco, borrar un poco, sobre todo borrar, porque puedo decir todo lo que quiera sobre mí mismo, incluso las verdades menos halagadoras, pero no sobre los demás. No me arrogo el derecho -y en el fondo no siento el deseo- de contar una crisis que no es el tema de este libro, y por eso voy a mentir por omisión e ir directamente a las consecuencias psíquicas e incluso psiquiátricas que esta crisis ha tenido en mí, y sólo en mí.

Todo esto, que pongo negro sobre blanco en Yoga, lo dije de nuevo cuando me preguntaron al respecto. Es la naturaleza de este libro, es su identidad de ser impuro, híbrido, dividido entre un pacto de verdad con el lector y la ficción impuesta en ciertos lugares. Para soslayar lo que no se me permitía decir, que era triste pero de ninguna manera hiriente, tuve que cambiar muchas cosas, intercambiar secuencias, redistribuir roles. Y como Hélène, por ejemplo, se negaba a tomarme de la mano en el hospital Sainte-Anne, le pedí a mi hermana Nathalie que lo hiciera, cosa que ella aceptó generosamente.

Pero ¿por qué, me preguntan algunos, por qué no dijiste, tú que te jactas de decirlo todo, que habías aceptado este compromiso, y bajo qué condiciones? ¿Por qué no dijiste que tu libro fue censurado por tu exesposa? La respuesta es obvia: hablar del compromiso era igual a romperlo. Y no fui yo quien lo rompió, sino la propia Hélène que, aunque exige que se la mantenga alejada de este libro, se expresa en los medios de comunicación al respecto.

No le reprocho nada. Sé lo difícil que es para una persona real estar en un libro, pero también estar fuera de él. Todo lo que puedo observar es que en los veinte años que llevo escribiendo este tipo de libros, ninguna de estas personas se ha vuelto contra mí, ni siquiera Sophie, la heroína de mi Novela rusa, a la que realmente ofendí, y aún hoy me arrepiento de ello. La primera vez -y única vez espero- que esto sucede, la paradoja es que viene de alguien cuya voluntad precisamente respeté y que, por esa razón, y aparte de una cita procedente de un libro anterior, ha desaparecido literalmente del libro.

Lo que queda en el libro es el rastro de esa desaparición. Es ese espacio en blanco, ese vacío, esa ausencia. Y pienso, pero es sólo algo personal, que en última instancia es la manera más precisa de llorar por un amor que pensé que duraría para siempre".

E. C.